Enamorada del hijo de mi marido.

Capítulo 55. Amaño.

Al día siguiente, Linda se encontraba sentada en una mesa de la cafetería de la universidad hablando con su novio, Mark. Su expresión denotaba preocupación mientras le contaba el extraño comportamiento de Solange.

—No sé qué le pasa a Solange —dijo Linda, frunciendo el ceño. —La he notado muy distante últimamente. A veces parece perdida en sus pensamientos, como si estuviera lidiando con algo muy pesado.

Mark, que la escuchaba atentamente, respondió con curiosidad:

—¿Has intentado hablar con ella? Tal vez solo necesite desahogarse.

—Lo he intentado, pero siempre se muestra evasiva. Ayer, cuando le pregunté si estaba bien, solo sonrió y dijo que todo estaba bien, pero no me convenció —respondió Linda, moviendo la cabeza con frustración. —Me preocupa que esté pasando por algo difícil y no quiera compartirlo.

—Quizás deberías insistir un poco más. A veces, las personas necesitan un empujoncito para abrirse —sugirió Mark, tomando la mano de Linda. —Estoy seguro de que, si le demuestras que estás ahí para ella, se sentirá más cómoda.

Linda asintió, sintiendo que tenía razón.

—Tienes razón. La próxima vez que la vea, intentaré ser más directa. No quiero que se sienta sola con esto.

Linda miró a Mark con una expresión de preocupación y le dijo:

—Oye, Mark, hay algo que me preocupa un poco. Solange me pidió prestado mi coche, pero no me dijo para qué lo iba a usar.

Mark frunció el ceño y sintió que la situación no era del todo normal.

—Suena un poco extraño, ¿no te parece? ¿Por qué no le preguntaste directamente?

Linda suspiró, algo incómoda.

—Lo hice, pero se puso evasiva. Dijo que era algo urgente, pero no me dio más detalles. No sé, me preocupa que esté metida en algo que no debería.

Mark apretó la mano de Linda en un intento de ofrecerle apoyo.

—Quizá deberías hablar de nuevo con ella. Si realmente es tu amiga, debería ser honesta contigo. No quiero que te sientas incómoda con la situación.

Linda asintió, sintiendo que tenía razón.

—Tienes razón. La próxima vez que la vea, le preguntaré de nuevo. No quiero que esto se convierta en un problema.

*****

Fundación Hamilton.

Elijah se dirigió a la fundación para resolver algunos asuntos pendientes y recoger algunas pertenencias personales. Al llegar, se encontró con Solange, quien lo observaba con una mezcla de recelo e ironía. Con una sonrisa sardónica, le preguntó:

—¿Por qué estás tan distante de tu padre, Elijah? Sabes que tu actitud es un misterio para todos.

Elijah suspiró, sintiendo la tensión en el aire. No quería entrar en detalles, pero la pregunta lo incomodaba.

—No es fácil, Solange. Hay cosas que no se pueden ignorar y, a veces, la distancia es la única forma de lidiar con ellas.

Solange arqueó una ceja, desafiándolo con la mirada.

—¿Y crees que eso lo resolverá? La comunicación es clave, incluso cuando es difícil.

Elijah se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre sus palabras. Finalmente, respondió:

—Lo sé, pero a veces hablar solo complica más las cosas. Necesito tiempo para entender lo que realmente siento.

Solange lo miró con una mezcla de comprensión y frustración.

—Está bien, pero no te cierres del todo. A veces, enfrentar la verdad es el primer paso para sanar.

Elijah sintió que su pregunta era fuera de lugar y, con sutileza, se apartó de su lado. En su mente, una inquietante certeza se instaló: Solange no era la misma y su comportamiento le resultaba extraño.

—¿Estás bien? —preguntó Elijah, intentando ocultar su preocupación.

Solange lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de emociones que no lograba descifrar.

—No estoy segura de cómo responder a eso —respondió ella, con un susurro que apenas rompió el silencio. —A veces, siento que estoy atrapada en un laberinto de pensamientos.

Elijah frunció el ceño, sintiendo que la distancia entre ellos se hacía más palpable.

—Si necesitas hablar, estoy aquí —dijo, aunque la incertidumbre lo invadía.

—Lo sé, pero hay cosas que aún no puedo compartir —contestó Solange, apartando la mirada, como si temiera que sus palabras pudieran desmoronar lo poco que quedaba entre ellos.

Cuando Elijah se estaba preparando para salir, Solange decidió seguirlo en el coche de Linda, que le había pedido prestado. Necesitaba averiguar dónde vivía Elijah y si Zoé realmente estaba con él.

Se ocultó en la maleza con la intención de seguirlo sigilosamente. Su comportamiento era el de una persona obsesionada y celosa, dominada por la rabia y la inseguridad, dos sentimientos que la consumían.

*****

Una hora más tarde, llegaron a la granja de los Hamilton, el lugar donde Zoé y Elijah se ocultaban temporalmente antes de partir hacia Montreal. Una mezcla de incertidumbre y desconfianza se apoderó de los pensamientos de Solange mientras observaba a lo lejos cómo Elijah entraba en la vivienda. Esperaba el momento oportuno para espiar por la ventana y comprobar sus sospechas.

Minutos más tarde, se acercó a la casa con cautela y, al asomarse por la ventana, vio a Zoé y a Elijah riendo y besándose cariñosamente. Un dolor agudo la atravesó, como si un puñal se le clavara en el pecho. Se le formó un nudo en la garganta, incapaz de creer que Elijah estuviera traicionando a su padre con su madrastra. Sus pensamientos se nublaron y, rápidamente, murmuró para sí que el bebé era de Elijah.

Con el corazón desbocado y la mente en un torbellino de emociones, salió corriendo hacia su coche, sintiendo cómo la angustia la consumía por dentro. Una vez dentro, encendió el motor y se alejó del lugar a toda prisa, como si pudiera escapar de la dolorosa escena que acababa de presenciar. Sin embargo, al llegar a un lugar apartado, detuvo el vehículo y dejó que las lágrimas fluyeran libremente, acompañadas de gritos de desesperación que resonaban en el silencio de la noche. La imagen de Elijah riendo y besándose con Zoé se repetía una y otra vez en su mente, como un eco cruel que la atormentaba.




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