Mi tragedia comenzó un martes en la mañana, y aunque ya mi vida era trágica, lo que inició aquella mañana con una simple solicitud de amistad, me cambió la vida por completo; era un martes rutinario y normal, un martes del mes de noviembre, un día poco soleado y sin nada de emocionante en él; me encontraba en un pequeño cubículo frente a un computador, revisando mi cuenta de red social, entonces sucedió, recibí una solicitud de amistad de un hombre guapo, de ojos claros, piel blanca y cabello chocolate oscuro; era muy hermoso en aspecto, algo que no me deslumbró, pero aun así acepté su solicitud sin percibí lo que realmente ocultaba tras su lindo rostro, o tal vez si logré percibir porque cuando estaba por oprimir el botón de aceptar, sentí que por dentro algo se me desgarraba, pero no presté a tención a lo que mi corazón me advertía; y mientras oprimía el botón comenzaba una etapa de mi vida que yo jamás me hubiera imaginado.
Mi trabajo era simple, pero muy bien remunerado; trabajaba en una boutique ubicada en el centro del pueblo, muchas personas compraban allí porque era una de las mejores boutique de ropa, conmigo trabajaban la dueña y una hermana de nuestra iglesia.
La noche de ese mismo día, el chico que me mandó la solicitud comenzó hablarme, nos presentamos y hablamos un poco de su vida y de la mía, le narré lo trágica que había sido mi vida, pero que no me arrepentía de tenerla porque conocía al verdadero Dios que adoraba y amaba con todo el alma; me contó que conocía también un poco de la vida cristiana pero que realmente nunca le había llamado la atención.
A pesar de haberme dicho esto yo seguía interesada en él. En muchas ocasiones me había comprendido, y durante nuestras conversaciones me hacía reír en todo tiempo, nos volvimos buenos amigos, y después de un mes le di mi número de teléfono, hablábamos todos los día, y a veces me ayudaba con mis clases de maestra de Escuela Dominical; que hipocresía, un lobo ayudándole a una oveja hacer oveja.
Aquel chico vivía en la ciudad, y en una ocasión me sugirió que nos viéramos en persona, me invitó a su casa, pero lo evadí, no me sentía preparada para ningún tipo de relación con un hombre, y supongo que él lo sabía porque no insistió. Tal vez no confiaba en él como yo creía, tal vez en el fondo Dios me ayudaba a percibir el daño que él podía causarme, pero allá iba yo, como cordero al matadero.
Después de la muerte de mis padres me alejé mucho de los hermanos de la iglesia, no volví a salir con mis amigos, incluso prescindí de muchas amistades. No sé cómo permití que Camilo entrara en mi vida, tal vez era la soledad asfixiante la que me llevó a aceptarlo. Jamás me permití sentir algo por un hombre, pero esta vez era diferente porque Camilo me hacía sentir de una forma especial, me gustaba mucho, sí, pero yo me tenía prohibido enamorarme.
Una mañana, después de levantarme presentí algo extraño, pero no presté atención y seguí sumergida en mi rutina; cuando era mediodía tocaron a la puerta, y al abrir allí estaba él, mi corazón pegó un salto, pero no era por la sorpresa, ni por amor, ni de emoción, sino de tragedia.
Me saludó y me dio un abrazo, lo mandé a seguir; esa tarde conversamos en mi casa y recuerdo que me dijo sentado a la mesa “si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña”. Almorzamos juntos, y en la tarde fuimos a la Iglesia a la que yo asistía y le presenté unos hermanos, luego de esto tomamos un capuchino en una cafetería, después me llevó a mi casa, se despidió y me dijo que a la mañana siguiente iba a viajar por que debía trabajar. Él ya era parte de mi vida y conocía todo de mí, yo le había abierto mi corazón casi como se lo había abierto a Jesús, pero había una diferencia muy grande y era que Jesús jamás me habría vendido como lo hizo él; yo era para Camilo una presa fácil, era invisible, frágil y vulnerable; estaba sola, no tenía familia ni amigos, pero no me sentía sola porque tenía al Todopoderoso de mi mano, que a cada paso que daba Él no podía hacer nada por mí, solo advertirme, pero yo ignoraba sus advertencias.