Al día siguiente me levanté temprano para estar presente cuando soltaran a María, bajé las escaleras mientras el guardia me seguía; Cesar y la otra muchacha llevaban a María sujetada de ambos brazos, estaba algo pálida y sus manos estaban muy lastimadas por las cadenas, casi no podía caminar de lo débil que estaba, intenté ayudar pero no me lo permitieron, Cesar el hijo de María al ver mi gesto me sonrió; el señor Francisco le ordenó al guardia que me llevará a la habitación y que de allí no podía salir; el guardia me sujetó de un brazo, entonces observé cuando el señor fue al comedor, así que con rapidez solté mi brazo y lo seguí.
- Por favor no me encierre, póngame a hacer algo productivo; en aquella habitación siento que me voy a enloquecer, si quiere puedo ayudar a cuidar a María. Le dije
- No, te quiero lejos de ella. Me respondió
- ¿Pero por qué? Le pregunté.
- Porque yo lo digo y aquí se hace lo que yo diga. ¿Quieres trabajo? Bien, tú trabajo será cuidar los perros, darles de comer y bañarlos. Dijo
Él se quedó burlándose con Selene y sus guardias, puesto que los perros eran algo peligrosos.
Un guardia me enseñó los perros y donde estaban los implementos para bañarlos. Cuando me acerqué a los perros éstos me gruñeron, tenían un bozal, pero aun así me dio algo de miedo, eran de raza fila brasileño; los llevé al jardín y con una manguera comencé a bañarlos y hablarles con voz mimosa para ganarme su cariño y respeto. Después de que los bañé subí a mi habitación y me duché, ya tenía libertad para estar fuera de la habitación siempre y cuando un guardia estuviera para vigilarme.
Creí que al estar fuera de la habitación sería más pasable para mi encierro, pero era peor; cada vez que miraba hacia la reja y observaba como los demás disfrutaban de su libertad mientras yo seguía en aquella enorme casa, encerrada como la peor de las criminales, y eso que un criminal estaba más cómodo en una cárcel que yo en aquella enorme mansión.
La primera vez que les di de comer a los perros me dio algo de susto, pero confié en Jesucristo, les di de mi mano, y mientras ellos comían los acaricié y así comenzaron a quererme, ya no me gruñían cuando me veían, por el contrario, me voleaban su colita; les enseñé un par de trucos y a obedecerme, Cesar al ver lo que pasaba con los canes se sorprendió y me habló por un instante.
- ¿Cómo sigue María? le pregunté.
- Mucho mejor, en este momento está descansando. Me respondió
- La mentó mucho por lo que está pasando su madre, todo esto es culpa mía.
- No se preocupe, hemos pasado por cosas peores. Me contestó.
- ¿Cesar, por casualidad tienes una Biblia o un libro que me puedas prestar? me siento algo sola, y sin nada que hacer.
- No tengo una Biblia, pero buscaré un libro y te lo traeré.
En ese momento llegó el señor Francisco y nos vio, Cesar enseguida se retiró. Todo el mundo le tenía respeto y miedo; todos en aquella casa me consideraban el juguete favorito del señor, por lo que no se acercaban a mí, a menos que fuera por orden del señor.