En manos de un psicópata

Capítulo 29

Si antes ir al hospital a visitar a su abuela era una rutina usual a la que se había acostumbrado, luego de ver a su madre biológica en las puertas del hospital, lo cambiaba todo.

No le era fácil cada mañana bajar del auto sin primero cerciorarse que esa mujer no estuviera cerca, y esta rara actitud era seguida con atención por su chófer. La ansiedad le carcomía el alma a un nivel que la tortura de evitar ese encuentro comenzaba a pesarle.

Lastimosamente, un día, pese a no descender del auto hasta fijarse bien, su madre apareció atajándola en la puerta del hospital. Fue un abrazo brusco, inesperado, y que rechazó de inmediato sin alzar sus brazos en señal de recibirlo con agrado.

Susana se quedó sería, sin expresión, en su rostro, mientras su madre no dejaba de llorar y agradecer a los cielos de verla en buen estado. Luego la mujer vio el bulto en su vientre y sonrió con la ambición en su mirada.

La verdad es que nunca supo lo que pasó con su hija luego de dejarla en el orfanato, pero esa mañana, al verla subir a ese lujoso auto, acompañada por un rico empresario, la hizo querer retomar los lazos entre madre e hija.

Susana la apartó sabiendo que su cercanía solo busca sacar beneficios económicos a su costa. Pero la joven mujer no tiene nada, la fortuna de los Fave está en manos de Antonio, y ella solo toma dinero de sus ahorros y de su empresa de diseño que su amiga decidió liquidar y cerrar.

Ni, aunque quisiera, ni, aunque sintiera, una pizca de amor por su madre biológica podría darle demasiado. Pero no hay amor, en realidad solo hubo amor de la hija a su madre, pero nunca del otro lado.

Si su madre adoptiva fue una mujer indiferente que nunca le prestó atención, su madre biológica no fue mejor. A la niña no le daba de comer más que lo justo y necesario, o ni siquiera eso, Susana podía pasar tres días solo con un trozo de pan en sus tripas, con un refrigerador lleno de comida al que le tenían prohibido sacar algo. Pobre de la niña si tocaba siquiera un grano de uva porque su padrastro se ensañaba en golpearla hasta hacerla perder la conciencia.

Como no era hija de aquel hombre, la odiaba, y era evidente ante la diferencia del trato que se le daba a Susana versus a sus hermanos gemelos. La niña no tenía ropa nueva, no comía bien, estaba sucia y llena de piojos. Sus hermanos, en cambio, tenían ropa nueva cada semana, eran bien alimentados y gozaban de una buena apariencia.

Aun así, pese a su mala vida, lloró cuando su madre la dejó en el orfanato, quiso abrazarla, pero fue rechazada, porque a pesar de la mala vida era una niña que seguía amando a su madre. Susana tensó la mirada al recordarlo sintiendo una dolorosa punzada.

Tal vez, en el fondo, ese era uno de los miedos que carga Susana con su embarazo, ser una buena madre ¿Cómo podrá serlo si no tiene un ejemplo de como debería ser una buena madre? Piensa, eso sí, que su hijo nunca lo dejará pasar hambre, que cuidará de su salud y limpieza. Y jamás dejará que nadie le ponga una mano encima.

—Hija, tus hermanos quieren verte también y…

—Señora —la interrumpió con sequedad—. ¿Qué es lo que quiere? Usted no me buscaría simplemente porque me extraña, sabemos que eso no es así.

La mujer se quedó paralizada ante la fría mirada de su hija, la verdad es que no pensaba que la niña, que lloró tanto cuando la abandonó a petición de su pareja, la recibiera de esta forma.

Titubeó, pero le bastó ver los caros zapatos de su hija y esa cartera que, aunque era de una colección pasada, sigue valiendo mucho dinero.

—Tu padrastro está muy enfermo, su tratamiento es muy costoso y…

—No tengo dinero —exclamó Susana con intenciones de seguir su camino.

—¿Cómo que no? —la mujer la agarró del brazo llamando la atención de los presentes—. Soy tu madre y aun así te niegas a ayudarme.

Susana se quedó en silencio con la mirada fija en la mujer. Ya no es la belleza de antes que se jactaba de tener un hombre con dinero a su lado que podría darle todo y que por eso no estaba dispuesta a sacrificar su vida por la de una mocosa cuyo padre la abandonó antes de nacer.

Si su madre nunca la hubiera dejado, si nunca hubiera terminado en ese orfanato, su destino hoy no sería estar atrapada en las manos de un tipo como Antonio y en una familia ambiciosa que nunca la vio más como una usurpadora.

Se soltó de las manos que la sostenían y sin decir nada siguió su camino por el pasillo fingiendo no escuchar los murmullos que se levantaron a su paso apuntándola como la mala hija que se hizo rica y no es capaz de ayudar a su pobre madre.

En casa, al darse una ducha, notó que su brazo había quedado marcado por la fuerza como su madre le sostuvo el brazo. Entrecerró la mirada, recordando como de niña su cuerpo no dejaba de tener los moretones de las palizas que le daba su padrastro y como esa mujer solo observaba con indiferencia su tortura.

Es por eso por lo que cuando fue adoptada por los Fave creyó que al fin tendría una madre que la quisiera, pero la realidad le golpeó tan duro que terminó solo volcando su cariño a la mujer que yace en el hospital. Su abuela Minerva fue severa, a veces cruel, pero aun así cuando enfermaba era la única que se sentaba al lado de su cama y le tomaba la temperatura, era la única que asistía a sus graduaciones y se preocupaba de su ropa y comportamiento. Pese a que, por una parte, todo lo hacía porque necesitaba un heredero digno para Susana, aun así, la hacía sentir que existía.

Bajó la cabeza dejando caer el agua tibia de la ducha sobre su rostro, y entrecerró sus ojos, notando su vientre abultado. Si hubiera hecho caso a la anciana, su vida hubiera sido lidiar con la ambición de los Fave, pero eso, tal vez, hubiera sido mejor que haber terminado así. Embarazada y en manos de un hombre del cual no entiende sus intenciones, y si en verdad la ama o sigue buscando vengarse de quien tomó su lugar.

Tal vez por ello, luego de terminar de ducharse, su expresión mostraba su ánimo decaído, el cual no pudo cambiar al ser sorprendida por la penetrante y oscura mirada de Antonio Fave.




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