En el imponente Castillo Stormride, las paredes de piedra maciza y las antorchas que proyectaban sombras danzantes en los tapices antiguos creaban una atmósfera solemne durante la cena familiar. La mesa larga estaba adornada con candelabros dorados y platos de porcelana fina, reflejando la riqueza y el poder de la familia Stormride. Lyanna, sentada en su lugar habitual al final de la mesa, contemplaba a su familia adoptiva mientras degustaba su comida con discreta satisfacción.
Habían pasado varios meses desde que los piratas, ahora convertidos en corsarios leales al Este, habían inclinado la balanza a favor de su lado en la guerra contra el Oeste. La participación de estos corsarios había sido crucial, permitiendo una serie de victorias que habían fortalecido la posición del Este. A pesar del tumulto de la guerra, Lyanna había logrado mantener una sencilla, pero sincera amistad con Mara, la hija del capitán de los corsarios, con la que había compartido momentos de camaradería y confidencias en los breves encuentros que podían permitirse.
En la mesa, su padrastro, Aedan Stormride, su madrastra, Eveline Stormride, y su hermanastro mayor, Rogan, hablaban animadamente sobre los recientes desarrollos políticos.
—Estamos en una posición ventajosa, hijo mío. El Oeste se ve presionado por los corsarios y es gracias al acuerdo que tú sugeriste con los piratas. Estoy muy orgulloso de ti, Rogan, has demostrado un ingenio y una fuerza innata para gobernar. Sabía que tenías un potencial inigualable, hijo mío… —Lyanna esbozó un suspiro silencioso. Fue ella quien había aportado la idea y lo único que su hermanastro mayor hizo, fue exponer su propuesta.
—Y ahora el Oeste está en una posición vulnerable que debemos aprovechar. Los reyes del Oeste, Alistair Belmont y Elara Belmont, ya se han puesto en contacto con el palurdo de nuestro Rey. Pero no os preocupéis, Thorian Melgar ha prometido hacerse a un lado y dejarme a mí, como duque del Este, gestionar todos los trámites para una alianza pacífica con el Oeste y en consecuencia, que cese ya la guerra. —
La conversación giraba en torno a la exitosa negociación con el rey del Oeste, Alistair Belmont.
—Por eso me fui el mes pasado hacia el Oeste, tenía el propósito de hablar con el rey y la reina y poder llegar a un acuerdo. Y así lo hicimos… —Su alteza Aedan Stormride explicaba con orgullo que habían conseguido pactar un matrimonio entre Rogan y la princesa del Oeste, Evelina Belmont.
—Rogan, hijo mío, es momento de que impulses a nuestra familia hacia la grandeza. Los reyes han prometido entregarte a su hija y con ese casamiento, firmaremos la paz entre ambos continentes. Este enlace matrimonial no solo consolidará una tregua entre los cardinales, sino que también nos beneficiará y nos dará más poder. Con este pacto, podremos también controlar el Oeste. —
Lyanna escuchaba con interés mientras cortaba pequeños trozos de su carne.
—Mañana mismo, partiremos hacia la ciudad de Lothoria y allí nos reuniremos con el consejo real del Oeste. Si los acuerdos funcionan correctamente, en unos días, Rogan, te prometerás con la princesa… —Aedan sonrió a su hijo mayor, sus ojos brillando con dicha y orgullo. Henry, con sus doce años, miró a Lyanna, quien parecía absorta en la conversación mientras comía tranquilamente.
—Padre, ¿Lyanna también vendrá con nosotros? —La pregunta causó un silencio en toda la sala. Lyanna inmediatamente dejó su cuchara y miró con preocupación a su hermanastro pequeño. El ceño de Aedan se frunció y, con una mirada insatisfecha hacia Henry, le reprendió con voz severa.
—¡Pero qué insensatez estás diciendo! ¡Por supuesto que esta cría insolente no vendrá! ¡Henry, estoy muy decepcionado de ti! Proponer semejante majadería, realmente nunca llegarás a ser nada con esos pensamientos. —Henry agachó la cabeza, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas. Su madre, rápidamente se interpuso.
—Esposo mío, no es necesario que seas tan severo con él. Recuerda que solo es un niño y está feliz por nuestra situación… —Aedan suspiró y pareció tranquilizarse ligeramente ante las palabras de su esposa.
—Siempre tan protectora con nuestro hijo, haces mal en consentirlo tanto, Eveline… —dijo mirando a su mujer—. Lyanna no vendrá, Henry. Sabía que te estabas encariñando demasiado de esta niñata. Los sentimientos no son buenos y debes aniquilarlos. A partir de ahora, te prohíbo que te acerques a Lyanna. —La declaración fue solemne y Henry solo pudo asentir con la cabeza, mientras lágrimas surcaban sus mejillas. Lyanna miró con congoja a su hermanastro pequeño. Henry siempre la había apoyado y se había mostrado más afable con ella. Verlo recibir una injusta reprimenda de su padre le llenó el corazón de impotencia y deseo ferviente de poder defenderlo.
—Lyanna, ¿me has escuchado? —alzó la voz el señor Stormride, causando que la pelirroja saliera de sus pensamientos y mirara a su padrastro.
—Lo lamento. Estaba centrada en la tarea de yantar y no le estaba escuchando, padrastro. ¿Podría repetírmelo, por favor? —respondió con voz clara, sin querer mostrar ningún signo de amedrentamiento. Aedan negó con la cabeza y formó un visaje de molestia en su rostro.
—Mira que eres insolente… —musitó en un susurro cargado de ira—. He dicho que te quedarás en el castillo. Estaremos unos meses fuera y espero una conducta más que aceptable de tu parte. ¿Te ha quedado claro? ¡Y haz el favor de mostrar más respeto! —Lyanna asintió y, con educación, respondió.
—Por supuesto, su alteza… —dijo, usando el tratamiento adecuado para la posición de su padrastro como duque.
La noticia de que su familia adoptiva se preparaba para viajar a la capital del Oeste llenó su corazón de una esperanza renovada. La perspectiva de tener meses de libertad de los abusos de su familia adoptiva le otorgaba un raro momento de alegría. Sin poder contener una pequeña sonrisa, continuó comiendo sosegadamente, disfrutando del momento de calma en medio de su vida tumultuosa.
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Editado: 21.02.2025