Sintiéndose atrapado y abrumado por la intensidad de sus emociones, Elijah lucha por darle sentido a ese amor forzado que se ha convertido en una carga para él. El peso de sus sentimientos pesa sobre sus hombros mientras navega por el caos de su mente.
Cada mirada, cada roce y cada palabra susurrada en esa oscura noche solo sirven para profundizar aún más su agonía. Incapaz de escapar del tornado de su propio corazón, Elijah se encuentra dividido entre el éxtasis del amor y el tormento de sus consecuencias. Mientras mira a su alrededor, su confusión solo aumenta. Es incapaz de comprender cómo algo tan hermoso pudo convertirse en una condena, a pesar del caos que se remolina en su interior. No obstante, en el fondo, intuye que, a partir de ahora, será un eterno esclavo del poder de un amor condenado a sufrir en una guerra eterna.
—Elijah, lo que me cuentas es monstruoso y yo te lo advertí bastantes veces, hijo. Me niego a creer que todo aquello hubiera pasado esa noche —menciona el padre Tomás con desconcierto.
—Perdóneme, padre, sé que pequé gravemente. Le pido disculpas de corazón. Le cuento todo esto porque estoy dispuesto a asumir las consecuencias de mis errores. Soy lo peor del mundo, lo sé —advierte atormentado.
—Hijo, tú te equivocaste, pero tú no eres malo, Elijah. Yo puedo meter las manos en el fuego por ti. Todo lo provocó esa mujer. Date cuenta, no es más que un lobo disfrazado de cordero. Que Dios me perdone —se persigna.
—Yo sucumbí ante sus encantos, pude haber huido y no lo hice.
—¡Santo cielo! Pienso que deberías alejarte de la mansión por un tiempo.
—Me preocupa ver la cara de mi padre. ¿Cómo lo veré de ahora en adelante?
—Luego te ocuparás de eso, lo importante es que salgas de las garras de esa mujer. No fue una buena idea dejar el internado; ahí fuera hay muchas tentaciones y peligros.
—¿Qué hago, padre?
—Por ahora, tranquilizarte; luego pensaremos con la cabeza fría. Ya dependerá de ti si sigues o no la carrera en el seminario. Por Dios, Elijah, si los superiores se enteran de esto, te pulverizan.
—Estoy acabado—advierte con melancolía.
*****
En la mansión, Zoé se muestra pensativa y serena a la vez por lo ocurrido anoche con Elijah. La sensación de haberlo tenido cerca y en sus brazos todavía la conmueve profundamente y no logra superarlo. De pronto, entra su madre en la sala y la saca bruscamente de sus pensamientos.
—Zoé, ¿qué te pasa? Llevas horas soñando despierta—exclamó su madre. Zoé sacudió la cabeza ligeramente, intentando aclararse la mente.
—Lo siento, mamá. Estaba pensando en... cosas —su madre la miró de reojo y alzó una ceja, mostrando claramente su incredulidad.
—Cosas, ¿eh? Espero no estar equivocada.
—¿Y en qué estás pensando?
—En nada. Tenemos mucho que hacer hoy y necesito tu ayuda. Aprovechemos para ir de compras, hija.
Zoé asintió con la cabeza, apartando los pensamientos sobre Elijah que todavía rondaban en su mente. Mientras seguía a su madre fuera de la sala, pudo evitar sentir una punzada de añoranza por los momentos que compartió con él anoche.
*****
Tiempo después, Elijah llegó apresuradamente a la mansión para recoger sus pertenencias antes de internarse una vez más en el seminario, siguiendo el consejo del padre Tomás. De momento no dejaría escapar su vocación, por lo tanto, esperaba encontrar una salida a su situación con su madrastra.
En pocos días, su padre regresaría de su viaje y lo último que quería el pobre Elijah era enfrentarse a él después del error que había cometido. Elijah era prisionero de sus emociones y se sentía atraído por la mujer equivocada.
Rápidamente llegó a su cuarto, Solange necesitaba aclarar con él lo sucedido la noche anterior.
—Elijah, ¿por qué recoges tus cosas? —se asombra.
—Hola, Solange. He decidido internarme de nuevo en el seminario.
—¿Tomaste esa decisión por mi culpa?
—No, ¿cómo dices eso?
—Sé que anoche no me porté como debía contigo, lo lamento.
—No tienes nada que lamentar. No recuerdo que anoche hicieras nada malo.
—Elijah, yo…
Antes de que pudiera continuar, Zoé irrumpió abruptamente en la habitación y la miró con rabia:
—Déjame a solas con Elijah, Solange —exigió.
—Espera un momento, Solange—la detuvo y la llevó Elijah hasta el pasillo. Luego le pregunta: —¿Qué era eso tan urgente que me ibas a decir anoche?
—No es nada, Elijah. El tema de la universidad me tiene muy nerviosa—y oculta sus sentimientos.
—Ah, era eso. Tranquila. Apóyate en Linda, puedes ir al campus a vivir con ella.
—Ahora que tú te vas de la mansión, lo pensaré. ¿Bajarás a despedirte?
—Claro que sí, Solange —afirma, toma su cabeza y le estampa un beso en la frente.
Zoé, por su parte, los mira desde la puerta de la habitación con mucha seriedad. Al irse Solange, regresa a su habitación y Zoé lo acorrala:
—¿Para dónde vas? ¿Por qué estás empaquetando tus cosas?
—Me voy lejos de ti y de las tentaciones. No quiero ser grosero, Zoé. Pero, por favor, sal de mi cuarto, sino me veré obligado a sacarte a la fuerza.
—¿Por qué me hablas así? Después de lo ocurrido anoche entre nosotros.
—Basta, no me quieras confundir nuevamente. Sal por el amor de Dios.
Elijah se acerca a la puerta, le señala la salida y a ella no le queda más remedio que retirarse. Él echa el cerrojo a su puerta para evitar que vuelva a entrar.
Mientras hacía el equipaje, no paraba de pensar en lo sucedido entre él y su madrastra. Sabía que estaba mal, pero no podía negar la atracción que sentía hacia ella. La culpa pesaba en su corazón mientras trataba de darle sentido a sus sentimientos.
Las palabras del padre Tomás resonaban en su mente, recordándole su deber hacia Dios y su llamado al sacerdocio. Sabía que necesitaba concentrarse en sus estudios y en su fe para superar la tentación que lo había dominado.