Ha pasado una semana desde la última vez que hablé con Meyer, y cada día que pasa el silencio entre nosotros se vuelve más denso, casi palpable. En estos días, he intentado de todo para evitar pensar en él. Me he sumergido en mis estudios, he salido más con Sofía y he evitado cualquier lugar donde podría encontrarlo.
Pero, de alguna forma, siempre termina apareciendo en mis pensamientos. Lo peor de todo es que no entiendo por qué su reacción me afectó tanto. Nunca habíamos sido cercanos, no de esa manera. Pero aquella conversación, ese momento en el que simplemente le pregunté su nombre, me dejó con una extraña sensación de vacío.
No sé nada de él, y, sin embargo, parece que cada vez que estamos juntos hay algo en su mirada que me atrapa. Como si detrás de esos ojos fríos hubiera una historia que él mismo lucha por esconder. ¿Pero qué historia puede ser tan importante como para ocultar hasta su propio nombre?
Sofía ha notado mi cambio de humor, por supuesto. Ella siempre nota todo. Desde hace días que no deja de insistirme en que debo distraerme, que no debería permitir que alguien como Meyer me afecte tanto.
—Clara, este fin de semana es el evento más importante del semestre —me dice mientras estamos sentadas en el café de la facultad, removiendo su té con una expresión de falsa indiferencia—. No puedes faltar. Será una oportunidad increíble para desconectar, vestirte increíblemente bien, y... —hizo una pausa mientras sus ojos me estudiaban—, tal vez puedas hablar con Meyer.
La miré por encima de la taza de café, rodando los ojos de manera casi automática. No es que no quisiera hablar con Meyer, es solo que no sabía si estaba preparada para enfrentarlo de nuevo.
—Sofía, no creo que hablar con Meyer sea lo que necesito ahora —resoplé, echando azúcar en mi café con más fuerza de la necesaria—. No después de cómo se comportó la última vez. Fue tan… frío. Cerrado. No entiendo qué fue lo que pasó.
Sofía dejó su cuchara a un lado, apoyando los codos sobre la mesa mientras me miraba con esa expresión de quien sabe más de lo que está diciendo.
—Clara, lo entiendo. Créeme. Pero tienes que pensar que a veces las personas tienen más carga en sus cabezas de lo que aparentan. Puede que Meyer sea un idiota, pero también puede que esté lidiando con algo mucho más complicado de lo que te imaginas. ¿No te parece que deberías darle la oportunidad de explicarse? Si lo hace, bien. Y si no... entonces sabrás que no vale la pena seguir dándole vueltas a esto.
—¿Y si no se explica? ¿Y si simplemente se sigue cerrando en banda? —pregunté, no muy convencida.
Sofía sonrió, esa sonrisa traviesa que siempre me irritaba porque sabía que tenía razón.
—Bueno, entonces sabrás que no es el tipo de persona que te interesa. Pero, por favor, Clara. No me puedes dejar sola en ese evento. Es la oportunidad perfecta para ver cómo se comporta. Si quiere hablar, lo hará. Si no, sabrás que no hay nada que salvar. Pero, hagas lo que hagas, ponte ese vestido rojo. Te va a ver increíble.
No pude evitar sonreír. Era imposible decirle que no a Sofía cuando ya había trazado todo un plan. Y, en el fondo, parte de mí quería verlo. Quería saber qué tenía que decir.
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El día del evento llegó más rápido de lo que esperaba. Pasé horas debatiéndome frente al espejo. Me puse el vestido rojo que Sofía insistió que usara, pero no podía evitar sentirme fuera de lugar. El auditorio, donde se celebraba el evento, estaba lleno de estudiantes vestidos con elegancia, risas y conversaciones llenaban el espacio. Era como entrar en una burbuja de glamour, y me sentía una extraña.
Sofía y yo entramos juntas, pero mientras ella se dejaba llevar por el entusiasmo del evento, mi mente no podía dejar de vagar. Cada vez que mis ojos recorrían la sala, lo buscaba a él. No quería admitirlo, pero la idea de verlo me provocaba una mezcla de emoción y ansiedad.
—Clara, ¿me estás escuchando? —preguntó Sofía, dándome un suave codazo.
—¿Qué? —Parpadeé, volviendo a la realidad.
—Te estaba diciendo que los chicos de la mesa de proyectos están haciendo un sorteo para ir a una conferencia en Londres. Sería genial si participas. —Sofía me miró, entre divertida y exasperada. Sabía perfectamente dónde estaba mi mente—. Oh, vamos. ¿Estás buscándolo? No puedes ser tan obvia.
Abrí la boca para protestar, pero entonces lo vi. Meyer estaba allí, al otro lado del auditorio, cerca de una de las columnas. No lo había visto en una semana, pero parecía que no había pasado ni un día. Estaba rodeado de gente, probablemente amigos o compañeros, pero su expresión era tan distante como siempre. A pesar de la multitud, Meyer no parecía estar presente. Parecía… solo.
Y entonces, de repente, su mirada se alzó y nuestros ojos se encontraron.
Sentí un vuelco en el estómago. Quería apartar la vista, fingir que no lo había visto, pero no pude. Nos quedamos mirándonos, el ruido y las conversaciones a nuestro alrededor se desvanecieron por completo. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Finalmente, Meyer hizo un gesto rápido hacia las personas que lo rodeaban, disculpándose, y comenzó a caminar en mi dirección.
Mi corazón latía con fuerza. Sentía las piernas tensas, las manos sudorosas. ¿Qué iba a decirme? ¿Qué haría yo?
Sofía, que claramente había notado todo, me lanzó una mirada de complicidad antes de deslizarse hacia la multitud.
—Te dejo sola —susurró con una sonrisa, desapareciendo entre la gente.
Meyer se detuvo frente a mí, su expresión seria pero con algo vulnerable en sus ojos, algo que nunca había visto en él antes.
—Clara —dijo, su voz profunda pero suave—. Necesito hablar contigo.
Mi garganta se secó. Lo último que quería era discutir en medio de tanta gente, pero tampoco podía rechazarlo. La curiosidad, el deseo de entenderlo, era más fuerte que cualquier temor que pudiera tener.
—De acuerdo —dije, con un tono más firme de lo que sentía por dentro.