Era usual entrar a clases escuchando los murmullos que se levantaban a su alrededor. Fingir no importarle, era lo mejor, pero era un muchachito aún en desarrollo que le dolía las indirectas crueles de sus compañeros de curso.
La causa, su sobrepeso. Pero nadie se atrevía a decir algo frente a él porque su mirada fría, su expresión intimidante y el temible apellido Fave que trae consigo, hacía que solo se atrevieran a hablar a sus espaldas.
Hasta que llegó ese extraño día de lluvia. Cuando Alejandro llegó a su puesto vio como habían rayado la mesa y la silla con la palabra "oing". Aunque nadie dijo nada pudo escuchar las risas que intentaban esconder.
Un colegio de elite, de niños mimados y ricos, no dejaba de ser igual a cualquier otra escuela cuando se trata de acosar, burlar, y humillar a la víctima elegida. Y en este caso la víctima era Alejandro Fave.
Fingir que no le afectaba era lo suyo. Pero fuera de las paredes del colegio, fuera de la vista de sus padres, tal como su madre lo decía, Alejandro era un chico sensible que le afectaban las burlas y el rechazo. Y abrazaba de su vieja compañera, su cerda Petunia, buscaba consuelo.
Las cosas empeoraron día tras día. Si al principio era el banco, luego fueron carteles burlescos pegados en la escuela, el ruido de "oing" por los pasillos en que caminaba y quienes lo observaban en silencio, pero con la mirada vil de seres sádicos que gusta de ver disfrutar a otros.
—Ya basta —la voz que se alzó ese día que al abrir la puerta una mezcla de agua y basura cayó encima de su cabeza detuvo las risas burlescas.
El chico aplicado de la clase, el presidente del curso, habló por primera vez interrumpiendo las risas a su alrededor. El muchacho de cabellos castaños y ojos de color marrón se paró delante de las clases antes de llevarse a Alejandro consigo rumbo al gimnasio para ayudarlo a conseguir ropa y pudiera darse un baño.
Alejandro, poco dado a relacionarse con sus compañeros, solo lo acompañó en silencio.
—Lo siento, debí detenerlos antes, no suelo enfrentarme a matones, pero ya era demasiado...
—Está bien —respondió Alejandro sin mirarlo.
—¿Te parece que de ahora en adelante seamos amigos? —le preguntó con una sonrisa—, ellos abusan porque te ven solo, si te ven con amigos dejarán de molestarte y...
Alejandro sonrió a la fuerza.
—No necesito amigos por compasión —lo interrumpió.
—¿Amigos por compasión? —repitió el otro muchacho antes de sonreír con suavidad—. No tendría amigos por compasión, en verdad quiero ser tu amigo, eres estudioso, listo, y pareces ser muy divertido. Quisiera que nos conociéramos más.
Alejandro guardó silencio, mirándolo de reojo. Quisiera tener amigos, pero es desconfiado, hasta ahora las pocas amistades que tuvo en su vida solo se acercaron porque sus padres los empujaron a hacerlo soñando con futuras relaciones comerciales con los Fave.
—Voy a casa, no creo que encontremos ropa de mi talla —señaló deteniendo sus pasos—. Te agradezco tu ayuda.
Le dio la espalda, dispuesto a alejarse.
—¿Y aceptas ser mi amigo? —le preguntó el otro en voz alta.
Alejandro detuvo sus pasos antes de girarse.
—Lo pensaré, eh... —lo quedó mirando, abriendo los ojos como si intentara recordarlo.
El otro muchacho al verlo se echó a reír, y es que en verdad era la primera vez que veía una expresión distinta en el rostro de Alejandro. Usualmente, aquel siempre luce serio, frío y de mal humor.
—Felipe —señaló su nombre en voz alta—. Felipe Lira
Alejandro solo lo contempló por un momento antes de darle la espalda. No es bueno para recordar nombres, solo lo hace con las personas que realmente le parecen interesantes y hasta ahora aquel compañero que solo era un número más tomaba un rostro y un nombre que recordaría toda su vida.
Este fue el inicio de una amistad que duró lo que quedaba del último semestre de ese año. Poco a poco, durante ese tiempo, Alejandro pudo empezar a confiar y abrirse ante el risueño presidente de la clase. Jamás pensó tener un amigo como él, y tal como Felipe le había dicho, las burlas comenzaron a desaparecer. Nadie se burlaba de su sobrepeso, solo lo contemplaban de lejos, el respeto que le tenían a Felipe era algo que Alejandro comenzaba a admirar.
Las vacaciones pasaron volando, y un nuevo año comenzaba. Alejandro había bajado de peso, aun así seguía teniendo kilos de más.
Ha bajado de peso, y todo porque alguien le contó a su padre sobre el acoso que sufrió a causa de este. Se había pegado un estirón y además su padre lo empujó a entrar a la clase de básquetbol pese a que por su tamaño le resultaba difícil. Colocándole un entrenador a tiempo completo, cambiando sus rutinas diarias y de alimentación, y enviándolo a una escuela de deportes todo el primer semestre.
—¡Oye, Alejandro! ¿Ya te luciste por toda la escuela?
El muchacho que acababa de entrar al salón de clases sonrió ante la sorpresa de los presentes. Felipe, el único amigo de Alejandro, el expresidente de la clase, hizo que todo el salón se iluminara con su presencia.
Alejandro bufó, aun ante la risueña expresión de su amigo, Felipe Lira. Aquel de cabellos castaños, revueltos, y ojos oscuros, le volvió a sonreír con complicidad.
Y es que al ser miembro del clan Fave, Alejandro tenía cierta fama sin habérsela ganado. Y aunque por dentro es un dulce y tímido muchacho, que ama a los animales y gusta comer pasteles en compañía de su madre, él prefería que le temieran para protegerse y que nadie se diera cuenta de que en realidad solo era una temerosa persona con nulas habilidades sociales.
Solo Felipe, quien lo salvó de las burlas de los otros por su peso, sabe como es en realidad aquel muchacho que parece ser indiferente y frío.
—¡Vamos a almorzar! —exclamó Felipe, apenas tocaron el timbre lanzándose casi sobre Alejandro y rodeando su cuello con su brazo—. Hoy dijeron que habría cerdo con papas, es mi preferido...
#868 en Novela romántica
#285 en Otros
#115 en Humor
psicopata obsesion odio abuso suspenso, matrimonio forzado sin amor, amor celos
Editado: 14.11.2024