El día finalmente había llegado. Me desperté temprano, el corazón latiendo con fuerza en el pecho. Hoy sería el día en que dejaría mi casa, la casa que me había visto crecer durante diecinueve años. Miré alrededor de mi habitación, intentando memorizar cada rincón: las fotos en la pared, el escritorio donde había pasado horas estudiando, mi cama... cada detalle me parecía más significativo ahora que estaba a punto de irme.
Frente al espejo, me dije una última vez: "Clara Zaideth Smith Morrison", dije en voz alta. Mi nombre sonaba raro saliendo de mis labios, como si ahora significara algo más. Clara Zaideth, me repetí una vez más, intentando acostumbrarme a la idea de que pronto sería una estudiante universitaria en Inglaterra, lejos de todo lo que conocía.
—¿Lista? —preguntó mi madre al asomarse por la puerta. Su voz sonaba tranquila, pero podía notar la melancolía en sus ojos.
—Sí, más que lista —respondí, aunque por dentro sentía una mezcla de nervios y emoción.
Mi padre apareció detrás de ella, con una sonrisa orgullosa pero con una sombra de tristeza. Ambos sabían que este día llegaría, pero ahora que estaba aquí, parecía que ninguno de los tres estaba completamente preparado.
Había empacado todo una semana antes. Mi maleta, repleta de ropa, libros y recuerdos, estaba lista junto a la puerta. Caminé hacia ella, respirando hondo, y la agarré con ambas manos.
—No es que ya no los quiera —bromeé, intentando aliviar el ambiente—, pero no puedo evitar estar emocionada por salir al mundo.
Mi madre soltó una risita y me dio un abrazo fuerte. Su abrazo me llenó de una calidez familiar que supe que extrañaría. Luego, mi padre se acercó y me dio un apretón en los hombros.
—Estoy muy orgulloso de ti, Clara. —Su voz era suave, pero firme—. Pero, por favor, ten cuidado. Ya sabes cómo es... nuestra familia. Hay personas que podrían intentar aprovecharse. No confíes en nadie fácilmente, ¿de acuerdo?
Asentí, sabiendo exactamente a lo que se refería. Ser hija de unos empresarios tan conocidos siempre había venido con advertencias. Mi padre siempre temía que alguien quisiera secuestrarme o aprovecharse de nuestra fortuna.
—Lo sé, papá. Seré cuidadosa, te lo prometo.
A las seis de la mañana, salimos de la casa y nos dirigimos al aeropuerto. El camino en coche fue silencioso, lleno de pensamientos y emociones. Mis padres me habían regalado un vuelo en primera clase a Inglaterra, y también habían alquilado un departamento cerca de la universidad para que pudiera vivir cómodamente.
En el aeropuerto, el ambiente se volvió aún más pesado. Sabía que esta despedida sería dura, pero no esperaba que me invadiera una ola de emociones tan fuerte. Nos detuvimos en la entrada, y al girarme hacia mis padres, me di cuenta de que era real. Estaba a punto de dejarlos.
—Voy a extrañarlos tanto —susurré, con lágrimas que comenzaban a llenar mis ojos.
Mi madre fue la primera en quebrarse. Sus lágrimas rodaban por sus mejillas mientras me abrazaba con fuerza.
—Disfruta todo, Clara. Vive cada momento, pero no olvides llamarnos cada vez que puedas, ¿sí? —Su voz se quebraba entre palabras.
—Te llamaré todos los días, mamá. No te preocupes —le respondí, abrazándola aún más fuerte.
Mi padre se acercó después. Intentaba mantener la compostura, pero pude ver la tristeza en sus ojos. Era un hombre de pocas palabras, pero las que me dijo fueron suficientes para quebrarme:
—Sigue tus sueños, pero nunca olvides quién eres.
Le asentí, tragando el nudo que se había formado en mi garganta. Después de un último abrazo, supe que era hora de irme. Caminé hacia la fila de seguridad, sintiendo que con cada paso me alejaba de mi antigua vida.
Mientras hacía la fila, miré una última vez a mis padres. Estaban ahí, de pie, tomados de la mano. Me despedí con la mano antes de dar la vuelta y pasar por seguridad.
El vuelo fue una mezcla de emociones. Me senté en mi asiento de primera clase, mirando por la ventana mientras el avión despegaba. El horizonte de mi ciudad natal se desvanecía lentamente mientras nos elevábamos hacia las nubes.
"Este es solo el comienzo", pensé mientras la emoción volvía a tomar el control. Tenía la oportunidad de empezar de nuevo, de estudiar lo que siempre había soñado, y de explorar un nuevo país.
—¿Le gustaría algo para beber, señorita? —me preguntó una azafata con una sonrisa cálida.
—Un jugo de naranja estaría bien, gracias —respondí, aún absorta en mis pensamientos.
El vuelo fue tranquilo, y después de un rato me quedé dormida. Cuando desperté, una suave mano me tocó el hombro.
—Estamos a punto de aterrizar en Inglaterra —me informó la misma azafata.
Inglaterra. Finalmente estaba aquí.
Al bajar del avión, el aire frío de Londres me golpeó de inmediato, despertándome por completo. El aeropuerto era enorme, y mientras caminaba con mis maletas, un chofer me esperaba sosteniendo un cartel con mi nombre.
—Señorita Smith Morrison, bienvenida a Londres —me saludó con una ligera inclinación—. Sus padres me han contratado para llevarla a su nuevo departamento.
—Gracias —le respondí, siguiendo sus pasos hacia un coche negro que esperaba en la entrada.
El trayecto fue increíble. Londres era mucho más de lo que había imaginado: las calles llenas de historia, los edificios antiguos mezclados con lo moderno. Me sentía como en un sueño, como si no pudiera creer que ahora este sería mi hogar.
Cuando llegamos al departamento, me sorprendió lo amplio y lujoso que era. Tenía una cocina moderna, una sala de estar acogedora, tres habitaciones y un escritorio enorme donde sabía que pasaría horas estudiando.
—Es... increíble —murmuré para mí misma, recorriendo cada rincón.
Finalmente, escogí una de las habitaciones que tenía una vista perfecta del campus. Desde la ventana podía ver los edificios de la universidad y parte de la ciudad. Era todo lo que había soñado y más.