Encuéntrame

III

Llegar al restaurante en el que trabajaba era de las cosas más especiales que tenía en mi día a día. Ver a los comensales felices- aunque nunca faltaba el enfadado- degustar platillos de la casa me hacía saber que todo el sacrificio allí valía la pena. Entrar en la cocina era como entrar a otro universo: los olores y colores de cada parte llenaban todo de vida y magia. Eso hasta que tu jefe, que bien podía llamar grano en el culo, te llamaba a su oficina con una expresión que gritaba: PELIGRO.

De camino a la cueva del lobo, me topé con Azrael, que me dio un beso rápido en la frente y me susurró que gritase si ocurría algo o necesitaba ayuda. Ambos sabíamos que podía cuidarme sola, y que aun así me dijera eso, llegó a asustarme en serio. ¿Qué podía ser tan malo?

—Estás despedida, recoge tus cosas y fuera de aquí, te haremos llegar los documentos correspondientes.

Esperé varios segundos, quizás con la idea de que a Thiago se le hubiese dado por bromear y de un momento a otro riese. No pasó. Pasaron los segundos, y así se convirtieron en un minuto, y reaccioné.

—Estás mal si crees que me voy a ir sin más luego de todo lo que he hecho por este lugar desde que llegué, al menos una maldita explicación me debes.—la rabia comenzaba a crecer dentro de mí, poco a poco. Como una represa seca que se va llenando con cada gota de lluvia que cae en ella, no creía que cosas como aquella pudieran suceder fuera de las películas.

Y todo eso solo logró que mi antiguo dolor de cabeza empeorara. Aquel que no se me quitaba ni con la pastilla más fuerte del arsenal de mi casa.

—Ada, no lo hagas más difícil. Es solo un recorte de personal—sus palabras salían lentas, con pesar, o al menos eso parecía. Aquello calmó la bestia que comenzaba a salir de lo más profundo de mí. Sin embargo, aquel monstruo buscaba una razón para atacar.

— ¿Y tengo que ser yo de entre todos la que se vaya? Esto es injusto y lo sabes, Thiago—me crucé de brazos, tal vez intentando parecer más ruda, pese a que por dentro me negase a abandonar aquel lugar. Mi hogar.

Su silencio activó un tic nervioso común últimamente, mi mano viajó a mi brazo aunque quise evitarlo, y para cuando volvió a hablar, estaba segura de que sangraría.

—Tu desempeño ha disminuido y es imposible negarlo, los clientes se quejan de tus comidas y atención. Comencé esto como un sueño lejano y ahora que es realidad, no puedo dejar que se arruine. Lo lamento. —mentira, mentira, mentira. Cada palabra que salía de su boca era una puñalada directa a mi pecho y mi orgullo, incluso sabiendo que eran patrañas. Debían serlo.

Porque, aun con todos los problemas que cargaba encima, la clientela parecía más satisfecha con cada una de mis nuevas creaciones. Solía bromear con que dejaba mis emociones en ellas, al menos algo bueno en medio del caos.

Mi ex-jefe me miraba con preocupación y tristeza y, en parte, le entendía. Iba casi a diario a aquella cocina desde su apertura hacía ya tres años. Para algunos sería poco, pero para mí eran toda una vida, en el buen sentido. Sin ello, ¿Qué iba a ser de mí?

Solo pude asentir con un nudo en la garganta, un sobre con mi nombre reposaba sobre su escritorio y lo tomé a sabiendas de lo que contenía. Debía reconfortarme el grosor de aquello, pero solo servía para recordarme lo que pasaba.

Tres años de trabajo en un maldito sobre.

Lo apreté en mis manos mientras salía del lugar, todos afuera me observaban con pena poco disimulada y me hizo plantearme si acaso ellos ya lo sabían. Si tal vez mis compañeros lo sabían antes que yo y aun así me saludaron con una sonrisa, como si fuera de lo más normal y todo siguiera su curso. Mis dientes dolieron cuando chocaron entre sí, me negaba a derramar una sola lágrima allí. Caminé con calma, pese a querer correr, y terminé junto a mi amigo, que terminaba de decorar un plato. Al notar mi presencia se enderezó y una mirada de reojo fue suficiente para saber que algo no iba bien, solo eso le bastó para dejar sus cosas y acompañarme en el camino a mi auto, en el que una tras otra, las lágrimas que aguanté antes se deslizaron por mis mejillas.

Azrael solo me abrazó, me dejó manchar su camisa con el maquillaje que sabía que se había estropeado y me susurró que todo iba a estar bien; de nuevo, le creí sin dudarlo. Pero ni eso, ni él me impidieron sacar mi celular y marcar a mi hermana sin pensar mucho en lo que haría. Tres repiques después, su voz inundó a mis oídos.

—Tus deseos son órdenes, hermanita. ¿A qué debo el honor?—Mis mejillas se calentaron. Al parecer me había alejado tanto de mi familia como para que se sorprendieran.

—Ya no hay problema con el trabajo. Me despidieron. —decirlo en voz alta no ayudaba, su lástima tampoco.

—Carajo, Ada. Lo siento, en serio—suspiró—. Suena cliché, pero debes saber que todo pasa por algo, y no hay mal que por bien no venga. —Un estremecimiento llegó con su nuevo entusiasmo.

—Hablas como mamá—solté. Una suave risa se escuchó al otro lado, y una diminuta sonrisa llegó a mi rostro. —. Oye, solo llamaba para eso, podemos irnos cuando gustes. —La seguridad en mis palabras me aturdió por un segundo.

¿Realmente estaba lista para ir a Dinamarca? Esa interrogante no me abandonó los días posteriores a la conversación.

—Bien, nos vamos en dos días—mi boca se secó—. Hasta entonces, hermana de mi corazón. —y sin más, colgó.




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