La enorme casa abandonada fue como un castillo embrujado ante los ojos curiosos del pequeño niño. Abrazado a su pequeña cerda, caminó detrás de sus padres sin escuchar la conversación que los adultos tenían entre ellos.
Lo único que sabe que este majestuoso lugar, que incentiva la imaginación infantil con cuentos de príncipes héroes, princesas atrapadas y dragones, fue el hogar de un viejo familiar.
Petunia saltó de sus brazos y se fue corriendo sin que sus padres se dieran cuenta, parecen muy interesados hablando con el hombre, y el niño, que suele ser tranquilo y obediente, sin que lo notaran, se desapareció para alcanzar a su cerda.
Corrió por todo el jardín, sin notar que se perdía entre el jardín poco cuidado, entre la maleza y las plantas que por años crecieron sin cuidado. Llegó a una cerca natural donde una roída puerta de madera yace en el piso.
—¡Petunia! —gritó Alejandro sin recibir respuestas.
Pero el chillido de un ave lo espantó tanto que cayó al piso sentado. Aquel lugar luce tan abandonado y descuidado que comenzó a sentir miedo, e incluso ni siquiera su voz sale de su garganta. La vegetación ha crecido de forma descuidada, las ramas de los rosales lucen secos y lúgubres, los árboles oscuros y silencioso. Pero las flores del fondo, iluminadas con los rayos de un sol mañanero, parecen brillar con pequeñas motas doradas que flotan en el aire. Se acercó curioso notando una banca de madera, qué vieja apenas logra sostenerse.
—¿Qué haces aquí tan solito? —le preguntó la mujer sonriendo con amabilidad.
Aquella, vestida a la usanza antigua, un estilo post Segunda Guerra Mundial, se inclinó con cordialidad para luego sentarse en la banca que no pareció inmutarse pesé a su mal estado. El niño cruzó los brazos y con expresión orgullosa respondió.
—Seré el nuevo dueño de estos terrenos —dijo con actitud segura.
La mujer se echó a reír con suavidad.
—Ya veo, entonces voy a pedirte un favor, este jardín secreto lo construyó mi amado esposo para mí ¿Podrías reconstruirlo algún día?
Alejandro cruzó los brazos pensativos en el momento en que Petunia se acercaba a su lado, a la cual abrazó al tomarla en sus brazos.
—¿Dónde te habías metido? —la reprendió con suavidad.
—¿Es tuya? La encontré perdida en el jardín, así que la guíe hasta acá —indicó la mujer entrecerrando los ojos con actitud simpática—. ¿Es tu mascota?
—Sí, es mi mejor amiga —respondió con sinceridad.
—Ya veo, es una cerdita muy inteligente.
—Sí, mi madre, por eso me la regaló, es muy lista, la mejor —Alejandro sonrió orgulloso, luego recordando lo que estaban hablando antes, agregó—. Prometo arreglar tu jardín, va a quedar muy bonito.
La mujer se colocó de pie inclinando la cabeza con gratitud.
En eso la voz de Susana y Antonio llamándolo llegaron a sus oídos.
—Son mis padres, debo irme, fue un gusto conocerla, señorita...
—Tamara —le respondió aquella sonriendo.
—Tamara —repitió con los ojos bien abiertos—. Su nombre es bonito.
Luego el llamado de sus padres le hizo recordar que debe ir con ellos, Alejandro se despidió con rapidez antes de alejarse corriendo.
La mujer se quedó mirándolo con expresión cariñosa.
—La vida parece haberte dado ahora una nueva oportunidad, espero que seas feliz —luego Tamara vio su jardín por última vez, en donde vivió tantos momentos felices junto a su esposo Alexander—. Gracias por todo, amor mío, ya me tocó mi turno de irme.
Y mientras el viento soplaba, la imagen fantasmal desapareció. Y la promesa, con el tiempo, se cumplió.
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Editado: 14.11.2024