¿enamorados? Imposible

CAPÍTULO 2

Mis amigos no tardaron en acercarse a nosotros, y Walter agarró mi mano, como si fuéramos hermanos o viejos conocidos de toda la vida. Lo miré confundida, ¿qué estaba haciendo?

—Sonríe, cariño, o no nos creerán.

Le hago caso y muestro mis dientes en el proceso, apretando su mano. Gracias a los tantos años que llevo conociendo a mis amigas, aprendí a leer sus movimientos corporales.

Jazmín es la más sorprendida de las tres, Emilia me ve como una madre lo haría con su hija cuando pasó todas las materias de la escuela con un sobresaliente: con orgullo, y Alison tiene una sonrisa tensa en su rostro, de hecho, toda ella está tensa.

—Así que, ¿este es el famoso novio?

Suelto una risa nerviosa, abrazando el brazo de mi noviecito.

—Así es. Al final terminó su trabajo y pudo venir.

Expliqué más para que él se ubicara en la línea del tiempo, ya que mis amigas sí sabían ese dato. Al menos no tuve que inventar un trabajo, pues sería difícil hacer que él sea médico cuando bien pudiera ser profesor de lengua en la universidad de Jorge.

Dios me salve que no sea así o la mentira se me caería más rápido que a un niño la bola de su helado al lamerla.

—Por supuesto que iba a asistir. No puedo permitirme desperdiciar el tiempo que puedo pasar con el amor de vida. —Únicamente sonreí, pero lo que en verdad quise hacer fue voltear los ojos.

¿En serio? ¡Mis amigas sabrán qué mentimos! A mí ya no me van tanto las cursilerías, puedo decir que tengo un poco de fobia cuando un hombre tiene mucha labia.

—¿Cuánto tiempo llevan? —pregunta Alison mirando a Walter y después a mí, quedándose fija en mi acompañante.

¿Le habrá gustado? Debo admitir que no es nada feo, hasta en eso tuve un poco de suerte.

—Dos semanas —él dijo.

—Un mes —yo dije, al mismo tiempo.

Frunzo el ceño al igual que mis amigos y después saco el celular, entrando al calendario.

—¿Acaso ya no recuerdas el día en que comenzamos a salir, cariño?

Lo miré muy mal. ¿Por qué no nos pusimos de acuerdo con esto?

¡Ah, cierto!, lo acabo de conocer no hace más de tres minutos.

—Estoy segura de que fue hace un mes.

—Y yo estoy seguro de que fue hace dos semanas, justo este día.

Señala el 26 de mayo. Se acerca a mi oído y susurra:

—Hazme caso, fue ese día.

Una sonrisa aparece primero, luego una risa; tengo que fingir que me dijo algo indebido. Cuando se aleja golpeé su pecho de manera juguetona.

—Cierto, ya no lo recordaba.

—Con la memoria que te cargas, amiga, no me sorprende que olvidaras esa fecha. —sale a mi rescate Emilia, como siempre. En verdad que se merece un regalo de cumpleaños más grande que el del año pasado: una bonita taza que dice la mejor amiga del mundo. Admito que la compre de última hora, por eso digo que se merece algo mejor—. Soy Emilia, y él es Pedro, mi novio.

Luego de las debidas presentaciones, pasamos a una mesa circular. Obviamente me siento a un lado de Walter. Siguiendo la costumbre que adopté por la soltería, saco el móvil y abro mis redes sociales, iniciando por Instagram.

—Creo que deberíamos hacer lo mismo que tus amigos —murmura haciendo el peor error de su vida: me arrebató el celular, y no es que sea una adicta a él, pero esa acción logró que le diera like a la publicación del chico de mi trabajo que alborota mis hormonas.

Sí, estaba viendo su perfil. Pero es que con esos ojazos mieles —con más apariencia amarilla que nada—, su sonrisa de portada de revista y ese cabello rubio oscuro —casi de la tonalidad de Walter— que te invita a pasar tus dedos por él, es imposible no checar sus fotos de vez en cuando.

Reprimo un chillido al percatarme de tal cosa. Le lanzo una mala mirada antes de darle un vistazo a mis amigos.

—No, eso no es parte de este trato, amigo —aclaro cuando veo a Jazmín e Imanol compartir fluidos, lo cómico es que detrás de ellos está Ramón con su nueva pareja.

Walter suelta una exhalación a modo de risa.

—Tendrá que pasar, eres mi novia. —Lo miré mal cuando la comisura de su labio se alzó débilmente—. Pero no me refería a eso, sino a ellos. —señala a Alison y Jorge, que platican cómodamente, aunque puedo notar que mi amiga da ciertos vistazos hacia nosotros.

—¡Ah! Creo que sí, eso estaría bien. No quiero volver a tener que recurrir a mi mala memoria.

—No creo que tengas mala memoria —comenta, supongo para iniciar la conversación sin hablar de temas incómodos. Y vaya que tengo muchos.

Resoplo.

—Solo has convivido conmigo por unos minutos. Ellas por once años.

—¿Once? —se lleva el vaso de plástico a los labios y me embobo en verlo tomar el refresco.

«Quien fuera ese vaso y refresco».

¿Ahora estoy envidiando a un vaso por tocar los labios que hace unos segundos me negué a probar?




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