Encierro y grandeza. Un poderoso destino

Capítulo Dieciocho: Amigos de alta mar

Un día después del atentado que cobró la vida del Shántruk y de los padres de Inísel, en el cardinal del este, el sol de la mañana se filtraba a través de las pesadas cortinas de la habitación de Lyanna, bañando el cuarto en un cálido resplandor dorado. La joven yacía en su cama, envuelta en sábanas de seda, pero su sueño no era pacífico. Sudor perlaba su cuello y ligeros quejidos se escapaban de sus labios resecos. Su respiración era irregular y de vez en cuando se agitaba, como si intentara escapar de algo invisible.

En el sueño, Lyanna se encontraba en un vasto pabellón. Sus grandes columnas de mármol blanco resplandecían bajo la luz inclemente del sol. La arena del desierto se arremolinaba a su alrededor y el viento cálido llevaba consigo un murmullo constante, como si la tierra misma susurrara secretos antiguos. A su alrededor, personas de piel oscura y ropas ligeras se movían con gracia, sus rostros serenos y solemnes, escuchando atentamente a un hombre que se erguía en el centro del pabellón. Parecía un rey, con su porte majestuoso y una corona de oro que brillaba con una intensidad casi sobrenatural.

La ciudad que rodeaba el pabellón era árida, sus edificios de piedra desgastados por el tiempo y la arena. El aire estaba cargado con el aroma de especias exóticas y el sonido lejano de tambores resonaba en un ritmo hipnótico. La voz del rey, grave y resonante, llenaba el espacio, pronunciando palabras que Lyanna no lograba entender pero que sentía cargadas de un profundo significado.

De repente, sin previo aviso, el pabellón estalló en una vorágine de fuego y destrucción. El calor abrasador y la fuerza de la explosión lanzaron a Lyanna al suelo, su cuerpo golpeando contra las losas de mármol con un dolor sordo. A su alrededor, todo se desintegraba en caos y desesperación. Las figuras que momentos antes se movían con elegancia ahora corrían y gritaban, sus rostros distorsionados por el miedo y el sufrimiento.

Lyanna emergió de entre los escombros varios segundos después, tosiendo violentamente por el humo espeso que llenaba sus pulmones. Su corazón latía con fuerza desbocada y una oleada de sufrimiento y tristeza la envolvía, tan intensa que casi la hizo caer de rodillas. Las personas que acababa de ver perecer, aunque desconocidas, la afectaban profundamente, como si sus almas estuvieran conectadas de alguna manera inexplicable con la suya.

Mirando a su alrededor, los ojos de Lyanna se llenaron de lágrimas al ver la devastación del lugar. Los restos del pabellón estaban en llamas y el dolor en su pecho era casi insoportable. Fue entonces cuando, al bajar la mirada hacia sus propios brazos, notó algo aún más perturbador. Su piel, antes suave y humana, comenzaba a transformarse en escamas plateadas, reflejando la luz del fuego con un brillo frío y metálico.

Asustada, Lyanna intentó comprender lo que estaba viendo, pero sus pensamientos se mezclaban con el dolor y el terror. Intentó tocar su piel, esperando que la sensación la devolviera a la realidad, pero las escamas eran reales, duras y frías bajo sus dedos temblorosos. Un grito ahogado escapó de su garganta y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.

De repente, el fuego la volvió a engullir. Las llamas, voraces y despiadadas, la rodearon y Lyanna sintió que su cuerpo se consumía en un tormento de sufrimiento y tristeza. Todo a su alrededor se desvaneció en una vorágine de calor y dolor, y la desesperación se apoderó de ella.

Lyanna se retorció en su cama, el sudor empapando las sábanas y sus labios moviéndose en un murmullo angustiado. Su cuerpo temblaba mientras intentaba liberarse del sueño opresivo. Finalmente, con un jadeo entrecortado, despertó. Sus ojos se abrieron de golpe y su respiración era rápida y superficial. Miró a su alrededor, encontrándose de nuevo en la seguridad de su habitación.

El sol de la mañana seguía filtrándose a través de las cortinas, pero Lyanna sentía el frío del miedo aferrándose a su piel. Se llevó una mano temblorosa al cuello, todavía sintiendo la humedad del sudor. El sueño, aunque había terminado, dejaba una sensación persistente de inquietud y una pregunta latente: ¿qué significaba todo aquello? ¿Y por qué sentía que había estado viviendo una experiencia aterradora en los ojos de otra persona?

Con un suspiro entrecortado, se levantó de la cama, sus sábanas enredadas y húmedas. Se dirigió rápidamente hacia un rincón de la habitación donde había un cuenco de porcelana lleno de agua fresca. Sumergió las manos temblorosas en el agua, salpicando su rostro con vigor, tratando de borrar los restos de la pesadilla de su mente.

Mientras el agua goteaba por su piel, comenzó a sentirse más calmada. Sin embargo, el recuerdo del sueño seguía acechándola, la imagen de sus brazos cubiertos de escamas plateadas no se desvanecía tan fácilmente. Unos minutos después, la puerta de su habitación se abrió suavemente y varias doncellas entraron, listas para comenzar su rutina diaria. Notaron de inmediato el estado alterado de Lyanna.

—Mi Lady, ¿qué le ha sucedido? —preguntó Elise con preocupación.

Lyanna negó con la cabeza, forzando una sonrisa tranquilizadora.

—No es nada, solo una pesadilla… —respondió, intentando restarle importancia.

—¿Una pesadilla? Mi abuela siempre me decía que los sueños tienen un significado más profundo del que vemos a simple vista. Tal vez lo que ha visto sea un presagio… —comentó otra doncella, causando que un visaje de preocupación se mostrara en el rostro de la pelirroja. Viendo la alteración de su señora, Elise decidió tranquilizarla…

—No nos lo pongamos en la cabeza. Un sueño solo es un sueño. A veces, nuestra mente manifiesta situaciones tristes que, por el estrés de nuestro día a día, se convierten en pesadillas. No se preocupe, Lady Lyanna, no busque un significado más profundo.

Lyanna asintió con una sonrisa, pero su gesto no consiguió llegar a sus ojos. La pesadilla todavía la preocupaba, sumiendo su mente en un torbellino de emociones dispares. Las doncellas no insistieron, aunque sus miradas mostraban preocupación por la angustia de su señora. Con el propósito de que olvidara el sueño, procedieron a prepararla para el día, cepillando su cabello y ayudándola a vestir con una elegante túnica de seda azul.




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