¿enamorados? Imposible

CAPÍTULO 4

Tal vez sí fue mucho pedir. Iván dejó, momentáneamente, de hablarme. No me miraba, no me sonreía. Vamos, que ni siquiera respiraba el aire a dos metros de mí en todos los puntos cardinales.

Aunque también estaba el hecho de que Thanos se compadeció de mí y me desapareció, en todo caso él no sabe que estoy aquí.

¿A quién quiero engañar? Como siempre, mi lengua y falta de filtro siempre apartan a las personas diciendo cosas que no debo de decir. Pero no entiendo su actitud, no es como si hubiera matado a alguien, es más, la única que actúo mal fue mi amiga, yo solo presenté a su ligue como el mío porque yo no lo conocía.

Resoplo. Mi día no puede empeorar.

 

 

Antes, cuando tenía dieciséis años, escuché de la ley de Murphy: Si algo malo puede pasar, pasará. Y a pesar de mi mala suerte, que se la atribuía a lo distraída que era —y sigo siendo— o a las decisiones erróneas que tomé, jamás creí que fuera verdad. Pero ahora, mientras leo el mensaje que me llegó, lo estoy reconsiderando.

Alison: Hola, Chris. Solo te mando este mensaje para saber si llevarás a tu novio a mi boda. Necesito saber el número exacto de invitados antes de enviar a hacer las invitaciones.

Esa fue la mejor manera de mi amiga para intentar ver hasta qué punto está mi relación con Walter. Bloqueo el celular y lo dejé sobre el mesón.

¿Qué le puedo decir ahora? ¿No, solo iré yo. Walter y yo hemos terminado? Podría ser una buena opción y así evitamos más malentendidos. Tomé de nuevo mi celular y al desbloquearlo llegó un nuevo mensaje de ella. Uno que me quita el aliento y me provoca perder el equilibrio. No suelto el celular solo porque pareciera que a mi extremidad le dio un calambre que me endureció los dedos.

Lo leo de nuevo para estar segura de su contenido y saber que esto no es un mal sueño más. Me pellizco para confirmar que sigo despierta y no me dormí con la cabeza en la palma de mi mano mientras mi codo se recargaba en el mesón.

No. Estoy despierta. Muy despierta, y no puedo creer lo que mis ojos ven y mi mente lee.

Me quito el delantal de la tienda y lo lancé sobre la barra. Me colgué mi bolsa antes de salir corriendo al estacionamiento para tomar mi auto.

—¡Christi! —Me detengo y miro a Roxane, que salió disparada detrás de mí—. ¿Qué sucede?

—Yo... —Trato de inventar algo y lo único que se me ocurre es hacer que mis ojos se llenen de lágrimas—. Tengo una emergencia familiar, ¿puedes cubrirme?

—Por supuesto —Debo de verme muy mal porque pone su mano sobre mi hombro y le da un apretón—. Ve con cuidado. Si necesitas algo, aquí estoy.

Asiento y corro a mi Cadillac del 55. Fue un regalo de mi abuelo Fermín por mi cumpleaños 19; antes era de él, pero al ya no poder conducirlo me lo pasó a mí, al menos eso dijo, porque yo creo que fue para levantarme el ánimo y en este auto hay muchos recuerdos con mis hermanos.

La ventaja de vivir en una ciudad pequeña, algo cerca de la capital, es que el tráfico es bajo, pues no hay muchos autos. Zitla es más bien una ciudad turística y las personas caminan por sus calles, maravillados por la arquitectura.

No tardé mucho en llegar sana y salva a la capital, ahora lo importante: encontrar el maldito edificio donde está uno de los mitómanos más guapos de todo el mundo.

No me pierdo gracias a Google maps y dejo mi auto con el valet del estacionamiento.

Al entrar todo está pulcro y el sonido es mínimo, enfrente de la puerta está un gran escritorio con dos chicas y un chico. Me acerco al chico, a simple vista, parece más simpático que sus compañeras.

—Hola, buenas tardes.

El chico me mira y sonríe.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarla?

—Busco a Walter Reed.

Los que están a mi alrededor y lograron escucharme, me miran y solo los observo de soslayo, intentando no flaquear por los muchos ojos sobre mí.

—¿Tienes una cita?

Por todos los árboles del mundo, ¿debía hacer cita?

Claro, es que un magnate como él no tiene espacio en su agenda y te tienen que buscar un espacio libre, así se lleve meses en hablar contigo. Me es familiar todo esto, eso no lo negaré

—No —admití con un poco de vergüenza.

El chico me sonríe, entre burlón y disculpándose.

«Pues mi simple vista se equivocó esta vez».

—No puedo dejarla pasar sin cita previa, lo siento mucho.

Me giro y todos los que estaban pendiente de nuestra conversación vuelven a sus cosas, excepto los guardias, que analizan mi persona. Lo hago yo también.

«Por supuesto».

Todo el mundo está vestido con trajes o ropa de colores neutros. En cambio, la mía tiene todos los colores habidos y por haber.

Una idea surge en mi mente y vuelvo a girar, con una sonrisa simpática, hacia el chico.




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