Vancouver, tres años después…
Zoé y Elijah finalmente encontraron el hogar de sus sueños, un lugar donde sus hijos pueden crecer rodeados de amor y felicidad. La llegada de su nuevo hijo, al que han llamado Robert en honor al hombre que Zoé consideró su padre durante muchos años, ha colmado su vida de alegría. Sin rencores ni engaños del pasado, se sienten inmensamente felices.
En este momento, se encuentran en el jardín de su mansión, disfrutando de una tarde soleada. Mientras observan las postales de Lucas y su novia Sarah, quienes están viviendo sus últimos años con plena felicidad en Londres, llenos de armonía y aventura, Zoé sonríe y dice, mirando las postales:
—Mira cómo se ven felices. Me alegra tanto que estén disfrutando de su tiempo juntos.
—Sí, al fin mi padre ha encontrado su propio camino. Es hermoso ver cómo crece y explora el mundo con Sarah.
—Y pensar que todo esto comenzó con un sueño helado y confuso. Ahora tenemos a Robert y una familia unida.
—Así es. Cada día es una nueva aventura, y no podría pedir una mejor compañera para compartirla —dijo Elijah, tomando su mano con delicadeza y besándola.
—Yo tampoco. Brindemos por el futuro y por los momentos que aún nos quedan por vivir.
Ambos levantan sus copas, sintiendo la calidez del amor que los rodea, mientras el sol se pone en el horizonte e ilumina su jardín con un resplandor dorado.
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Linda está a punto de graduarse junto a su esposo, Mark. Han decidido esperar a terminar sus estudios y a alcanzar una mayor estabilidad antes de tener hijos. Aunque se casaron demasiado jóvenes, el deseo que sentían el uno por el otro era más fuerte que cualquier otra cosa. El amor que se tienen es tan profundo que puede superar cualquier obstáculo. Recuerdan cómo se conocieron: Mark era un joven tímido que acababa de salir de un seminario del que había desertado. Al principio, Linda se burlaba de su inocencia, pero con el tiempo se dio cuenta de que estaba enamorada del apuesto Mark, que está a punto de graduarse como médico.
Linda mira a Mark con una sonrisa y le pregunta:
—¿Recuerdas la primera vez que nos conocimos? No podía creer lo tímido que eras.
—Sí, y tú no dejabas de hacerme bromas. Pensé que nunca me ibas a tomar en serio.
—Pero, ¿quién iba a imaginar que ese chico tímido se convertiría en un médico brillante? Estoy tan orgullosa de ti.
—Y yo de ti. Juntos hemos recorrido un largo camino. No puedo esperar a ver lo que nos depara el futuro.
—Primero, a graduarnos. Luego, el mundo es nuestro.
Ambos se miran con complicidad mientras sienten la emoción de lo que está por venir.
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Emma, su novio Samuel, Lucas y Sarah están disfrutando de un crucero por Sudamérica. Han decidido zarpar desde Cartagena de Indias para explorar las maravillas del Caribe colombiano. Estos expertos aventureros, a pesar de sus años y sus desventuras, creen firmemente que la felicidad no tiene edad y que siempre hay motivos para disfrutar de la vida al máximo.
Emma, mirando el horizonte, dice:
—No puedo creer que estemos aquí. Este lugar es simplemente mágico.
—Y lo mejor es que lo estamos compartiendo juntos. ¿Qué más se puede pedir? —asiente su novio Samuel, sonriendo.
Por su parte, Lucas, levantando su copa, exclama emocionado:
—¡Por la amistad y las aventuras que nos esperan! ¡Que nunca nos falte la alegría!
—¡Y que siempre tengamos la energía para seguir explorando! ¡Aprovechemos cada momento! —señala Sarah riendo.
Los cuatro levantan sus copas y brindan por la vida y por las experiencias que aún les quedan por vivir, sintiendo la brisa del mar y la emoción de la aventura que acaban de comenzar.
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Grace aprovechó un momento libre de sus vacaciones para visitar a sus nietos en la mansión de Zoé en Vancouver. A pesar de que cada una había decidido tomar su propio camino, Grace esperaba con ansias estos días de esparcimiento, deseando ver a sus adorables nietos, quienes, con sus caritas inocentes, siempre le recordaban que hay motivos para sonreír en la vida. Los niños ya habían crecido y estaban hermosísimos; prácticamente tenían la misma edad, ya que la diferencia entre ellos no era mucha.
—¡No puedo creer lo grandes que están! Parece que fue ayer cuando los sostenía en mis brazos—dijo Grace sonriendo.
—Sí, el tiempo vuela. Pero mira cómo se divierten juntos. ¡Es un verdadero espectáculo!
—Sin duda. Cada momento con ellos es un regalo, hija. ¿Qué planes tienes para hoy?
—Pensaba en llevarlos al parque y hacer un pícnic. ¿Te gustaría acompañarnos?
—¡Por supuesto! No hay nada mejor que disfrutar de un día al aire libre con mis pequeños tesoros—afirma Grace con entusiasmo.
Los niños, al escuchar la conversación, corrieron hacia ellas llenos de energía y emoción, listos para la aventura que les esperaba.
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Solange, por su parte, ha estado mejorando con la ayuda psiquiátrica. Lucas utilizó todo su poder y recursos para conseguir una fianza y que la dejaran en libertad, pero ella seguía recluida en la clínica, donde recibía tratamiento para su enfermedad mental. En ese momento, se encontraba en el jardín del centro de salud, acompañada por sus padres, Salvador y Fátima, quienes no la dejaron sola en ningún momento.
—Solange, ¿cómo te sientes hoy? ¿Te gustaría dar un paseo por el jardín? —pregunta Fátima.
—Me siento un poco mejor, mamá. El aire fresco me ayuda a aclarar la mente. Pero a veces sigo perdida.
—Es normal, hija. La recuperación lleva tiempo. Lo importante es que estás aquí con nosotros y que estás trabajando en ello —la anima Salvador.
—Gracias, papá. Aprecio que estés a mi lado. A veces, solo necesito recordar que no estoy sola en esto.
—Siempre estaremos contigo, Solange. Vamos a disfrutar de este momento juntos.
Con una sonrisa tímida, Solange se levantó y, de la mano de sus padres, comenzó a caminar por el jardín, sintiendo la calidez del sol y la esperanza de un futuro mejor.