Ahora le toca al padre Tomás oficiar la ceremonia religiosa. Elijah y Zoé se miran complacidos y sienten en sus corazones que todo el riesgo y las dificultades que han afrontado a lo largo de su vida han valido la pena, ya que finalmente han llegado hasta este momento tan significativo. El ambiente está impregnado de una mezcla de emoción y solemnidad mientras los familiares y amigos se reúnen en torno a ellos, creando un ambiente de amor y apoyo. Cada mirada, cada sonrisa, refuerza la certeza de que han superado obstáculos y han luchado por su amor, y ahora, en este instante, están listos para dar un paso decisivo hacia su futuro juntos.
El padre Tomás, con una cálida sonrisa, mira a Zoé y Elijah y dice:
—Queridos Zoé y Elijah, hoy están aquí rodeados de sus seres queridos, listos para dar un paso importante en sus vidas. Antes de continuar, les pregunto: ¿aceptan al otro como esposo o esposa, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, y se comprometen a amarse y respetarse por el resto de sus días?
Zoé, mirando a Elijah con amor, le dice: —Sí, acepto.
Elijah, con una sonrisa radiante, afirma lo mismo: —Sí, acepto.
—Que estas palabras sean el inicio de una hermosa aventura juntos. Ahora, compartan sus votos.
Zoé, con voz temblorosa pero firme, comienza:
—Elijah, desde el primer momento en que te conocí, supe que había encontrado a alguien especial. Prometo amarte en cada paso de nuestro camino, apoyarte en tus sueños y ser tu compañera en todas las circunstancias de la vida.
Elijah, con emoción en los ojos, continúa:
Zoé, tú eres mi luz y mi inspiración. Prometo ser tu refugio y tu mejor amigo, amarte sin condiciones y construir juntos un hogar lleno de amor y risas.
—Que sus votos sean siempre un recordatorio de este día y de la promesa que se hacen el uno al otro. Ahora, con el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer. ¡Pueden besarse!
La multitud estalla en aplausos y vítores mientras Zoé y Elijah se abrazan, sellando su amor con un beso lleno de promesas y sueños compartidos.
Ambos se miran con amor y serenidad, habiendo resistido y superado una intensa y dura batalla a lo largo de los días. Elijah, con una chispa de entusiasmo y franqueza en su mirada, observa a su alrededor, absorbiendo la belleza del momento. Su atención se dirige hacia su padre, quien lo saluda con la mano. Una sonrisa ilumina el rostro de Elijah, reflejando la alegría y el orgullo que siente en ese instante.
De repente, eleva la mirada al cielo, como si estuviera agradeciendo la oportunidad que se le ha brindado. En su corazón, siente que Dios, en su infinita misericordia, lo ha perdonado por sus errores pasados. Lo que una vez consideró un dulce pecado se ha transformado en una hermosa redención, llena de afecto y esperanza. Este momento, cargado de significado, simboliza no solo el amor que comparte con Zoé, sino también el renacer de su espíritu, la promesa de un futuro brillante y la certeza de que, a pesar de las dificultades, el amor siempre encuentra el camino hacia la luz.
El ambiente en la ceremonia se tornó tenso y gélido. El padre Tomás había comenzado a pronunciar las palabras que sellarían la unión de Elijah y Zoé cuando, de repente, se abrió la puerta de golpe. Solange, con el rostro pálido y los ojos desorbitados, apareció en el umbral con un arma temblorosa en la mano.
—¡Detente! ¡No puedes casarte con ella, Elijah!
Elijah se quedó paralizado, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Miró a Zoé, quien, aunque asustada, mantuvo la mirada firme.
—Solange, por favor, baja el arma. Esto no es lo que quieres.
—¡No! ¡No puedo permitir que esto suceda! ¡Ella no te merece! ¡Yo soy la que te ama!
Los invitados murmuraban entre ellos, algunos cubriéndose la boca con las manos y otros mirando a Solange con compasión y miedo.
Zoé, con voz suave pero decidida, dice:
—Solange, esto no es la solución. No tienes que hacer esto. Hablemos. Baja el arma.
—¡No hay nada que hablar! ¡Tú te has llevado todo lo que tenía! ¡No puedo perderte, Elijah!
Elijah dio un paso adelante e intentó acercarse a Solange, pero ella retrocedió con el arma aún apuntando a Zoé.
—Solange, te quiero, pero no de la manera en que tú deseas. No puedo vivir en el pasado. Necesito seguir adelante—dijo Elijah.
—¡No! ¡No lo entiendes! ¡No puedo dejarte ir! ¡No puedo! —exclamó Solange con desesperación.
El padre Tomás, visiblemente preocupado, intentó intervenir con calma.
—Solange, por favor, esto no es el camino. La violencia no resolverá nada.
—Solange, yo no quiero hacerte daño. Pero el amor no se puede forzar. Te entiendo y estoy aquí para ayudarte —dijo Zoé.
La tensión en el jardín era palpable y todos los presentes contenían la respiración, esperando que la situación no se tornara más violenta. Elijah, con el corazón en la mano, sabía que tenía que actuar con rapidez.
—Solange, mira a tu alrededor. Todos estamos aquí.
Salvador se acerca gritando mientras corre hacia Solange.
—¡Solange, detente! ¡No hagas nada de lo que te puedas arrepentir!
Solange, con lágrimas en los ojos y temblando, exclama con rabia y confusión:
—¡No puedo soportar esto! ¡Siento que me están aplastando!
—Solange, por favor, respira. Estamos aquí para ayudarte. No estás sola en esto—advirtió Elijah acercándose con cautela.
Fátima se está recuperando lentamente y, con voz débil, se acerca a su hija y dice:
—Solange, cariño... por favor, no dejes que la rabia te consuma.
Salvador se acerca a Solange e intenta tomarla del brazo, y asiente:
—Escúchame, hija. Esto no es la solución. Hay otras maneras de enfrentar el dolor.
—¿Qué más puedo hacer? ¡Todo se siente tan oscuro! —Menciona Solange, mirando a sus padres con aire confundido.
—A veces, el primer paso es hablar. No tienes que cargar con esto sola—interviene de nuevo Elijah.