Encierro y grandeza. Un poderoso destino

Capítulo Veintitrés: Aíma Mater

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Enlace al audiolibro: https://youtu.be/U98RWEuiANA?si=IJkDqkgK_cVw0YJX

Aíma Mater

Inísel Zendel con Audax, elemental de fuego

Inísel partió hacia el vasto desierto de Erial, acompañada de un grupo diverso y valiente. A su lado estaba su fiel consejera y procuradora del indefenso, Isra, siempre atenta y dispuesta a asistirla en todo momento. Junto a ellas iban los tres militares más destacados: Garath, el caballero con experiencia en los tres continentes; Zaidan, el fuerte, leal y tenaz guerrero dýnami; y Kaelan, su Guardián y Protector. Un considerable número de indígenas dýnamis también se unió a la travesía, ya que su conocimiento del desierto era invaluable para la expedición.

Montados sobre camellos, la caravana avanzaba lenta pero constantemente a través de las interminables dunas. El sol abrasador les recordaba constantemente la crueldad del desierto, mientras buscaban algún indicio de civilizaciones antiguas o un río de lava que pudiera resolver el misterio de las pesadillas de Inísel. Usaban los mapas de Sunon, guiados por la experiencia de los dýnamis en el desierto. Durante el día, la caravana se mantenía en movimiento, recorriendo cada duna y curva del terreno.

Por la noche, acampaban estratégicamente en los lugares más seguros que podían encontrar. Los dýnamis levantaban tiendas y preparaban hogueras, utilizando sus habilidades para hacer el desierto un poco menos inhóspito. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos por mantener un ambiente tranquilo, Inísel seguía siendo atormentada por las mismas pesadillas cada vez que cerraba los ojos. Las visiones del fuego, el hielo y la lava la hacían despertar sobresaltada, con su cuerpo empapado en sudor frío.

A medida que los días se sucedían unos a otros, las provisiones comenzaron a menguar alarmantemente. Los alimentos y el agua que habían traído se reducían rápidamente, a pesar de los esfuerzos por racionarlos. Garath, siempre alerta, notó la gravedad de la situación una mañana mientras revisaba los suministros.

—Su Ánapse, hay algo que debemos discutir —dijo Garath con seriedad mientras se acercaba a ella.

Inísel lo miró, notando la preocupación en sus ojos.

—¿Qué ocurre, Garath? —preguntó, aunque intuía la respuesta.

—Nuestras provisiones están casi agotadas. No tenemos suficiente agua para seguir adelante. Debemos considerar regresar a la aldea más cercana para reabastecernos —explicó Garath, su voz firme pero llena de preocupación.

Inísel frunció el ceño, sintiendo la presión de la decisión que tenía que tomar.

—No podemos detenernos ahora, Garath. Siento que estamos cerca de encontrar lo que buscamos —respondió, con una resolución inquebrantable.

Garath suspiró, sabiendo que sería difícil convencerla.

—Su Ánapse, comprendo su urgencia, pero también debemos ser prudentes. Si seguimos adelante sin suficientes suministros, corremos el riesgo de morir en este desierto. Necesitamos agua y comida para subsistir —dijo, intentando razonar con ella.

Inísel miró alrededor, observando a su gente, los rostros marcados por la fatiga y la sed. Sabía que Garath tenía razón, pero algo en su interior le decía que debían seguir.

—Garath, sé que estás preocupado por todos nosotros. Pero también sé que estamos cerca. No puedo ignorar este sentimiento. Debemos seguir adelante —dijo con firmeza, aunque su voz reflejaba la tensión de la situación. Las pesadillas estaban haciendo mella en ella y las noches sin dormir eran extenuantes. Inísel necesitaba encontrar cuanto antes el río de lava y terminar de una vez por todas con sus sueños angustiosos.

Zaidan, que se había percatado de la conversación, miró a Isra, quien se encontraba sentada a la sombra de una tienda de campaña, escuchando con atención la discusión entre Inísel y el comandante. Zaidan se acercó hacia la mujer y se sentó a su lado.

—En dýnami: Den katalavaíno ti léne. To Ánapse tou milá pollés glósses, allá aftí pou faínetai na chrisimopoieí perissótero eínai i synithisméni. Tha íthela na to mátho gia na boréso na voithíso (No comprendo lo que están diciendo. Su Ánapse habla muchos idiomas, pero el que más parece utilizar es el usual. Me gustaría aprenderlo para poder ser de ayuda) —comentó, causando que Isra lo mirara con curiosidad. La joven procuradora del indefenso había estado aprendiendo a comunicarse en la lengua de los indígenas y, después de unos meses, había conseguido hablarlo.

—En dýnami: Tha ektimoúsa ti voítheiá sas. Allá oúte ki egó thélo na se enochlíso. Eísai énas apó tous pio simantikoús symvoúlous tis Ánapse mou, den tha íthela na min boreís na káneis sostá ti douleiá sou didáskontás me (Apreciaría tu ayuda. Pero tampoco quiero ser una molestia para ti. Eres una de las consejeras más importantes de mi Ánapse, no quisiera que no pudieras realizar correctamente tu trabajo por enseñarme).

Isra sonrió y negó con la cabeza.

—En dýnami: Den enochleí kathólou. Boroúme na vrethoúme to vrády kai na perásoume merikés óres stin exáskisi. Xéro óti, gia na mátheis mia glóssa, to pio simantikó prágma eínai na exaskitheís. Móno milóntas to boreís pragmatiká na to mátheis (No es molestia alguna. Podemos quedar por las noches y pasar unas horas practicando. Sé que, para aprender un idioma, lo más importante es practicar. Solo hablándolo podrás aprenderlo realmente) —La procuradora de los indefensos había tenido que repasar sus conocimientos sobre el usual para poder comunicarse con el segundo al mando y comandante de mayor rango de Inísel. Ahora dominaba el idioma, aunque todavía no se expresaba con la conjugación adecuada de los verbos. Isra podía comprender y comunicarse en usual.




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