Miércoles, Febrero 28.
— «BUM, BUM, BUM: mi corazón grita así dentro de mí...»
Estoy agachada y la camisa se me sube, y por el frío que se cuela a mi espalda baja, sé que Gavin ya volvió de fumar. Asquerosa afición, pienso en lo personal. Pero qué se hace. Las personas se empeñan en adquirir manías perjudiciales para su salud. Y se obcecan tanto en ello, que no oyen de razones. Como Gavin, que no hace caso a mis utilísimos consejos. Pero mientras sus pulmones aguanten, mejor que ocupe su vida en algo útil y me ayude a cargar estas cajas a la cocina. Que no sería tan ayudar del todo, ya que a ambos nos tocaba organizar la mercancía recién llegada de la granja Chilwell y me dejó por ir a matarse lentamente.
En cuclillas como estoy, quedo de espaldas a la puerta, por lo que miro por debajo de mi brazo hacia atrás a la altura del suelo; cierra la puerta sin mirar ni una vez hacia mí, lo sé porque sus piernas jamás se giran a mi dirección y se encamina -él puede ser tan desconsiderado- a la puerta que lo lleva directo a las mesas. Pero antes de que pueda salirse con la suya, pesco su mano y no lo dejo avanzar. Se resiste como un gran pez vela, tirando de mi brazo y sacudiéndose. Pero si él es necio, yo lo soy más.
Tengo muñecas fuertes: ir de compras requiere de ciertas aptitudes, como la fuerza para no dejarte ganar una prenda por alguien más.
— ¿Adónde crees que vas? Ya me abandonaste una vez... Ven aquí pequeño pillo— grito por encima de la música. Estoy en completa desventaja. Me saco el auricular y pretendo ponerme de pie, pero Gavin tira una vez más de su brazo tirándome al suelo, cayendo de sentón. La caída hubiese sido peor de no ser por mis fantásticos glúteos o porque coloque mis manos, a la velocidad de un flash, atrás para amortiguar la caída. Siempre he sabido que Gavin es un hombre tosco, pero nunca para tanto— ¿No piensas ayudarme? Qué caballero eres, eh. No me sorprende que tengas tantas admiradoras, a la mayoría parece gustarle los patanes... ¡Ahhhh!
Escuchar el BUM BUM BUM en mis oídos no puede ser más propicio que ahora. Mi corazón se sacude del susto hasta que reconozco la Máscara. Pero lo que realmente me pone los pelos de puntas son los andrajos que viste. Pobre hombre. Me vuelve el alma al cuerpo solamente cuando logro apartar mis preciosos ojos de todos esos hilos sueltos y pelusas. Si tenía que existir alguien con los horrendos gustos para vestir de Gavin, ese tenía que ser él. Jamás me esperé que existieran dos tipos así de crueles con su ropaje. E irracionalmente él parece más petrificado que yo, con sus brazos y piernas listos para salir corriendo. ¡Por favor! Que alguien le diga que no soy yo la que anda por la vida con una máscara perturbadora y ropa de huraño.
MaskMan asiente, y mecánicamente gira su cuerpo para irse.
De no ser porque tengo una mente rapidísima, no me entero que respondió a mi pregunta formulada al que yo creía era Gavin -«¿No piensas ayudarme?»-.
¡El mundo está lleno de caballeros!
— Detente allí mismo— estiro el brazo hacia él, pero no hace falta, se detiene por sí mismo. Y además, desde el suelo jamás podría haberlo alcanzado— ¿No piensas ofrecerme ni una disculpa? Porque anoche sí que hablaste.
No sé de dónde salió aquel reproche... Realmente sí lo sé: ante su pasividad por mi situación cuando fue él quien me tiró como trapo viejo, y si a eso le agregamos que fuera a quejarse como un bebé... queda una mezcla peligrosa de ira. Es que, ¡por favor!, hasta un recién nacido sabe que lo correcto es ayudarme. Hasta recoges la basura que tiras en la calle, cuánto más a mí.
La máscara no deja ver mucho sus ojos, tiene dos aberturas grandes pero hacen de pozo y le dan profundidad y sombra, lo cual no deja mucho para ver. Sin embargo, me pereció ver que abrió mucho sus ojos. O tal vez es mi imaginativa cabeza de escritora que me mostró un gesto habitual de las personas al verse descubiertas. No puedo asegurar nada con este sujeto extraño. Bueno, quizá lo único que puedo asegurar es que necesita un buen estilista. Pero siendo sincera, esto ni MadameMode podría arreglarlo.
— No...— se desinfla a inicios de su oración. Intenta de nuevo con más fuerza:— No fue mi culpa.
Cruza los brazos y me enfrenta. Pero no parece confiado, sino igual de temeroso que ayer. Seguro que es de esos tiquismiquis acostumbrados a que les resuelvan todo que ni siquiera sabe cómo resolver sus destrozos. O es asocial -buena, teoría Watson-. Creo que es momento de sacar la lupa y ponerme a investigar.
— Tú fuiste quien me agarró de la nada.
Acusa, intentando cuadrar los hombros, pero tan sólo parece un adolescente desgarbado... Un adolescente muy musculoso. Esto es tan ridículo. Él parece incluso en más peligro que yo, que estoy en el suelo a merced de un tipo alto y musculoso.
— ¡Sí...!— exclamo, alzando el brazo en protesta— Pero fue un error, por otro lado tú sí eras plenamente consciente de lo que sucedía y te valiste de tu ventaja para ultrajarme. Eres un patán.
Cruzo los brazos, y sólo para hacer la escena más dramática, me dejo caer más en el suelo.
— No fue así. Y no soy un patán— se defiende apasionado.
Creo que es lo más osado que le he visto hacer. Alzo una ceja incrédula. Si él no es un patán, entonces yo soy la reina de Inglaterra... De hecho, lo soy. Soy totalmente una reina, pero ese no es el punto a debatir aquí. Algo en la esquina perfectamente arqueada de mi ceja, lo puja a seguir hablando.
— A esta hora por lo general no hay nadie, entonces yo pensé que sería igual que las otras veces, por lo que no me detuve a investigar. Entonces cuando tú me asaltaste me asusté y sólo pensé en irme..., mi cabeza no estaba funcionando al pleno de sus facultades y accidentalmente te tiré al suelo.