Estuvimos allí menos de una hora mientras el silencio nos unía; sus brazos seguían rodeándome mientras mi cabeza estaba recostada en su pecho; ambos estábamos más calmados cuando alguien tocó a la puerta, era Selene que lo estaba esperando para ir a la compañía.
- Cancela las reuniones, Ana y yo iremos a la ciudad. Le dijo mirándome a los ojos.
- ¿En serio? Pregunté con asombro.
- Sí. Ne respondió con una leve sonrisa.
No sé cómo, pero en ese momento de mis labios brotó una sonrisa correspondida por la de él.
- Quiero ver siempre ese brillo en tus ojos cuando sonríes; ve a organizarte, en un par de horas salimos. Me dijo.
Le di las gracias, no era la curación de mis heridas, pero si era una pequeña luz en medio de tanta oscuridad. Fui a mi habitación y busqué ropa, usé una falda gris estilo lapiz con unas medias veladas negras, una blusa beis de cuello alto con un estampado brillante, solté mi cabello y me puse unos biTunes de cuero negro en plataforma no muy altos. Cuando el señor me mandó llamar bajé las escaleras, entonces él se volvió a mirarme co una radiante sonrisa.
- ¿Y tú abrigo? Me preguntó.
- No tengo. Contesté.
- Bien, creo que iremos de compras antes de ir a un parque. Me dijo con serenidad.
Me prestó un abrigo suyo, tenía su aroma y estaba caliente ya que él lo tenía puesto. Sonreí con nerviosismo, María me miró y también sonrió; entramos en el carro, y como siempre iba Selene y sus guardaespaldas; en el trayecto comencé a ver el paisaje, estaba nevando.
- ¿Qué tanto miras? Me preguntó con una sonrisa.
- El paisaje. Respondí
- ¿Ya no lo habías visto cuando escapaste?
- Sí, pero era de noche y no estaba nevando.
- Es la primera nevada del año. Me dijo.
Cuando llegamos a la ciudad paramos en una avenida llena de tiendas de ropa, entramos en una que era de marca muy exclusiva, y todos parecían conocerlo porque lo llamaban con su nombre y lo atendían de primero; y allí me compró varios abrigos, guantes, bufandas y vestidos; en un momento me alejé sin que él lo supiera y entré en una tienda donde vi un mp3, cuando regresé él estaba angustiado, pero reflejó esa angustia con enfado.
- ¿Dónde estabas? Me preguntó frunciendo el ceño.
- En una tienda de música. Contesté algo incomoda.
- ¿Por qué no me dijiste nada?
- Lo siento, no acostumbro a decir cada movimiento que hago.
- Las cosas han cambiado. Me dijo con enfado, pero luego su rostro cambió.
- Lo siento, pero estuve muy nervioso cuando no te vi… ¿y que hacías allí? Me dijo un poco más calmado.
- Miré un mp3, es que antes tenía uno con música cristiana, eso fue todo.
Se sintió mal, así que me tomó de una mano.
- Vamos, enséñame la tienda. Me dijo
Pensé que no me creía, pero cuando llegamos a la tienda me entregó dinero.
- Ve, compra el que te gustó. Me dijo
- ¿Por qué siempre que me hace sentir mal piensa que con dinero puede reparar lo que hizo, no le basta con que me allá comprado una vez para que lo siga haciendo a diario? Le dije
Él bajo la mirada y percibí que se sintió mal. Volvió a mirarme y me dijo
- Si te interesa ve y cómpralo.
Le recibí el dinero y compré el mp3, todas las compras las pusimos en la parte de atrás del carro. Después fuimos a un parque donde había varios juegos, comimos una hamburguesa y tomamos un café sentados en una silla frente a un lago congelado, y estuvimos riendo porque se notaba que hacía años él no comía una hamburguesa; yo no paraba de observar el paisaje, de sonreír y jugar con la nieve, y él por el contrario, no paraba de observarme; si yo reía él reía, si yo me movía él también lo hacía.
- Ana, toda mi vida ha sido la compañía, yo no sé cómo cambiar, ni que hacer para remediar el daño que se hace a los demás. Me dijo cuando estábamos de pie cerca del lago.
Lo miré y le dije unas simples palabras, pero quien las toma de verdad puede hacer cosas muy grandes.
- Para hacer lo que usted quiere aprender es muy simple, HAGA A LOS DEMÁS COMO LE GUSTARÍAN QUE LE HICIERAN A USTED.
- Espero que algún día puedas perdonarme. Me dijo
No dije nada, pero para menguar un poco su culpa le dije:
- Si usted cambia a lo mejor ese día llega más rápido de lo que cree.
En ese momento vi un juego que se llamaba "el laberinto a oscuras".
- ¿Entramos al juego? Le pregunté con una sonrisa.
- No, no somos niños. Me respondió con una sonrisa
- Allí no entran niños, solo adolescentes, o ¿le tiene miedo a la oscuridad?
Él me miró como retándome
- vamos; me dijo.
Los guardaespaldas se quedaron en la entrada, el juego trataba de un laberinto a oscuras, entrabamos acompañados y debíamos salir acompañados, había varias salidas y la primera pareja que saliera se ganaba un premio.
Ambos entramos, y cuando todo quedó oscuro lo tomé de una mano.
- ¿Ahora quién es la que tiene miedo? Dijo, y aunque estaba a oscura percibí que sonrió.
No se veía nada, el suelo comenzó a moverse, luego una pared nos separó, y en un momento el suelo se detuvo, se escuchaban las voces de los otros competidores y también escuchaba la del señor Francisco llamándome, pero le escuchaba a distancia; comencé a caminar hacia el sonido de su voz palpando el frente, pero no había nada, después de unos minutos escuché su voz más cerca.