En otra vida

III

Había pasado una semana desde que las clases habían comenzado, y poco a poco, el campus universitario se sentía menos abrumador. Ya conocía los edificios, los horarios, y había establecido una pequeña rutina que me hacía sentir más en control de mi vida en Inglaterra.

La relación con Sofía se había fortalecido, y juntas hacíamos los días más llevaderos. Afortunadamente, desde nuestro primer roce, Meyer no había vuelto a hablar conmigo. Nos cruzábamos en clases o en los pasillos, pero él parecía más concentrado en su propio mundo. No podía decir que eso me molestara; prefería la paz.

Un día, decidí quedarme en la biblioteca después de clases. Tenía un ensayo por terminar y necesitaba un lugar tranquilo donde pudiera concentrarme. Elegí una mesa junto a la ventana, que dejaba entrar la suave luz del atardecer. Abrí mis libros y me sumergí en la lectura, disfrutando del silencio que me rodeaba.

Estaba tan concentrada que no noté cuando alguien se acercó. Fue solo cuando una voz suave y tímida rompió el silencio que levanté la vista.

—¿Este asiento está ocupado?

Parpadeé, sorprendida. Frente a mí había un chico alto, con el cabello castaño claro y unos ojos verdes que brillaban con timidez. Tenía un aire elegante, pero desaliñado, como si no estuviera del todo seguro de si debería haberme interrumpido.

—Eh… no, claro, siéntate —respondí, sonriendo educadamente.

Él colocó su mochila en el asiento y se sentó frente a mí, sacando un cuaderno y algunos libros. Había algo en su forma de moverse que me resultaba curiosamente cautivador: era cuidadoso, casi delicado, como si cada uno de sus movimientos estuviera bien calculado.

—Perdón por interrumpir —dijo, mirándome brevemente antes de bajar la vista a su cuaderno—. Vi que estabas sola y pensé que quizás te gustaría compañía.

Su acento era suave, con un toque extranjero que no tardé en identificar.

—No te preocupes, no me interrumpiste. ¿Eres… francés? —pregunté, tratando de entablar conversación.

Él sonrió tímidamente, levantando la vista por un momento antes de asentir.

—Sí, soy de Lyon. Me llamo Étienne.

—Clara, encantada. —Sonreí, sintiéndome un poco más relajada.

Hubo un momento de silencio, pero no era incómodo. Étienne parecía tranquilo, aunque cada tanto me lanzaba miradas rápidas, como si estuviera intentando decir algo pero no se atreviera.

—¿Estás en primer año? —pregunté, intentando continuar la conversación.

Él asintió.

—Sí, estoy estudiando Literatura Comparada. ¿Y tú?

—Relaciones Sociales —respondí—. Es un campo bastante diferente, pero me encanta. Aunque a veces parece que todo se vuelve un caos.

Él sonrió, pero esta vez de una forma más amplia.

—Eso es lo que ocurre cuando encuentras algo que te apasiona. El caos es inevitable.

Me sorprendió lo rápido que me había sentido cómoda con Étienne. Había algo en su manera de hablar, en su forma respetuosa y calmada de mirarme, que me hacía sentir que podía relajarme y ser yo misma. Seguimos hablando durante un rato, compartiendo anécdotas sobre nuestras clases, la universidad y nuestras experiencias como estudiantes internacionales.

—¿Te gusta el cine? —preguntó de repente, rompiendo el hilo de la conversación.

—Sí, bastante —respondí—. Aunque no he tenido mucho tiempo para ver películas desde que llegué aquí.

Él asintió, y vi cómo sus manos jugueteaban nerviosamente con una esquina de su cuaderno.

—Eh... bueno, no sé si te interesaría... —titubeó, claramente nervioso—. Pero están dando una película francesa este fin de semana en un cine cercano, y pensé que... bueno, tal vez te gustaría ir... conmigo.

El corazón me dio un pequeño vuelco. ¿Étienne me estaba invitando a salir? Había algo dulce en la forma en que lo había dicho, tan vacilante, tan genuino. Sentí que un pequeño rubor subía por mis mejillas.

—Me encantaría —respondí con una sonrisa tímida—. Suena divertido.

Él pareció respirar aliviado y sonrió de nuevo, esta vez con más confianza.

—¡Genial! Entonces... ¿el sábado por la tarde?

—El sábado está perfecto.

Después de un rato más de conversación, decidimos despedirnos. Étienne fue un caballero hasta el último momento, asegurándose de que yo tuviera todo lo que necesitaba antes de irme. Mientras caminaba de regreso a mi departamento, me sentía emocionada por nuestra salida al cine. Era agradable tener algo diferente que esperar, algo fuera de las clases y de la rutina.

Estaba sumida en mis pensamientos cuando escuché una voz familiar detrás de mí.

—Ey, ojitos raros, espera un segundo.

Mi cuerpo se tensó al instante. Solo una persona sería capaz de llamarme de esa forma, y sabía perfectamente quién era.

Meyer.

Me detuve, girando lentamente para encontrarlo caminando hacia mí con esa sonrisa burlona que me sacaba de quicio.

—¿Ojitos raros? —repetí, cruzándome de brazos—. ¿Es lo mejor que se te ocurre?

Meyer se encogió de hombros, todavía sonriendo.

—Bueno, es lo primero que pensé cuando te vi. Tus ojos son... peculiares.

—Lo que es peculiar es que sigas molestándome —respondí, mi tono cortante—. ¿Qué quieres?

Él me miró, claramente disfrutando de mi irritación.

—Nada en particular. Solo te vi pasar y pensé que podríamos charlar un poco. ¿Qué pasa? ¿Tienes prisa por ver a tu nuevo amigo francés?

Sentí que la sangre se me subía a la cabeza.

—¿De qué estás hablando? —respondí, tratando de mantener la calma.

Meyer soltó una carcajada suave.

—Vi cómo te miraba ese chico en la biblioteca. ¿Así que ahora sales con los nerds?

Lo miré con incredulidad.

—Étienne no es un nerd. Es amable, inteligente y, lo más importante, no es un patán como tú.

Meyer levantó las manos en un gesto de falsa inocencia.

—Vaya, vaya. Parece que te he tocado un nervio, ojitos raros. Solo bromeaba.

—Bueno, tus bromas son patéticas —respondí, ya sin ganas de seguir escuchándolo—. Y si tienes algún problema con que alguien me invite a salir, eso es tu problema, no el mío.




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