Desde el palco real, Inísel observaba con una mezcla de ansiedad y tristeza cómo los concursantes se acercaban uno por uno al presentador de los juegos. Cada participante introducía su mano en el recipiente tallado, sacando un papel que revelaría su destino. Los movimientos eran lentos y solemnes, impregnados de la gravedad de lo que estaba por comenzar. A medida que cada concursante sacaba su papel, se podían ver las emociones reflejadas en sus rostros: nerviosismo, determinación, miedo y, en algunos casos, una resolución fría y calculadora.
El anfiteatro estaba sumido en un silencio expectante, roto solo por el murmullo ocasional de la multitud y el crujido de los papeles siendo desenrollados. Los espectadores, que llenaban las gradas hasta el tope, observaban con ojos brillantes, ansiosos por el espectáculo que se avecinaba. Inísel, sentada junto a su esposo, el Shántruk Theodric Elektita Unu, sentía el peso de cada mirada, de cada destino sellado por esos papeles.
Cuando el último concursante, un joven de aspecto delgado pero con una mirada feroz, sacó el último papel del recipiente, el presentador alzó las manos para llamar la atención de todos.
—En kune: La dioj alportu fortunon al la venkinto de la bravaj bataloj! (¡Que los dioses traigan fortuna al vencedor de los combates del valor!) —proclamó con voz fuerte y clara. Las trompetas sonaron, y la multitud estalló en vítores y aplausos, sus gritos de entusiasmo resonando en el vasto anfiteatro.
Cada participante miró su papel y leyó en voz baja el juego que le había tocado. En la arena, cerca del palco real, se levantaban cinco postes altos, cada uno con una bandera ondeando en la cima, representando los cinco juegos: agua, fuego, aire, tierra y luz. Los concursantes, uno por uno, se dirigieron hacia el poste correspondiente, agrupándose bajo la bandera que indicaba su destino.
Inísel observaba con el corazón encogido cómo los setenta participantes se alineaban en sus respectivas posiciones. Catorce se agolpaban bajo la bandera del agua, listos para enfrentar la prueba del mar. Otros catorce se colocaban bajo la bandera del aire, preparados para demostrar su destreza con las flechas y lanzas. Catorce más se situaban bajo la bandera de la tierra, armados y listos para la brutal batalla de gladiadores. Los siguientes catorce se reunían bajo la bandera del fuego, preparados para caminar sobre brasas ardientes y luchar con espadas de fuego. Finalmente, los últimos catorce se ubicaron bajo la bandera de la luz, dispuestos a enfrentar la prueba más humillante y desesperante.
Una vez seleccionados y colocados, los concursantes se volvieron hacia el palco real. Sus movimientos eran disciplinados, casi ceremoniales. Con un solo gesto, se inclinaron en un profundo saludo de respeto hacia el Shántruk Theodric Elektita Unu. Las voces de los participantes se elevaron en un unísono reverente.
—En kune: Mi batalos por mia Shantruk, por Sabla Urbo, kaj por la tuta Dezertejo. Gloro benu mian glavon kaj mian koron (Lucharé por mi Shántruk, por Sabla Urbo y por toda Erial. Que la gloria bendiga mi espada y mi corazón) —comenzó el primero.
—En kune: Mi batalos por mia Shantruk, por Sabla Urbo, kaj por la tuta Dezertejo. Gloro benu mian glavon kaj mian koron (Lucharé por mi Shántruk, por Sabla Urbo y por toda Erial. Que la gloria bendiga mi espada y mi corazón) —y así, seguidamente, los participantes anunciaron sus palabras con voz clara y definida.
Inísel observaba cada rostro, cada mirada decidida o aterrorizada, y sentía una punzada de tristeza. Muchos de estos jóvenes estaban obligados a estar allí, forzados a participar en un espectáculo que glorificaba la violencia y el sufrimiento. Otros, como los mercenarios, se habían apuntado voluntariamente, atraídos por la promesa de dinero y fama. Sin embargo, todos compartían un destino común: el de enfrentarse a pruebas mortales bajo la mirada de una multitud hambrienta de sangre y emoción. Inísel sabía con certeza que muy pocos iban a sobrevivir.
El Shántruk Theodric, sentado a su lado, observaba la escena con una expresión de fría resolución. Inísel sabía que su marido creía estar haciendo lo mejor para el reino, pero no podía evitar sentir que se estaba equivocando, que no era la forma de mejorar la situación; sacrificando vidas, algunas de ellas inocentes. La Valkúr apretó los puños, reprimiendo sus emociones mientras el presentador continuaba con la ceremonia de apertura.
—En kune: Ke la dioj estu kun vi (Que los dioses estén con ustedes…) —proclamó solemnemente. —. En kune: Kaj la venko estu por la plej fortaj kaj kuraĝaj (Y que la victoria sea para los más fuertes y valientes) —con esas palabras, se retiró hacia un lado de la arena, dejando que la primera prueba comenzara.
El Shántruk, con una sonrisa de satisfacción, observó desde su palco real a los catorce concursantes preparándose para la primera prueba.
—En kune: Ke la dioj protektu vin kaj benu vian sorton. Faru La Kvin Urboj fiera (Que los dioses os protejan y bendigan vuestra suerte. Haced que La Kvin Urboj se sienta orgullosa) —les deseó, su voz resonando por todo el anfiteatro. Inísel, a su lado, se mantuvo en silencio, sus puños apretados y la mandíbula tensa. Cada fibra de su ser se rebelaba contra la barbarie que estaba a punto de desarrollarse, pero sabía que en ese momento su descontento no conseguiría detener la atrocidad que se cometería. Isra, percibiendo su angustia, colocó una mano consoladora sobre su hombro, un gesto de apoyo que Inísel agradeció en silencio.
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Editado: 14.01.2025