Sin embargo, este ejemplo ilustrativo también plantea interrogantes sobre la percepción subjetiva del valor de los eventos. ¿Qué habría sucedido si, además del encuentro con el antiguo amigo, el taxi estuviera involucrado en un accidente grave con un camión, resultando en lesiones graves para el pasajero? Este escenario plantea la complejidad de evaluar las consecuencias de los eventos y cómo nuestras percepciones pueden variar según las circunstancias.
Para comprender más profundamente esta dinámica, podemos considerar un escenario aún más complejo y divergente. Supongamos que, como resultado del accidente, el pasajero es hospitalizado y comparte la habitación con otro paciente. A medida que ambos se recuperan, entablan una conversación que eventualmente lleva a una colaboración comercial exitosa. Este ejemplo ilustra cómo las experiencias inesperadas pueden desencadenar una cadena de eventos que conducen a resultados tanto positivos como negativos, desafiando nuestras concepciones preestablecidas sobre la causalidad y el propósito en la vida.
Y así podríamos seguir planteando escenarios donde aparezcan “buenas” y “malas” consecuencias…
Pero volvamos a la pregunta original. ¿Qué hace que las cosas sean “malas” o “buenas” para nosotros? Bien, mucha de esta consigna está impregnada por nuestra personalidad. Y aquí debería hacer una aclaración: existe en nosotros dos fuerzas que interactúan en nuestra mente, a veces luchando entre sí. La personalidad, y nuestra esencia. Gurdjieff argumentó que la mayoría de las personas viven sus vidas principalmente desde un estado de identificación con su personalidad superficial, que está formada por acondicionamientos sociales, hábitos, creencias y roles sociales. Esta personalidad superficial es lo que normalmente percibimos como "yo" en la vida cotidiana.
Por otro lado, Gurdjieff afirmó que dentro de cada individuo hay una esencia más profunda y auténtica, que está conectada con una mayor conciencia y potencial humano. Esta esencia, según Gurdjieff, es más difícil de percibir y acceder debido a la influencia dominante de la personalidad superficial y a los condicionamientos culturales y sociales. Dicho esto, podríamos pensar que nuestra personalidad está formada por todos esos datos que nos han suministrado en nuestra niñez, la crianza que nuestros padres nos han dado, las circunstancias sociales en las cuales hemos crecido, la cultura que nos ha moldeado. Y el resultado de todo eso determina en nuestra mente que algo es “malo” o “bueno”. Pero, realmente estamos siempre de acuerdo con que resulta “bueno” o “malo”. Es decir, ¿estará nuestra esencia siempre de acuerdo con lo que nuestra personalidad nos sugiere…?
Sería una excelente pregunta que deberíamos hacernos más seguido.
Y es aquí donde aparece el ejemplo del hombre frente al diamante.
Imaginemos a un hombre parado frente a un diamante, esperando pacientemente que la luz atraviese la gema y se descomponga en un halo azul. Sin embargo, para que este fenómeno ocurra, la luz debe incidir en el diamante en un ángulo específico, y lamentablemente, en esta ocasión, el ángulo es distinto al esperado. El halo que se forma, en lugar de ser azul como se anticipaba, es de un vibrante color rojo. Ante esta situación inesperada, el hombre se siente frustrado y enojado. Siente que la vida le ha jugado una injusta pasada y, lleno de cólera, considera romper el diamante como acto de desafío hacia lo que percibe como un golpe del destino.
En este relato, dos cuestiones se destacan. En primer lugar, ¿y si el halo rojo que se ha formado, a pesar de no ser el esperado, guarda en su esencia otras propiedades o potenciales beneficios que el hombre podría aprovechar de manera inesperada? Esta pregunta invita a reflexionar sobre la posibilidad de que lo que inicialmente percibimos como un contratiempo o un evento desfavorable pueda contener aspectos positivos o enseñanzas ocultas que podríamos descubrir al adoptar una perspectiva diferente.
En segundo lugar, el relato sugiere que quizás el hombre podría haber cambiado la situación si hubiera decidido actuar de manera distinta. En lugar de reaccionar impulsivamente y sentirse víctima de las circunstancias, ¿qué habría pasado si el hombre hubiera decidido girar alrededor del diamante para modificar el ángulo de la luz y así percibir el halo azul que tanto anhelaba? Este ejemplo ilustra la idea de que, en ocasiones, tenemos la capacidad de alterar nuestra percepción y experiencia de un evento al adoptar una actitud distinta a la que nuestra personalidad nos indica. A veces, lo que inicialmente percibimos como un obstáculo puede contener oportunidades inesperadas si estamos dispuestos a mirar más allá de nuestras expectativas preconcebidas, y a adoptar una actitud de apertura y adaptabilidad frente a las circunstancias que nos rodean.
Recordemos esto, que hayamos planeado algo no significa que aquello fuera lo mejor que nos podría pasar. Puede que estemos equivocados, y que las nuevas circunstancias nos ofrezcan oportunidades impensadas, incluso cuando estas oportunidades involucren un sacrifico que no teníamos pensado hacer.
Indudablemente, el proceso de adoptar una perspectiva flexible y abierta ante los acontecimientos de la vida no es tarea sencilla, especialmente cuando nos enfrentamos a situaciones extremas donde nuestra reacción inicial tiende a ser de desconcierto o incluso desesperación. En tales circunstancias, resulta poco común que consideremos la posibilidad de que lo que nos sucede pueda, dependiendo del ángulo desde el cual lo analicemos, tener un aspecto positivo. Sin embargo, es importante recordar que el cosmos no se ve influido por nuestras convenciones culturales o por nuestra propia personalidad; sigue su curso indiferente a nuestras preocupaciones y expectativas humanas.