Se suponía que encontrar a Rowena era fácil, porque los fines de semana los pasaba en su casa en el pueblo, junto a su esposo Deniel. Pero cuando fui y toqué a su puerta, me abrió una mujer que yo no conocía y me dijo que la joven profesora estaba en la Academia. De esa forma, tuve que dar media vuelta y volver sobre mis pasos por la nieve y las placas de hielo que se habían formado en los senderos al congelarse el agua derretida
Los fines de semana, los alumnos salían y pasaban las horas en el pueblo cercano, disfrutando de las tabernas, teatros, salas de juego y salas de pelea. Se suponía que yo también debería estar allí, en la taberna bebiendo hidromiel junto al trío de oro de Rinam, Aedra y Noah, pero debía hacer cosas, más concretamente encontrar a Rowena y pedirle —o suplicarle—, que me dijera donde estaba alojado Jamis. Necesitaba verlo, saber cómo estaba y pasar el resto del día con él.
Por el camino de vuelta me encontré con compañeros de clase, incluso con algunos profesores. Taeva Vantha y Tyel Nela se reían sentados en una mesa en el interior de uno de los restaurantes más caros. Cuando la vi, Taeva tenía las mejillas sonrojadas por el alcohol y el cabello rubio se le había soltado de su moño, cayendo en ondas espesas por su espalda y hombros. Parecía mucho más relajada que de costumbre; era una profesora seria y estricta.
También me encontré con el profesor Lanha, que hablaba con Elana Irrian, una de las profesoras que habían estado a favor de mi castigo, e incluso que había sugerido duplicar la cantidad de latigazos, para asegurarse de que se me quedaba grabada su opinión en la piel. Cuando pasé por su lado, ambos profesores me lanzaron una mirada de odio, pero yo simplemente seguí caminando como si nada, ajeno a las mil maldiciones que me estaban echando.
Los edificios de la Academia aparecieron de pronto delante de mí y solté un suspiro de alivio. Tenía las manos congeladas porque se me habían mojado los guantes cuando tuve que aferrarme a la barandilla cuando estaba cruzando un puente y tenía los pies llenos de nieve que se derretía dentro de mis botas. En total, tiritaba como un condenado y estaba empezando a no sentirme el cuerpo. Ojalá Tyel hubiera empezado ya con los hechizos de fuego, pensé de mal humor mientras me adentraba en la primera puerta que tuve a mi alcance.
Ni siquiera sabía a donde había ido a parar. Era un largo y sombrío pasillo en el que no había estado nunca.
Estaba apenas iluminado por unas antorchas y no tenía ventanas, solo unos respiraderos casi pegados al techo. Me encogí de hombros y empecé a caminar en la única dirección posible: hacia delante. Lo que tenía a mi alrededor no sufrió muchos cambios hasta que llegué a un arco doble que daba a un largo y ancho pasillo, con grandes puertas a un lado y grandes ventanas a otro. Miré los números de las puertas y me di cuenta de que estaba en los pisos inferiores de la Academia. Apenas pasaba por allí, pero sabía que si quería ir a los laboratorios para buscar a Rowena tendría que seguir bajando. Así que lo primero debía encontrar una escalera.
Tardé unos cuantos minutos en dar con ella, pero después de eso ya sabía dónde estaba. A veces me sorprendía lo grande que era la Academia, con cientos de pasillos, escaleras y salas; dudaba que pudiera llegar a recorrer todos los corredores.
Los laboratorios estaban bajo tierra, ventilados por increíbles conductos y campanas extractoras que se llevaban los productos nocivos de las reacciones hacia el exterior, donde se filtraban y se expulsaban. Yo pasaba allí casi seis horas a la semana, metido en uno de esos laboratorios con Rowena y otros once alumnos que intentaban reproducir los experimentos y pociones que llevaba a cabo la profesora como si lo que estuviera mezclando fuera agua y no ácidos. Rowena era exigente, igual que Deniel, pero yo debía admitir que lo prefería.
Cuando abrí la puerta del último laboratorio después de haber abierto unas once puertas más, me di por vencido. Rowena no estaba allí; seguramente ya debía haberse marchado.
Subí corriendo hasta los pisos superiores y durante unos segundos me quedé pensando dónde ir. Debía encontrarla, pero no tenía ni idea de dónde buscar ahora. Tal vez la profesora ya estuviera volviendo a casa, en cuyo caso tendría que volver a hacer el mismo camino hasta el pueblo y volver a congelarme. Sin embargo, también pensé que tal vez estaría en el comedor; no era extraño que los profesores, cuando se quedaban algún fin de semana a trabajar en la Academia, comieran junto a ellos. O tal vez se encontraba en la sala de profesores, o la biblioteca de química o junto a Deniel.
Como la opción más simple suele ser la correcta, decidí que volvería al pueblo. A esas horas seguramente ya habría vuelto a su casa. Me encaminé hacia una de las salidas y justo cuando estaba a punto de empujar la puerta y salir, escuché la potente voz de Deniel y la risa aguda de Rowena que descendían por una escalera. Me quedé esperándolos al pie de la escalera, intentando no parecer tan desesperado y emocionado como realmente estaba.
—Tallad, ¿qué haces aquí? —le preguntó Deniel, con el ceño fruncido y una expresión de confusión en el rostro pálido.
—Estaba buscando a Rowena. Si pudiera… —contesté, pero antes de terminar la frase, Deniel ya se había marchado por la puerta, dejándome a solas con la profesora, que me miraba cómo si ya supiera lo que deseaba pedirle.
—Está en la habitación del Torreón Azul, pero yo que tú me esperaría un poco antes de ir —me advirtió Rowena, con una sonrisa amable que me indicó que lo sabía todo. ¿Cuánto le habría contado el profesor Thelor sobre lo que había ocurrido en la enfermería? Yo ya había escuchado algún que otro cuchicheo cuando paseaba por los pasillos y las miradas de más de uno que me repasaban de arriba abajo, preguntándose si el nombre que había susurrado durante horas de semiinconsciencia había sido el de un elfo o el de un humano. Yo no sabía cómo decir que ni era una cosa ni la otra, sino que era la unión perfecta de ambos.
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Editado: 10.11.2023