En la mañana desperté con más ánimos, hablé con mi Dios, me duché y bajé a la fonda a desayunar. Luego salí a caminar y a pensar en lo que iba a hacer, entré a una tienda donde se podía llamar, pero las llamadas internacionales eran muy costosas, busqué un café internet y entré a mi cuenta red social intentando hablar con alguien, pero la habían eliminado, así que no me quedó otra opción que llamar, recordé el número de una hermana de mi Iglesia que fue muy amiga de mi madre; el teléfono comenzó a sonar, cuando al fin me contestó le dije: – Soy Ana; en su voz percibí desilusión, entonces continúe - no es cierto lo que te han dicho, pero no puedo explicarte ahora, me tienen secuestrada, necesito ayuda, estoy en alguna parte de España y necesito volver a Colombia; no sé si fue mi desesperación o mi Cristo le movió el corazón, pero ella me dio el número telefónico de un policía que iba a nuestra Iglesia y que se encargaba de ayudar a los colombianos en el extranjero, creí que era la salida; anoté el número en un pedacito de papel, recuerdo que le dije - Dios te bendiga y te guarde siempre; apenas colgué vi que de un carro se bajaban los hombres del señor Francisco, salí corriendo por la parte de atrás y cuando entraron a la tienda yo me escondí en un callejón, esperé unos minutos y volví a la calle, entré en el motel, empaqué mis cosas y salí de allí.
Caminé de prisa y con pánico, de repente me los encontré en una vuelta, me devolví corriendo y pidiendo ayuda, pero nadie hacía nada, corrí hasta que llegué a la estación de un autobús y subí en uno sin saber a dónde ir, ellos no alcanzaron a subirse; solo me quedaba salir de la cuidad. Pero intenté algo más, fui a la terminal de autobuses y pedí un tiquete para un pueblo cercano a la cuidad, pero antes de subir al autobús, llamé al policía que me dijo la hermana, no me contestaron, pero le dejé un mensaje que decía: mi nombre es Ana Valenzuela, soy ciudadana colombiana, me trajeron a España por la fuerza una red de narcotraficantes de mujeres, en este momento estoy huyendo, investigué mi caso de como desaparecí de la nada en la ciudad de Medellín, pronto volveré a comunicarme con usted. Cuando subí al autobús, los guardaespaldas del señor Francisco llegaron con unos policías, “ya él se debió de enterar que salí de la ciudad” me dije.
Me quedaba poco dinero y en un pueblo sería difícil conseguirlo; el pueblo al que me dirigía quedaba a dos horas de la cuidad, entonces me recosté contra la ventanilla mirando el horizonte, cuando de repente el autobús comenzó a bajar la velocidad, más adelante había un retén de policías, si paraba allí me cogerían por emigrante, así que le pedí al conductor que me dejara en la carretera, ¿qué iba hacer? pensaba.
Pasé por debajo de unas vallas caminando por un terreno pastoso, dejando atrás la carretera y rodeando el retén, pero de nada me valió, Selene estaba allí en el retén, la vi de lejos. Un policía me vio y ella dijo que era yo, al ver que venían hacía a mí comencé a correr alejándome de la carretera, ellos me seguían y me gritaban que parara; en un momento llegué a una fuente de agua, tomé un poco y luego continúe caminando, pero ya en dirección hacia arriba, escondiéndome entre los arboles; llegué a una granja y me escondí en las caballerizas, los empleados pasaban cerca de mí, pero no se dieron cuenta de que yo estaba allí, pensé en quedarme hasta la noche, así la oscuridad cubriría mis pisadas; Selene llegó a la finca con los policías, preguntaron si me habían visto y dieron mi descripción, ellos respondieron que no.
Cuando llegó la noche solo estaban los dueños en la casa; estaba haciendo mucho frio y comencé a caminar para llegar a la carretera, sabía que los policías y guardias estarían rodando el lugar, solo mencionaba el nombre de Jesucristo para que no me encontraran; caminar en la oscuridad en un lugar que no conoces es bastante difícil, me caí un par de veces y mis pies se hundían en el fango, lo único que me ayudaba a seguir era la posibilidad de volver a mi hogar, y mientras caminaba en la oscuridad, escuchando el ruido de los carros a los lejos sentí un enorme deseo de llorar, pero no lo hice, porque permitirme llorar era aceptar que era débil y que podían encontrarme en cualquier momento, y yo prefería morir huyendo que volver a ser el objeto que compró un mafioso para su satisfacción personal; en un momento vi las luces de los carros que pasaban por la carretera y aumenté la velocidad, y cuando salí a la carretera le hice señas a un camión que transportaba mercancía; el conductor era un anciano, le pedí que si podía llevarme al pueblo más cercano, me respondió que sí.
Ya llevaba dos días libres del señor Francisco y no podía dejarme atrapar, porque si lo hacía perdería mi vida; la noche estaba fría y helada, con un cielo espejado lleno de muchas estrellas; el camión me dejó en la entrada del pueblo, ya era muy tarde, no había ningún lugar abierto, me senté en la acera de una casa a esperar que amaneciera; al verme sola y sentada en una calle me sentí desamparada, me dieron ganas de llorar, pero me contuve y seguí caminando hasta que llegué a la plazoleta del pueblo, ésta estaba llena de puestos de vender, pero todos cerrados, estaba hambrienta y cansada; me senté en una banca de un parque a esperar el amanecer.