Encierro y grandeza. Un poderoso destino

Capítulo Dieciséis: Nuevos posibles aliados

Vagando durante más de una semana bajo el sol abrasador del desierto, Inísel, Kaelan e Isra sentían cómo el calor sofocante agotaba cada gramo de su energía. El desierto se extendía infinitamente a su alrededor, las dunas ondulantes creando un paisaje sin fin, con el horizonte borroso por el calor. El agua se había agotado hacía ya dos días, y sus cuerpos clamaban por hidratación, cada paso más arduo que el anterior. Los caballos, valientes y leales, comenzaron a sucumbir ante la presión del entorno. Uno a uno, los animales cayeron, incapaces de continuar, hasta que los tres fugitivos quedaron solos, enfrentando la inmensidad del desierto a pie.

El calor era insoportable. Los labios de Inísel estaban agrietados y secos, y cada aliento se sentía como si aspirara fuego. Sus piernas temblaban con cada paso, y sus pensamientos comenzaban a desvanecerse en la neblina de la deshidratación. Kaelan, aunque más resistente, también estaba al borde del colapso, y la doncella Isra, con el rostro pálido y la mirada perdida, apenas podía mantenerse en pie.

El fin parecía inevitable, su muerte próxima en la cruel extensión del desierto. Pero, justo cuando la desesperación alcanzaba su punto álgido y la oscuridad comenzaba a tomar el control, unas figuras aparecieron en la distancia. Vestidos con ropajes de pieles que cubrían lo mínimo de sus cuerpos, los indígenas del desierto se acercaron con agilidad y destreza. Su piel curtida por el sol y sus movimientos rápidos hablaban de una vida adaptada a estas condiciones extremas.

Inísel, ya incapaz de mantenerse en pie, se desplomó en la arena caliente, su visión nublada. Apenas consciente, sintió cómo manos fuertes pero gentiles la levantaban. La última imagen que sus ojos captaron antes de desmayarse fue la de un hombre indígena, con ojos oscuros y penetrantes, observándola con una mezcla de curiosidad y preocupación.

Despertó días después, en una cabaña hecha de pieles y madera. La luz suave del amanecer se filtraba a través de las aberturas, llenando la estancia con un cálido resplandor. Una mujer indígena, de rasgos fuertes y expresión serena, estaba a su lado, sosteniendo una cuchara de madera grande. La mujer intentaba alimentar a Inísel con una mezcla que olía a hierbas y especias desconocidas.

Inísel, aún desorientada, se levantó lentamente de la cama improvisada. Con esfuerzo, se incorporó y miró a su alrededor, tomando conciencia de su entorno. Prontamente se percató de que su atuendo había sido cambiado y su cuerpo estaba vestido con un ropaje tradicional de los indígenas.

—En kune: Kiu vi estas? Kie mi estas? (¿Quién eres? ¿Dónde estoy?) —preguntó, su voz ronca y débil.

La mujer indígena le respondió en un idioma que Inísel reconoció como Dýnami, la lengua de los pueblos indígenas del sur de Erial. Aunque Inísel tenía facilidad para los idiomas y hablaba tres: kune, satus y usual, las palabras que la mujer pronunciaba eran ininteligibles para ella. La frustración comenzaba a crecer dentro de Inísel, pero antes de que pudiera desesperarse por completo, la puerta de la cabaña se abrió.

Un hombre corpulento, de piel blanca y rasgos claramente diferentes a los de la tribu, entró en la choza. Sus ojos azules y cabello negro contrastaban fuertemente con la tez bronceada de los indígenas. Inísel lo miró con suspicacia y curiosidad, intentando comprender su presencia en un lugar tan remoto.

—En dynami: Boreís na mas afíseis ísychous? (¿Podrías dejarnos a solas?).

Garath Thorne, tras ver que la indígena se retiraba de la cabaña, se acomodó en un taburete rústico frente a Inísel, observándola con atención. Su apariencia era la de un caballero veterano de los tres continentes, evidenciado por el emblema que adornaba su sobreveste: un escudo dorado con dos espadas cruzadas. Su rostro, endurecido y curtido revelaba una vida de experiencia en el ámbito militar.

—En kune: Mi estas Garath Thorne. Vi, estu kiu? (Soy Garath Thorne. Tú, ser ¿quién?) —dijo con torpeza En kune, su pronunciación evidenciando que no era su lengua materna.

—En kune: Pardonu, mi, vi, ripetu... Kiu vi estas? (Perdón, déjame, tú, repetir… ¿Quién ser tú?).

Inísel, al detectar su dificultad con el idioma, decidió cambiar al Usual, la lengua comúnmente hablada en los tres continentes.

—Soy Inísel Zendel, Valkúr de la capital del Norte de Erial, llamada Sabla Urbo. —comenzó, con la voz aún débil pero clara.

—Hace poco tiempo, una revolución aconteció en Sabla Urbo. Una organización secreta, llamada la Garra del Tigre, orquestó un atentado contra el Shántruk Theodric, mi esposo. La explosión no solo mató a mi marido, sino también a mis padres y a muchos de nuestros consejeros. Me vi obligada a huir para salvar mi vida.

Garath asintió lentamente, procesando la información. Agradecía que la mujer pudiera hablar con tanta fluidez su idioma, y rápidamente le respondió, su voz resonando con una mezcla de compasión y determinación.

—Lamento mucho su pérdida, Inísel… —dijo, inclinándose un poco hacia ella.

—¿Puedo llamarla así? —La Valkúr asintió, sin ver motivos para reclamar más formalidad.

—Se ve que la guerra está presente en todos los continentes. La Garra del Tigre... He oído rumores sobre ellos. Parecen estar en todas partes y sus influencias son extensas.

Inísel asintió, su mirada perdida en los recuerdos dolorosos de la explosión y el caos subsiguiente.

—Sí, son unos hijos de puta… —respondió—. Manipularon a mi pueblo con engaños y actuaciones bien ensayadas. Su líder se proclamó el nuevo portavoz de los dioses, logrando así volcar a la gente contra nosotros. Ahora, me encuentro en este desierto, perdida y sin saber cómo estará mi gente. Pero… —Inísel levantó su mirada y fijó sus ojos en los de Garath—. Una cosa sí sé, haré cualquier cosa para recuperar mi ciudad y asegurar el bienestar de mi pueblo. La Garra del Tigre no velará por los intereses de mi gente, sino que se aprovechará sin remordimientos de los inocentes. Debo volver y protegerlos.




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