Las ventanas de cristal, los muros de concreto, el jardín, la fuente, las estatuas; todo se reproducía en mi mente con lentitud: su sonrisa, su mirada y su cuerpo también aparecieron. El Castillo Hansen era real, y existía una mínima posibilidad de que Declan lo fuera.
¿Y solo era otro sueño, otra ilusión?
La emoción me llenaba al pensar en él, pero no era estúpida, que aquella edificación existiera no significaba nada, ¿Verdad?
—¡Ese mismo! ¿Lo conoces?—cuestionó ansiosa, ajena a mi Cris, ganándose una mirada extraña de mi parte. Tal vez había bebido algunas copas antes de venir y comenzaban a hacer efecto.
—Algo he escuchado. —mentí sin pensarlo, no iba a contarle algo sobre mis experiencias mientras dormía. Iba a tacharme de loca, no necesitaba aquello. —Es hermoso. —tuve que admitir, tenía un estilo clásico y medieval que me atrapó desde la primera vez que lo vi.
—Sí, tiene su encanto—concedió dejando las fotos a un lado—. Cariño, estás muy pálida, tus ojeras son notorias a kilómetros, ¿No te dan descanso en tu trabajo? Deberías tomarte uno.—esa vez, la preocupación empapaba sus palabras.
—Sí, debería—accedí, creando en mi mente un ingenuo, arriesgado y absurdo plan que obviamente no llevaría a cabo, yo misma me internaba primero—. Y... este lugar, ¿En qué parte de Dinamarca queda?
Me acomodé mejor sobre la suave superficie, curiosa por la información que pudiera salir de su boca. Cualquier información que pudiera darme sería crucial para la estupidez que se empezaba a maquinar.
—¿Por qué? ¿Quieres ir?—Sonaba incluso peor que antes, como si mi respuesta definiera el mañana, y no pude evitar replantearme lo que diría a continuación.
—Me gustaría saber más sobre su peculiar arquitectura—fue la única razón que di, me observó varios segundos, buscando algo en mi rostro que no demostré. Cuando pareció satisfecha, una sonrisa radiante se dibujó en su delicado rostro.
—¡Magnífico! Yo debo volver en una semana, te vienes conmigo—sentenció con algunos aplausos, alarmándome por completo.
No, no y no. Eso no iba a pasar.
—No lo sé, Sue...—me detuve un momento a inventar algo, no quería cortarla directamente cuando era la primera vez en años que se interesaba por nuestra convivencia—Tengo mucho trabajo, y mamá y papá, los talleres en la escuela...—me detuvo con una seña, como nuestro abuelo lo hacía antes, y callé de inmediato.
—El restaurante te debe varias vacaciones, nuestros padres no se van a morir porque no los visites en unos días y tus alumnos no se van a morir porque adelantes un poco sus vacaciones, querida. Vas a viajar, incluso si debo molestarte con ello hasta que aceptes—su tono respaldaba lo que decía. Una parte de mí deseaba seguir dando largas, en contra de la diminuta vocecilla que me alentaba a aventurarme e intentaba callar. Pero sabía que de una u otra manera conseguiría convencerme.
—Veré qué puedo hacer, pero no prometo nada.
Dando por zanjado el tema, devolví casi todas las cosas al sobre, guardando sin que se diera cuenta- o fingiera no hacerlo- algunas que por obvias razones captaron mi atención bajo una almohada. Sue giró hacia mí tan rápidamente que temí que me hubiera descubierto, incluso di un brinco; pero, de nuevo, solo me observaba. Y como seguía sin nada que hacer, la imité, pronto noté algo.
—¿Dónde está tu collar?—mi mano fue directo al mío y su vista también, se quedó perpleja por un momento, algo que no iba a pasar por alto luego. Estaba actuando muy raro, con un nerviosismo muy, pero muy impropio de ella.
—Ah, esa cosa fea. No lo sé, en alguna casa de empeños supongo—fruncí el ceño, exigiendo con mi mirada una explicación—¿Qué? No te imaginas lo que costaba llevarlo a todos lados. —para ella quizás era la justificación perfecta, para mí no. Había sido un regalo de nuestros padres cuando cada una cumplió 18, resultaba indignante su fala de aprecio y gratitud.
—¿Qué puede costar llevar un collar sencillo y bonito?—a pesar de mi enojo, traté de que mi voz sonara calmada.
—Creo que eso depende de la persona que lo porte—no me tragué la risa que dejó escapar—. En fin, ¿ya desayunaste?—usualmente era yo quien cambiaba de tema, no sabía que resultaba estresante que otra persona lo hiciera hasta ese momento.
Negué dejándome caer entre las sábanas, ni siquiera planeaba hacerlo, cerré mis ojos al escucharla hablar por teléfono con vaya dios a saber quién, solo entendí que pedía comida y daba mi dirección; algo bueno podía salir de su invasión al menos. Pasaron los minutos, solo se oía el tecleo de sus dedos contra la pantalla de su móvil. Yo no quería que ella estuviese allí, ambas lo sabíamos y al parecer decidimos dejarlo a un lado. El sueño comenzó a aparecer, de inmediato lo deseché. No iba a dormir con el riesgo de tener de nuevo todo aquello allí, una vez al día era más que suficiente. Pero el cansancio cada vez era más, me encontraba en un limbo, entre un mundo paralelo y el verdadero.
Un par de ojos azules aparecieron en mi mente, eran tan diferentes y tan parecidos a la vez a los que estaba acostumbrada, denotaban tristeza, dolor, pérdida, miedo y una voz no dejaba de preguntar sobre la ubicación de algo o alguien. Tal combinación casi me hace entrar en pánico, y digo casi porque lo que me llevó al borde del terror fueron los latigazos que embistieron contra mi espalda, uno tras otro me hicieron retorcer mientras gritos ajenos llenaban mis oídos; manos delgadas me tomaban por los hombros, sacudiéndome hasta hacerme volver a la realidad. Sentía mis mejillas húmedas y calientes, mi cuerpo sacudirse en espasmos mientras otro intentaba calmarlo. Solo susurraba su nombre entre hipos, no entendía nada pero sabía que aquello no había sido un sueño, de verdad había sucedido, en alguna parte del mundo y por razones que desconocía, repicaba en mí.
—Dios mío, Ada. Ya va a pasar, respira conmigo, ¿Sí?—Sue estaba igual de alterada que yo, acariciaba mi cabello y mi espalda mientras murmuraba palabras de aliento y alguna que otra cosa sin sentido que esperaba que no lograra escuchar por su tono como:—Esta me la pagas, hijo de perra.
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Editado: 17.06.2024