El ajetreo de la guerra había transformado el castillo Stormride en un torbellino de actividad y tensión. Los rumores y la incertidumbre impregnaban cada rincón del castillo, y Lyanna sentía el peso de la preocupación en cada mirada, en cada susurro. El duque Aedan Stormride, su temido padrastro, se dirigía a la capital del Este para organizar al ejército y coordinar las estrategias bélicas contra el Oeste. Su partida había proporcionado a Lyanna una oportunidad que no podía desperdiciar.
Durante el mediodía, escoltada por dos guardias hacia el comedor, Lyanna escuchaba con atención la conversación sobre una posible batalla en una de las islas estratégicas entre los dos continentes…
—He oído que la batalla en la playa arena dorada no será la única. El Oeste pretende hacer un ataque contundente a la Ínsula de Entremar.
—La isla volcánica representa un pacto pacífico que el Oeste y el Este hicieron hace más de trescientos años. La isla pertenece al Este y si atacan la Ínsula de Entremar, es porque querrán usarla para futuras batallas navales.
Aprovechando la distracción de los soldados, quienes estaban absortos en sus discusiones militares, Lyanna formuló un plan. Poseía un poder oculto, un don que había mantenido en secreto desde que era pequeña. Podía comunicarse y controlar a los animales, un talento que podría ser su salvación en ese momento.
Al pasar por un pasillo donde las ventanas estaban abiertas para ser limpiadas, Lyanna cerró los ojos y se concentró. Enviando un silencioso llamado, convocó a los pájaros cercanos. En cuestión de segundos, una bandada de aves apareció, revoloteando y piando ruidosamente alrededor de los guardias, creando el caos necesario para su fuga.
—¿Qué está pasando? —gritó un guardia, mientras intentaba apartar a los pájaros que comenzaban a dañar su rostro.
Aprovechando la confusión, Lyanna corrió hacia la primera puerta que encontró, la cual daba hacia el jardín del castillo.
El corazón le latía con fuerza mientras se apresuraba por los senderos del jardín, sus pasos resonando en el pavimento de piedra. Podía escuchar los gritos de los guardias detrás de ella, pero los pájaros que controlaba continuaban distrayéndolos, dando tiempo a Lyanna para aumentar la distancia. Corría como si su vida dependiera de ello, sintiendo el aire fresco en su rostro y el suelo firme bajo sus pies.
Finalmente, llegó al muro que rodeaba el castillo, un imponente obstáculo que necesitaba superar. Mientras se preparaba para buscar una manera de escalarlo, el sonido de pisadas apresuradas se hizo más cercano. Lyanna se giró rápidamente, temiendo que los guardias la hubieran alcanzado. Para su sorpresa, no se encontró con soldados, sino con su hermanastro, Henry. El pequeño niño de ocho años la miraba con una mezcla de preocupación y determinación en sus ojos.
Se acercó a Lyanna mientras ella miraba nerviosamente a su alrededor, buscando una escapatoria.
—¿Qué estás haciendo, Lyanna? — su voz temblorosa pero llena de curiosidad.
Lyanna, con una mezcla de desesperación y resolución en su mirada, respondió:
—Lo siento, Henry, pero no puedo soportarlo más. Cada día me asfixio hasta no poder respirar, cada vez mi jaula se encoge y sus barrotes me sofocan, impidiéndome hacer movimiento alguno. No puedo soportarlo, Henry. Necesito salir de aquí. No pertenezco a este lugar, no soy parte de tu familia y ya sabes que tus padres no me soportan. Solo soy la niña a la que tuvieron que acoger por honor y respeto a mi madre, la señora de las islas Perladas.
Henry la miró con ojos comprensivos, y a pesar de apenas tener ocho años, comprendió profundamente lo que su hermanastra quería decir.
—Yo también me siento encerrado a veces. Mi padre siempre está ocupado con Rogan, instruyendo a mi hermano para convertirlo en el heredero de su ducado. A mí, ni siquiera me mira y cuando lo hace, es para decirme lo decepcionado que está de mí —confesó, bajando la voz a un susurro.
—Y cuando siento que soy completamente ignorado, a veces me escabullo por una brecha en la muralla que rodea el castillo.
Los ojos de Lyanna se iluminaron con esperanza.
— ¿Dónde está esa brecha, Henry?
Henry asintió con resolución y señaló un lugar no muy lejano de donde estaban.
— Está justo allí, detrás de esos arbustos. Es un agujero pequeño, pero siempre logro pasar por él.
Sin perder un segundo, Lyanna se inclinó y abrazó a su hermanastro con fuerza.
—Gracias, Henry. Nunca olvidaré esto. Quiero que sepas que eres el mejor de toda tu horrenda familia y que nunca debes sentir que no vales nada.
Luego, se dirigió rápidamente hacia el lugar señalado, su corazón latiendo con fuerza.
Al llegar a la brecha, apartó con cuidado los arbustos que ocultaban el agujero en la muralla. Era estrecho, pero suficiente para que ella pudiera pasar. Con determinación, se deslizó a través del agujero y finalmente huyó del castillo Stormride, dejando atrás las restricciones que la habían oprimido durante tanto tiempo.
Una vez fuera, Lyanna comenzó a correr, sus pasos resonando sobre la hojarasca del bosque. Los árboles se erguían altos y majestuosos a su alrededor, sus ramas formando un dosel protector sobre su cabeza. A medida que avanzaba, el aire fresco llenaba sus pulmones y el canto de los pájaros acompañaba su travesía. Corrió sin detenerse, impulsada por la euforia de su recién ganada libertad.
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Editado: 14.01.2025