Enamorada del hijo de mi marido.

Capítulo 84. Mi verdadero padre.

En la clínica, Zoé se encontraba en los brazos de su esposo, Elijah, completamente deshecha por lo ocurrido con Salvador. La revelación de que él era su verdadero padre la había dejado confundida y triste. El hombre que siempre había imaginado como su padre, Robert Williams, ya no ocupaba ese lugar tan importante en su corazón. En ese momento, sentía una profunda rabia hacia su madre, a quien culpaba por haberle ocultado esa verdad.

—¿Por qué no me lo dijiste, mamá? —Le recriminó Zoé a Grace, quien se quedó callada ante los reproches de su hija.

Elijah la abrazó con más fuerza para intentar consolarla.

—Zoé, ahora lo que importa es que Salvador está aquí, con nosotros. No dejes que el pasado te consuma—dijo Elijah, mirándola a los ojos.

Zoé se separó un poco, buscando la mirada de su esposo.

—Pero, Elijah, no solo eso. Solange... ella es mi media hermana. Estuvo a punto de matarme por celos. ¿Qué tipo de persona es mi madre? —Continuó Zoé viendo a Grace con rabia, quien desapareció de su vista.

—Eres una mujer fuerte y todos cometemos errores. Lo importante es aprender de ellos—respondió Elijah, acariciando su cabello. —Juntos podemos hacer frente a esto, Zoé.

—No sé si podré perdonar a mi madre —suspiró Zoé, sintiendo el peso de la culpa y la confusión. —Ella ha arruinado tantas vidas, incluida la mía.

—El perdón es un camino difícil, pero no tienes que recorrerlo sola. Estoy aquí para ti —dijo Elijah, con firmeza.

Zoé asintió, sintiendo un pequeño rayo de esperanza en medio de su tormenta emocional. Se aferró a los brazos de su marido, sintiendo cómo la ansiedad la consumía. Salvador estaba siendo intervenido quirúrgicamente para extraerle la bala, y la operación era arriesgada y delicada. La angustia la invadía, especialmente porque aún no tenía noticias de su padre. De repente, el médico apareció en la puerta y su corazón dio un vuelco al verlo.

—¿Doctor? —preguntó Zoé, con la voz temblorosa—. ¿Cómo está Salvador?

El médico sonrió con calma, lo que le dio un pequeño rayo de esperanza.

—La operación ha sido exitosa. Salvador está estable y en recuperación.

Zoé sintió que una ola de alivio la envolvía, pero antes de que pudiera responder, Fátima esposa de Salvador, se acercó con preocupación en su rostro.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, mirando al médico con ansiedad.

—Salvador ha salido bien de la cirugía —respondió el doctor—. Necesitará tiempo para recuperarse, pero está fuera de peligro.

Fátima soltó un suspiro de alivio, y Zoé, aún temblando, se volvió hacia ella.

—Gracias a Dios... No sé qué haría sin él —dijo Fátima, con lágrimas en los ojos.

—Ahora somos familia —respondió Zoé, abrazando a Fátima. —No estás sola. ¿Puedo ir a verlo, doctor? —preguntó Zoé, con la voz entrecortada por la emoción.

—Claro, señora —respondió el doctor amablemente. —Pero solo por unos minutos. Está en la sala de recuperación y necesita descansar.

—Lo entiendo —dijo Zoé, asintiendo con la cabeza. —Solo quiero verlo, aunque sea un momento.

—Eso es comprensible —dijo el doctor, sonriendo. —Te acompañaré para que puedas entrar. Recuerda, habla en voz baja y no lo agobies.

—Gracias, doctor. Lo prometo —respondió Zoé, sintiendo una mezcla de ansiedad y esperanza.

Zoé entró en la sala de cuidados intensivos y su corazón latió con fuerza al ver a su padre, Salvador, en la cama. Al sentir su presencia, él apretó suavemente la mano de su hija y, con voz temblorosa, le susurró:

—Lo siento, Zoé.

Ella, con lágrimas en los ojos, le respondió:

—No, papá, quédate tranquilo. Estoy aquí contigo.

Ambos se miraron y sintieron la emoción del momento. Salvador, haciendo un esfuerzo, continuó:

—Quiero pedirte perdón... por no haberte dicho antes que soy tu verdadero padre. Nunca quise que sufrieras por mi silencio. Y lamento haber permitido que te casaras con Lucas Hamilton, un hombre que te doblaba la edad, solo por conveniencia.

Zoé, con el corazón apesadumbrado, le tomó la mano con más fuerza y le dijo:

—Papá, lo importante es que estamos aquí ahora. Te perdono, y lo que pasó en el pasado ya no importa. Lo que quiero es que te recuperes.

Salvador sonrió débilmente, sintiendo un alivio al escuchar las palabras de su hija. En ese instante, ambos comprendieron que, a pesar de las dificultades, su vínculo era más fuerte que nunca.

*****

Mientras tanto, Solange se encontraba en la delegación, sumida en un estado de desesperación que la había llevado a perder prácticamente la razón. Lucas y Emma estaban a cargo de su caso y trabajaban para que fuera trasladada a un hospital psiquiátrico donde pudiera cumplir con su condena.

—No puedo creer que haya llegado a este punto —dijo Emma con la voz entrecortada mientras revisaba los documentos del caso. —Dispararle a su propio padre por un error... es desgarrador.

—Lo sé—respondió Lucas con un suspiro. —Pero debemos recordar que su intención era acabar con Zoé. Eso no se puede ignorar.

Emma asintió, mirando por la ventana de la oficina, perdida en sus pensamientos.

—¿Qué pasará con ella? —preguntó, volviendo a centrar su atención en Lucas. —¿Realmente puede recuperarse de esto?

—Es difícil decirlo —contestó Lucas, frunciendo el ceño. —Necesita ayuda profesional y, aunque el camino será largo, hay esperanza. Pero primero debemos asegurarnos de que reciba el tratamiento adecuado.

Emma se cruzó de brazos, sintiendo una mezcla de tristeza y frustración.

—No puedo dejar de pensar en lo que pudo haber sido. Si solo hubiera intervenido antes...

—No te culpes, Emma —la interrumpió Lucas con una mirada comprensiva. —Hicimos lo que pudimos. Ahora, lo más importante es ayudarla a encontrar el camino hacia la sanación.

*****

Zoé llegó a la mansión exhausta, con el peso de los acontecimientos del día de su boda aún aplastándole el corazón. La angustia la envolvía al recordar lo cerca que estuvo de perderlo todo; una bala que podría haberla alcanzado a ella en lugar de a Salvador. Con pasos lentos y pesados, se dirigió a la habitación de los niños, donde el suave murmullo de su respiración llenaba el aire de una calma reconfortante. Al entrar, se detuvo un momento y observó a sus pequeños dormir plácidamente, con sus rostros serenos iluminados por la tenue luz de la lámpara. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, no solo por el miedo que había sentido, sino también por la profunda conexión que la unía a ellos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.