En otra vida

IX

-No me importa.

-Eso dices ahora -murmuró Meyer mientras se ponía la camiseta, su voz apenas audible, cargada de algo que no podía identificar. Me giró la mirada por un instante antes de apartarla, como si le pesara incluso mirarme-. Pero si estás lista para escuchar... entonces sígueme.

Sus palabras eran una invitación y una advertencia. Me quedé quieta, el corazón latiendo con fuerza, mientras él salía del cuarto.

Sentí una mezcla de nervios y curiosidad, pero también miedo. Lo seguí en silencio, mis pasos resonaban en el pasillo mientras él se dirigía al salón.

Al llegar, se detuvo frente a la ventana, dejando que la luz tenue de la luna iluminara su rostro. Estaba de espaldas a mí, con los hombros tensos, las manos apretadas en puños. Era como si estuviera reuniendo toda su fuerza para algo.

-¿Estás seguro de que quieres hablar? -pregunté con cautela, rompiendo el silencio que se sentía como una carga sobre mis hombros.

-No quiero. -Su respuesta fue rápida, casi automática. Luego dejó escapar una risa seca y amarga-. Pero creo que ya no tengo opción.

No sabía qué decir, así que me quedé quieta, esperando a que continuara. Él pasó una mano por su cabello, despeinándolo, y suspiró profundamente.

-Clara... -empezó, pero se detuvo.

El sonido de mi nombre en sus labios era diferente esta vez, como si estuviera cargado de peso, de algo que no podía soltar. Lo miré, tratando de descifrar qué pasaba por su mente.

-¿Qué pasa, Meyer? -insistí suavemente-. Me estás asustando.

-Eso es porque deberías estarlo.

Sus palabras me golpearon como una ráfaga de aire frío. Dio un paso hacia mí, pero luego se detuvo. Era como si estuviera luchando consigo mismo, debatiéndose entre hablar o no.

-¿Recuerdas cuando te dije que no preguntarás por mi nombre?

Asentí lentamente. Claro que lo recordaba. Había aprendido a no hacer preguntas sobre ellos, aunque siempre sentí curiosidad.

-Hay una razón para eso. -Hizo una pausa, mirando al suelo como si las palabras estuvieran ahí, esperándolo-. Mi familia no es... normal.

-Nadie tiene una familia normal, Meyer. -Intenté aligerar el ambiente, pero mi intento cayó en el vacío.

Él negó con la cabeza y dejó escapar otra risa amarga.

-Esto no es algo que puedas bromear, Clara.

El tono en su voz me hizo estremecer. Sabía que lo que estaba a punto de decir era grave, pero no podía imaginar hasta qué punto.

-Mi padre... -empezó de nuevo, pero su voz se quebró. Pasó ambas manos por su rostro, frustrado-. Dios, no sé cómo decir esto sin que...

Se detuvo, y durante un instante pensé que se rendiría, que no me diría nada. Pero luego me miró, y su expresión me dejó sin aliento. Sus ojos estaban llenos de una mezcla de desesperación y algo que no podía identificar.

-¿Confías en mí? -preguntó de repente.

-Claro que confío en ti -respondí sin dudarlo.

-Entonces no me interrumpas. Pase lo que pase, necesito que escuches todo antes de decir algo.

Asentí, mi corazón latiendo con fuerza. Meyer se giró de nuevo hacia la ventana, como si necesitara la distancia para seguir hablando.

-Mi padre... es un hombre peligroso. No en el sentido de que sea difícil o estricto. Es peligroso de verdad, Clara. Está metido en negocios que no podrías imaginar.

Mi estómago se retorció, pero no dije nada.

-No es un padre normal. -Hizo una pausa, y noté que sus manos temblaban ligeramente-. No es una persona normal.

Se quedó en silencio por unos segundos, y cuando finalmente habló, lo hizo con voz baja, como si confesara un pecado:

-Mi padre es Fabián Kraus.

El nombre cayó en la habitación como una bomba. Me quedé mirándolo, sin saber qué decir. Claro que había escuchado ese nombre. Todo el mundo lo había hecho.

-No puede ser... -murmuré, casi para mí misma.

-Es él. -Meyer giró hacia mí, su mirada fija en la mía-. El hombre que ves en las noticias, el que la gente teme. Ese es mi padre.

Intenté procesar lo que estaba diciendo, pero antes de que pudiera responder, continuó:

-Y yo no soy mejor. Soy parte de todo eso, Clara.

-¿Qué quieres decir? -pregunté, mi voz apenas un susurro.

-Significa que soy su sombra. Soy quien limpia su camino.

Me quedé paralizada, sin saber qué decir o hacer. Meyer continuó, su voz temblando ligeramente:

-Por eso nunca quise que supieras. Porque sabía que, en el momento en que lo hicieras, todo cambiaría.

-¿Eso significa que...? -Intenté hablar, pero las palabras no salían.

-Sí. -Asintió lentamente, con los ojos clavados en los míos-. Yo soy quien hace su trabajo sucio.

Sentí que el suelo se movía bajo mis pies. Intenté decir algo, cualquier cosa, pero todo lo que salió fue un débil:

-¿Por qué no me lo dijiste antes?

-Porque he pasado toda mi vida escondiéndolo. Porque te mereces algo mejor, aunque eso signifique perderte.

No podía creer lo que estaba escuchando. Todo lo que creía saber sobre Meyer estaba derrumbándose frente a mis ojos.

Pero cuando lo miré, vi algo más allá de sus palabras: vi a un chico asustado, atrapado en algo mucho más grande que él.

Me acerqué lentamente, ignorando el nudo en mi garganta, y lo abracé.

-No me importa lo que hayas hecho -murmuré contra su pecho-. No me importa quién sea tu padre. Yo confío en ti.

-Clara... -Su voz se quebró.

-No. -Me aparté lo suficiente para mirarlo a los ojos-. No voy a dejarte solo en esto.

Y entonces, antes de que pudiera decir algo más, él me besó.

El beso fue intenso, desesperado, lleno de emociones que no podía poner en palabras.

El beso lo dijo todo.

Su desesperación, su miedo, su lucha interna, y también su alivio. Era como si quisiera transmitirme todo lo que no podía expresar con palabras.

Sentí su mano temblar ligeramente mientras rozaba mi mejilla, pero no dije nada, simplemente lo dejé ser, porque sabía que lo necesitaba.




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