¿enamorados? Imposible

CAPÍTULO 7

11 de junio 2024.

 

Mi día, a pesar de ya haber culminado las veinticuatro horas de ley, aún no finaliza. A Tania, mi madre, no le han dado el alta, pero el saber que está fuera de peligro le da un alivio a mi alma.

Aunque el recibir una llamada, a tan altas horas de la madrugada, de cierta persona que desearía no conocer, me regresa al lío que me metí. No le contesto, pero a la quinta llamada me pregunto qué es tan importante como para que sea tan insistente.

—¿Hola?

Lo conseguí.

—¡Felicidades! —exclamé, aunque luego frunzo el ceño—. ¿Qué conseguiste?

Me costó mucho trabajo, pero conseguí que mi madre te diera una oportunidad de conocerte.

Santa m… madre de Dios. Con el índice y pulgar apreté el tabique de mi nariz. Digo su nombre con un suspiro. No tengo cabeza para ese lío, ahora quiero concentrarme en mi madre.

—No recuerdo haber pedido una audiencia con tu madre para averiguar cuánto tarda en desaparecer toda mi autoestima.

—Ella sabe que se pasó un poco, por eso quiere recompensarlo.

—No creo que sea necesario. Esto no durará mucho…

—Se ofreció a hacernos una fiesta de compromiso.

—¡¿Qué?! Walter, no podemos hacer esto más grande ¡Ni siquiera planeaba decírselo a mi familia! —me quejé observando los pocos vestigios que quedaban de la tormenta.

Hay silencio del otro lado de la línea. Gustavo me hace una seña para que me acerque y le hago una igual diciéndole que espere. Miro el celular y aún sigue la llamada.

—¿Walter?

Eso arruinaría el plan, ¿no crees?, Alison no creerá que estamos comprometidos si no lo hacemos público.

Volteo hacia donde se agolpan mis familiares, señal de que mi madre está cerca de salir.

—Hablamos... —Wait a second ¿Realmente estoy en una llamada con Walter?—. ¿Cómo conseguiste mi número? No te lo he dado.

—¿Qué?

Entrecierro mis ojos. ¿Qué fue lo que hizo?

—Walter —alargué las vocales de su nombre.

—Bien —suspira—. Oliver lo consiguió del celular de Alison.

—¡¿Oliver hizo qué?! —me doy cuenta de que grité cuando hasta mi mamá (pues el doctor Isaias la acababa de acercar a mi familia en una silla de ruedas) que tiene una venda en su cabeza cubriendo sus oídos, voltea a verme. Abro de más mis ojos y le sonrío—. Como Michael Jackson le dijo a su dermatólogo: aún queda mucho que aclarar. Te llamó después, estoy ocupada.

—¿A las 2:25 de la madrugada?

Ignoro su pregunta y cuelgo. Lancé un resoplido al aire, haciendo un gracioso ruidito con mis labios. Guardo el celular en el bolsillo de la chamarra de mi hermano.

—¡Señorita Tania, me tenía con el corazón en un hilo! —exclamé provocando una risotada de mi madre. Me acerco a ella y beso sus mejillas, abrazando su cuerpo contra el mío.

—Tú estabas así... pero yo descubrí la manera de reunir a la familia —Guiña uno de sus ojos mieles—: No me lo agradezcan.

Reímos un poco y volví a abrazarla. Mi madre tiene una manera peculiar de decir las cosas, logrando hacernos reír hasta en los peores momentos.

—Creí que te perdía.

—Yo no te abandonaré, mi niña. Al menos no por ahora.

 

 

Es raro despertar por el constante cántico de las aves y los gallos cuando ya estas acostumbrada al ajetreo de la ciudad, con los cláxones o el griterío de los niños del vecindario.

Me gusta estar en casa.

Sonrío antes de estirarme en mi cama —porque aún conservo mi habitación en casa de mi madre— y hacer un ruido de satisfacción al sentir los músculos de mi espalda acomodarse. Me relajo.

—¿Podrías cerrar las cortinas? —gruñe Gemma en el proceso de cubrirse su cabeza con las cobijas.

—Claro que sí, gruñona. —Hago lo que dice, pero enciendo las luces de navidad en la cabecera de mi antigua cama—. ¿Algo más?

Se destapa y me mira con sus ojos entrecerrados y lagañosos

—Solo vete y déjame dormir en paz.

Me acerco a ella y beso su mejilla.

—En dos horas vengo a despertarte. Tienes que desayunar.

Salgo de la habitación con una toalla y algo de ropa para cambiarme después de la ducha.

Sé que son las 8:14 aproximadamente, pues los gallos cantan a las ocho en punto sin falta. Demasiado temprano para Gem, pero lo normal para mí.

Cuando vivía aquí, hace unos cuantos años, me despertaba a ayudarle a mi madre con el desayuno. César, mi madre y yo preparábamos todo para nuestros hermanos y mi padre; antes de que las cosas se volvieran complicadas y tensas.

Observé ambas llaves de la regadera, no sé cuánto tiempo llevo mirándolas y aún no decido cuál es la caliente, pues ambas tienen una C en ella. Normalmente son combinaciones de C y H o C y F. Pero nunca dos C.




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