En tus Manos

Capítulo 5 [Perdida]

 

Frio. 

Una niña corría sin desenfreno en medio de la fuerte tormenta, sus pequeñas y delgadas piernas apenas cubiertas de un fino leotardo de bailarina. Sus pies temblando sin control bajo unos sencillos zapatos bajos, que no hacian nada para impedir que el agua y el aire los entumeciera. 

Los rostros de los transeúntes parecían desdibujarse a su alrededor, como si su diminuta figura fuera invisible ante cualquiera de ellos. 

Si su madre la observara en estas condiciones, juraría que pegaría gritos de horror y reprendería a todos los culpables. 

Pero como era de esperar, su madre no estaba cerca para poder siquiera quejarse de la situación. 

Y aunque lo estuviera, tampoco podría reprender a la abuela por olvidarse de recogerla a tiempo de su clase. 

No era su culpa que últimamente olvidara parte de sus actividades diarias. 

Pronto quizá olvidaría los nombres y rostros de todos los que la amaban. 

«Necesitamos ser pacientes y atentos con ella» aseguraba su madre. 

La abuela no estaba bien, y según su progenitora, era imposible que se recuperara de esa nueva enfermedad que le fue diagnósticada. 

Por ello, le pidió a su madre que la enviará de vacaciones con la abuela. 

Quería estar cerca de ella. 

Disfrutar lo que posiblemente serían los últimos recuerdos. 

Una parada de autobús apareció cuando dio la vuelta y descendió por la calle, pero al mismo tiempo, recordaba que no debía alejarse tanto o se perdería. La niña odiaría hacer pasar a su abuela por tanto alboroto, probablemente no resistiría a tales situaciones agobiantes, por lo que negándose a dejar que eso pasase, detuvo sus pasos y se quedo inerte en medio de la lluvia. 

Estando completamente empapada y con la vista obstruida por el agua, sentía que empezaba a hiperventilar por el miedo a esa sensación a lo desconocido. 

Uno. 

Dos. 

Tres. 

Cuatro. 

Cinco… 

«Vendrán pronto por ti» susurraba su voz interna, al son de que sus respiraciones iban normalizándose al paso de los minutos y le permitía apreciar su entorno para terminar corriendo a la banca mas cercana. Se abrazo a si misma, en un intento fallido de darse un poco de calor, en esta situación deseaba tanto haberse quedado adentro del estudio con las demás niñas, aunque tuviera que mantenerse al margen, ya que sus nuevas compañeras de baile habían decretado que nadie se acercase a ella. 

No sabía por qué las niñas no la querían. 

Pero de ser diferente, no estaría mojada y suplicando una ayuda que posiblemente no acudiría. 

A lo lejos se escuchaba el sonido de un auto, que se acercaba en su dirección de manera mas pausada y minuciosa. La niña levanto su cabeza con la intención de pedir ayuda, pero las ordenes de su madre empezaron a resonar en su conciencia, como una alerta para que detuviera sus intenciones. 

«No hables con extraños» 

«Si la abuela, papá o yo no estoy a tu lado, no debes dejar que desconocidos se acerquen a tí» 

«Si la abuela no esta contigo, marca el primer digito de este teléfono» 

Eso es. 

Había olvidado por completo el pequeño celular que su madre le brindo antes de venir donde su abuela. 

Rebuscando en entre sus pertenencias en la mochila, encontró el celular un poco húmedo, pero tras limpiar la pantalla con sus dedos, este se encendió y le permitió presionar el numero que se madre le había indicado. 

Pero para su desgracia, este simplemente emitió un pitido y corto inmediatamente con la llamada.
Volvió a intentarlo varias veces, pero seguir sucediendo lo mismo. Por lo que aquella niña se dió por vencido y simplemente volvió a abrazarse a si misma, viendo la lluvia caer a borbollones. 

Hubo un tiempo en que le gustaba salir y jugar en la lluvia, pero tras una gripe que le duro más de 4 meses, sus padres le prohibieron siquiera salir a la puerta cuando llovía. 

El sonido de una sirena ceso tras detenerse frente a la niña, por lo que ella estaba planeando tomar su mochila y correr lejos. 

Del auto emergió una mujer, envuelta en un abrigo impermeable y una sonrisa que desplegó para empezar caminar. 

En su dirección. 

La niña estaba por tomar la mochila y correr, cuando la voz cantarína de la mujer la detuvo. 

—Estoy aquí para ayudarte, pequeña. —en largas zancadas se vio cubierta por el techo de la banca—. ¿Puedes decirme que haces aquí? 

La niña simplemente agachó la cabeza y sacudió su cabeza de un lado a otro. 

La mujer suspiro. —Quiero ayudarte, cariño. Y para ello necesito que respondas a mis preguntas. 

Silencio. 

La mujer prosiguió. —¿Sabes dónde están tus padres? ¿La persona que está cuidando de tí? —inquirio la mujer de uniforme azul oscuro, poniéndose de cuclillas para estar a la altura de la niña. 

La niña volvió a sacudir su cabeza en respuesta. 

—¿Puedes decirme tu nombre? —la mujer espero pacientemente que la niña le hablara. 

Tras varios segundos, la niña por fin decidió hablar. —Ashley. 

—Okey, Ashley. ¿Puedes decirme dónde esta tu cuidador? 

—N-No lo s-sé. —la niña tartamudeo su respuesta, debido al castaño de sus dientes. 

—¿Que te parece si vienes al auto conmigo? Adentro tengo muchas mantas afelpadas y aire caliente. Desde ahí podemos buscar. 

Ashley miro por encima del hombro de aquella mujer, a un coche que enmarcaba las letras "Police".
Ashley medito su respuesta, pero como cualquier niño desorientado, termino tomando la mano de la policía, quien la cargo contra su pecho y corrió con ella hacia a la patrulla. 

Tras acomodar a la pequeña Ashley en los asientos traseros y proporcionarles las suficientes mantas, la mujer se acomodo a su lado y cerró la puerta, haciéndole señas a su compañero para que pusiera el auto en marcha. 

—¿Conoces la dirección de tus padres? 

Ashley nego. —He venido de vacaciones a casa de la abuela. 

—Vacaciones... okey, ¿Podrías darme el nombre de tu abuela? 

—Lilia Danvers. 

Ambos policías voltearon a verse tras el espejo retrovisor, entendiendo claramente de quién se trataba. La mirada fue furtiva, por lo que la mujer le brindo una inmensa sonrisa a Ashley. 

—En unos minutos estarás con tu abuela. 

—¿De verdad? —a Ashley se le iluminó la mirada tras escuchar esas palabras, como un niño con su juguete favorito—. ¿Conoces a mi abuela? 

—Conocemos a tu abuela. —afirmó la mujer sonriendo. 

—Ella es la mejor. 

—Lo es, Ashley. 

La pequeña asintió complacida, por lo que se giró a ver al policía masculino para sonreírle del mismo modo. 

Dentro de la casa -o mansión, literalmente- la situación se tornaba más agitada. 

Lilia Danvers no paraba de llorar, culpandose por olvidar que debía ir por su nieta. 

Mientras que el nuevo invitado se estaba poniendo en marcha con los de seguridad para salir a buscar a Ashley. 

La patrulla se detuvo en la entrada de la opulenta mansión. Por qué ya notificada la familia de que ellos tenían a la pequeña sana y salva, solo era cuestión de tiempo para que alguien saliera a su encuentro. 

En medio de la lluvia, varias figuras emergieron con paraguas, pero uno de ellos abrió la puerta rápidamente para cerciorarse de lo que había escuchado por el transmisor. 

—¡Tío Mark! ¡Estás aquí! —Ashley dejó caer las mantas para intentar abrazarse al hermano de su madre. 

—Aquí estoy, mi pequeña Blancanieves. —Mark se dirigió a los dos policías—. Gracias por encontrar a mi sobrina y traerla de regreso a casa. 

—Es nuestro trabajo. 

Mark sacudió su cabeza. —De todas formas, me contactaré con el jefe de la policía, merecen un poco más que mi gratitud. Nos veremos pronto, felíz tarde. 

—Tengo mucho frío. —murmuro Ashley, sintiéndose como empezaban a moverse—. Mucho miedo... 

—Ya paso. Estás en casa, te prometo que jamás te ocurrirá algo malo. 

—¿Y si estoy sola? 

—No estás sola, recuerda que el tío Mark nunca va a permitirlo. 

Ashley levantó su mirada para encontrarse con unos orbes oscuros que la miraban con ternura y profundo cariño. 

—¿Pinky Promise? 

—Pinky Promise, Blancanieves. 




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