Encierro y grandeza. Un poderoso destino

Capítulo Siete: Los placeres no suplen el deber

En una zona cercana a la playa arena dorada del continente del Oeste, apartada del fragor de la batalla, la noche envolvía al campamento militar con una oscuridad apenas rota por las fogatas dispersas y la débil luz de la luna. En una tienda de campaña más grande y lujosa que las demás, Cassian, el tío del príncipe heredero, conocido como el bohemio, era el centro de la celebración. Reía a carcajadas con una jarra de cerveza en una mano y una mujer en su regazo, mientras la música y las risas llenaban el aire.

Cassian, de porte despreocupado y melena oscura bien recortada, era el alma de la fiesta. Los aristócratas que lo acompañaban, compartían su entusiasmo. En un rincón, un músico tocaba una melodía alegre, y el sonido de las copas chocando y las risas estruendosas resonaban en el ambiente. Las mujeres de compañía danzaban y coqueteaban, añadiendo un aire de desenfreno a la escena.

Cedric Belmont, el príncipe heredero del Oeste, observaba con una mezcla de desconcierto y desagrado desde la entrada de la tienda. Cedric, apenas con dieciséis años, vestía una armadura ligera. Su rostro reflejaba tensión y en sus hombros llevaba el peso de la responsabilidad que tenía. Sus ojos, llenos de nobleza y determinación, se fijaron en su tío, ajeno a la seriedad de la situación.

El joven príncipe se adentró en la tienda, avanzando entre los hombres que lo miraban con curiosidad. La música se calmó un poco y las miradas se dirigieron hacia él. Cedric se acercó a donde estaba su tío y, sin preámbulos, habló con voz firme:

—Tío Cassian, no deberíamos estar aquí celebrando mientras nuestros hombres están en el campo de batalla, luchando y protegiéndonos del enemigo. Deberíamos estar con ellos, defendiendo a nuestra gente y nuestro reino.

Cassian, interrumpido en medio de una carcajada, alzó la vista hacia su sobrino. Sus ojos, enturbiados por el alcohol pero con un destello de astucia y una pizca de indulgencia, se posaron en él. Se acomodó en su asiento y soltó un suspiro exagerado, como si el discurso de Cedric le resultara aburrido.

—Ah, Cedric, querido sobrino... —dijo Cassian con una sonrisa ladeada —.En la vida, solo los más inteligentes y sensatos sobreviven. La guerra no es más que una trampa mortal. ¿Ir a la batalla cuando tenemos otra opción? No, Cedric, bajo ningún concepto vayas a la confrontación. Todo lo que encontrarás ahí es la muerte y la miseria.

Cedric, con las manos apretadas en puños, no podía creer lo que escuchaba.

—Pero, tío, somos los líderes, somos los que damos fuerza a nuestra gente. Ellos confían en nosotros. No podemos quedarnos aquí, en esta tienda, bebiendo y celebrando mientras nuestros soldados arriesgan sus vidas.

Cassian hizo un gesto despectivo con la mano que sostenía la jarra de cerveza.

—Para eso están los soldados, Cedric. Para arriesgar la vida por nosotros. Somos nobles, hombres poderosos. Nuestra vida importa mucho más que la de meros vasallos. Nuestro lugar está aquí, en la retaguardia, alejados de la batalla, disfrutando de las ventajas de nuestra posición.

La mujer en el regazo de Cassian sonrió y pasó los dedos por su cabello, mientras él la besaba y reía de nuevo.

—Vamos, muchacho. No seas tan terco... —continuó —.Siéntate, toma una jarra de cerveza y disfruta de la noche. La guerra no necesita más héroes muertos.

Cedric permaneció inmóvil, con la mandíbula apretada y los ojos llenos de furia contenida. No podía aceptar la despreocupación de su tío, el desprecio hacia el deber y el honor que manifestaba tan abiertamente.

El ambiente festivo en la tienda militar contrastaba marcadamente con la seriedad y el peso de la responsabilidad que cargaba el príncipe heredero Cedric Belmont. Cassian, el bohemio, bebía y reía junto a sus compañeros aristócratas, todos ellos ajenos al sufrimiento y la lucha que se libraba más allá de las líneas del campamento.

Cassian, al ver que su sobrino mantenía su postura indignada, dejó escapar un suspiro teatral. Sus ojos, brillantes por el alcohol, se posaron en sus otros compañeros, también embriagados y repletos de carcajadas.

—Bueno, muchachos... —dijo con una sonrisa torcida.

—Parece que nuestro joven príncipe necesita aprender a relajarse. ¿Qué podríamos hacer para enseñarle que no todo son obligaciones?

La pregunta rebotó en la tienda de campaña y, de inmediato, los nobles alzaron sus jarras y respondieron con voces dichosas:

—¡Lo que necesita es una buena ramera que lo mantenga distraído toda la noche! Con varias mujeres en sus brazos, se le pasaría tanta tontería...

Los presentes en la tienda militar estallaron en risas y asintieron con entusiasmo. Cassian, con un gesto despectivo, señaló a una de las prostitutas que se encontraba cerca. La joven mujer, esbelta y atractiva, con una sonrisa que prometía placeres desconocidos, se acercó al príncipe de dieciséis años. Cedric, ruborizado y sintiendo una oleada de incomodidad, dio un paso atrás, pero la mujer avanzó con seguridad.

Suavemente, puso una mano sobre el pecho de Cedric, rozando la tela de su armadura ligera.

—Eres muy guapo y, a pesar de ser tan joven, te ves todo un hombre —murmuró la mujer, sus ojos oscuros fijos en los de él.

—Con gran placer te ayudaría a desatarte esa armadura tan pesada y te haría olvidar todos tus problemas, mi príncipe.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.