Encierro y grandeza. Un poderoso destino

Capítulo Trece: Misterios en el Sótano

En el continente del Este, Lyanna, con dieciséis años, se encontraba sumida en sus pensamientos en su habitación. Los últimos cuatro años habían sido tensos debido a la guerra con el Oeste, lo que había traído estrés y preocupación a su familia adoptiva. El señor Stormride, ocupado en los asuntos bélicos, se ausentaba frecuentemente del castillo, dejando a Lyanna en un estado de relativa soledad agradecida. Sin embargo, a medida que había crecido y se había vuelto menos impulsiva, el señor del castillo le había permitido salir de su habitación sin escolta, siempre y cuando prometiera no causar alboroto. Con este nuevo grado de libertad, Lyanna podía pasear por los jardines y explorar los sitios donde tenía permiso estar.

Esa mañana, mientras los cálidos rayos del sol entraban por la ventana de su habitación, Lyanna estaba sentada en el alféizar de su ventana, observando el paisaje y meditando sobre los cambios en su vida. La guerra había cambiado muchas cosas, no solo en el reino, sino también en su propio corazón. La confrontación entre el Oeste y el Este había dejado heridas muy difíciles de sanar en ambos continentes. Aunque no podía salir de su jaula bien confeccionada, sabía por los sirvientes y soldados que el horror se encontraba más allá de los muros del castillo. Ahora, sus pensamientos estaban llenos de incertidumbre sobre el futuro y sobre su lugar en un mundo cada vez más convulso.

De repente, varias doncellas irrumpieron en su habitación, llenando el espacio con risas y conversaciones animadas. Lyanna se volvió hacia ellas, sonriendo con una mezcla de sorpresa y agrado. Gracias a la educación proporcionada por su familia adoptiva, había aprendido a comportarse con buenos modales y a corresponder con saludos respetuosos.

—Lady Lyanna, buenos días. Han pasado unos años desde la última vez que la vi… —exclamó una de las doncellas, una mujer mayor llamada Elise, que Lyanna recordaba haber visto marcharse del castillo justo cuando la guerra comenzó.

—Hola, Elise, me alegra volver a verte.

La mujer sonrió a la pelirroja y sus ojos escudriñaron cada detalle de la joven.

—¡Pero mira qué mayor se ha hecho! ¡Se ha vuelto una mujer muy hermosa, Lady Lyanna!

Las demás doncellas asintieron y comenzaron a elogiarla, comentando lo mucho que había crecido y lo bien que le sentaba su juventud. Lyanna, sintiéndose un poco incómoda con tanto halago, devolvió un asentimiento y continuó escuchando lo que le decían.

—Y Elise, no sabes cuántos de los hombres del castillo le lanzan miraditas a Lady Lyanna —dijo otra doncella, una joven rubia llamada Mariella, con una sonrisa traviesa—. Es una mujer muy solicitada últimamente, si yo fuera usted, Lady Lyanna, me aprovecharía de la situación.

El comentario fue acompañado por risas melodiosas y asentimientos de las otras doncellas.

Lyanna se tensó visiblemente al escuchar las insinuaciones. Sabía que sus palabras escondían una intención clara: que aprovechara la atención de algunos hombres del castillo para encontrar satisfacción con ellos. A diferencia de muchas jóvenes de su edad, Lyanna no se sentía cómoda con esa idea.

—Bueno, Elise, ¿cómo has estado? ¿Tus hijos se encuentran bien?

Trató de desviar la conversación preguntando por la salud de las doncellas, pero ellas no se dejaron distraer y continuaron hablando de la posibilidad de que la pelirroja pudiera descubrir otros placeres ocultos.

—Parece tener muchas oportunidades, Lady Lyanna. Dígame, ¿no tiene interés en alguien? —dijo Elise, su tono calmado—. Si muchos jóvenes la miran con atención. Podría disfrutar de su juventud y experimentar un poco.

Lyanna tragó saliva, incómoda. Prontamente las doncellas comenzaron a explicarle los placeres que se estaba perdiendo. Escuchar a regañadientes cómo las mujeres describían lo magníficos que eran los momentos íntimos la disgustaba. No quería parecer grosera, pero no podía compartir su entusiasmo.

—Sí, además —añadió Mariella con entusiasmo— ya manchó. No sé si lo sabes, Elise, pero Lady Lyanna tuvo su primera mancha a los doce años.

Elise levantó sus cejas sorprendida, pues no era habitual que la menstruación aconteciera a una edad tan joven.

—Por Omnilum, es una mujer muy avanzada, Lady Lyanna —comentó la mujer mayor—. Eso podría complicar las cosas, no querríamos que quedara embarazada de forma imprevista. No me imagino la reacción del duque si eso ocurriera — comentó con su rostro lleno de espanto.

Mariella negó con fervor y proclamó:

—No se preocupe, Lady Lyanna. Conozco hierbas especiales que le ayudarán a prevenir un posible embarazo. Así que no debería desperdiciar ningún momento. Aproveche su juventud y la atención que los hombres le destinan.

Lyanna asintió con la cabeza, pero no respondió. Sentía que no tenía ninguna necesidad física de estar con alguien y le molestaba cuando los demás la incitaban a relacionarse.

—Gracias por vuestra preocupación, pero esto es algo que solo me concierne a mí y, por ahora, no busco relaciones íntimas con nadie—dijo finalmente, tratando de mantener la calma—. Hay responsabilidades, deberes, y la situación en el castillo no es la mejor con la guerra y todo lo que conlleva.

Las doncellas intercambiaron miradas de entendimiento. Parecía que habían comprendido, al menos en parte, la voluntad de Lyanna.




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