—Mi padre es…
Pero justo cuando iba a pronunciar el nombre, el sonido de la puerta del departamento golpeando de nuevo nos interrumpió. Ambos nos giramos, sorprendidos, mientras el momento de revelación se esfumaba entre nosotros.
Meyer suspiró, frustrado, y miró la puerta como si fuera un obstáculo más en su vida.
—Nos vemos mañana, Clara —murmuró, levantándose con resignación—. Quizá entonces…
Sin más, salió, dejándome con un millón de preguntas sin respuesta y el eco de su advertencia resonando en mi mente. Podía sentir su mirada fija en mí antes de desaparecer. Algo en su tono me dejó inquieta, como si un cambio inminente estuviera a punto de suceder.
No pude evitar quedarme quieta, observando la puerta cerrarse tras él, preguntándome si realmente había estado tan cerca de revelar lo que había estado guardando por tanto tiempo. ¿Por qué me había detenido?
Unos segundos después, Sofía entró al apartamento, interrumpiendo mi trance.
Al verme, sus ojos brillaron, pero entonces su expresión cambió al ver a Meyer salir. Estaba parada en el umbral de la puerta, con la boca abierta, y sus ojos se agrandaron con sorpresa.
—¿Qué… qué hace él aquí? —preguntó, con una pizca de incredulidad en la voz.
La observé, divertida por su reacción. No era para menos, siempre había sido un tanto celosa de cualquier chico con el que yo pasara tiempo. Pero lo que sucedió después me tomó por sorpresa.
Sofía dejó caer la bolsa de golosinas que traía y se giró hacia mí. Su rostro pasó de la sorpresa al enojo en cuestión de segundos.
—Clara, ¿te acostaste con Meyer? —preguntó, alzando las cejas, como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Qué?! No —respondí rápidamente, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba. La incomodidad me invadió.
¿Por qué estaba reaccionando así?
¿Por qué sentía que sus palabras me calaban más de lo esperado?
Sofía me miró fijamente, una expresión mezcla de incredulidad y decepción pintada en su rostro. De repente, sus palabras fueron más afiladas, llenas de juicio.
—Eres una zorra. ¿Estás feliz, Clara? —dijo, y pude sentir el veneno en sus palabras. Cada una de ellas me atravesaba, y no sabía cómo defenderme.
—¿Qué, Sofi? ¿Por qué me dices eso? ¡Solo estábamos hablando! —exclamé, levantando la voz sin querer, asustada por el cambio de actitud tan repentino.
Sofía se quedó en silencio por un momento. Su rostro pasó de la furia a la confusión, luego a la tristeza. Vi cómo su mirada se suavizaba, aunque su orgullo parecía resistirse a aceptar sus propios sentimientos. Finalmente, sus ojos se llenaron de arrepentimiento.
—Clara, lo siento. No fue mi intención. Es que… yo solo quiero protegerte. Me preocupas, ¿entiendes? —dijo, con una sonrisa forzada—. Yo solo venía para pasar una noche de chicas, ya sabes… para olvidarme de todo esto.
Observé la bolsa de golosinas que había dejado caer en el suelo, como si fuera la última cosa de la que se quisiera preocupar en ese momento.
La tomé y la dejé en la mesa, sintiendo cómo la tensión comenzaba a desvanecerse, aunque las palabras de Sofía seguían flotando en el aire.
—Está bien, Sofi, pasa. No pasa nada —respondí, tratando de tranquilizarla. Mis palabras no se sentían tan firmes como las esperaba, pero tenía que dejar atrás el malentendido. Quizá si dejábamos todo atrás, podríamos seguir adelante.
Sofía caminó hacia el sofá, tirándose sobre él con un suspiro de alivio. Mientras se acomodaba, no pude evitar notar el pequeño suspiro de frustración que dejó escapar. Sabía que todavía algo la inquietaba.
—Oye, Clara, ¿en serio estás bien con todo esto? —me preguntó, volteándose hacia mí con una mirada seria—. No quiero que te lastimen, ¿entiendes?
Yo no sabía qué decir. Meyer… su presencia seguía rondando en mi cabeza, y aunque las palabras de Sofía me preocupaban, también me hacían sentir culpable, como si ella tuviera razón en su forma de ver las cosas.
Me senté a su lado en el sofá, pero no respondí de inmediato. En su mirada había algo más. Algo más que celos, algo más profundo, como si hubiera más en juego de lo que ella estaba dispuesta a admitir.
Me sentí un poco atrapada, como si las palabras de Sofía tuvieran un peso que yo no quería cargar.
—¿Sabes qué? No te preocupes tanto. No todo tiene que ser un desastre —dije, tratando de romper la tensión que se había formado entre nosotras. La noche aún podía ser nuestra, solo si dejábamos a Meyer fuera de la conversación.
Sofía frunció el ceño, pero al final se relajó y sonrió de nuevo. Parecía que el aire estaba volviendo a su curso natural, aunque una pizca de incomodidad permaneció. El silencio entre nosotras era denso, pero sabíamos que era lo único que podíamos hacer para dejar atrás ese momento.
Empezamos a sacar las golosinas de la bolsa y reírnos de las películas malas que Sofía había traído. Aunque mi mente seguía ocupada por lo que había pasado con Meyer, me esforzaba por concentrarme en la calidez de la compañía de Sofía.
La noche continuó, y aunque mi corazón latía con un ritmo diferente, traté de disfrutar de la amistad que, al final, parecía ser lo único que realmente tenía seguro.
Pero cada vez que mencionaba a Meyer, Sofía se tensaba, sus ojos se oscurecían con una mezcla de celos y protección.
Cada palabra que decía sobre él se sentía como una daga en su orgullo, pero al mismo tiempo, algo en ella deseaba ver que todo iba a salir bien, aunque no lo dijera.
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Al día siguiente, Sofía se despidió temprano, no sin antes darme una última advertencia.
—Clara, solo ten cuidado con él, ¿sí? No quiero que te lastime.
—Lo sé, Sofi. Gracias por preocuparte —respondí con una sonrisa que intentaba tranquilizarla, aunque sabía que estaba decidida.
Cuando cerré la puerta, un torbellino de emociones se apoderó de mí. Había tomado una decisión: no importaba si más adelante me arrepentía, quería arriesgarme.