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Lo que vieron por la ventana

Para empezar, lo que vieron por la ventana no eran niños. Al menos no todos. Había niños pequeños y niños mayores, pero también padres y abuelos. Quizá también algunos tíos. Y unas cuantas personas de las que viven en las calles y que parecen no tener familia.

–¿Quiénes son?, ¿qué clase de sitio es ése? –preguntó Gretel, boquiabierta.

–No estoy seguro, pero no es tan bonito como Berlín –dijo Bruno.

–¿Y dónde están las niñas? ¿Y las madres? ¿Y las abuelas? –siguió preguntando Gretel.

–A lo mejor viven en otra zona –respondió Bruno.

Gretel no quería seguir mirando, pero le resultaba muy difícil apartar la mirada. Hasta entonces, lo único que había visto era el bosque hacia el que estaba orientada su ventana; sin embargo, desde aquel lado de la casa el panorama era muy diferente.

A primera vista no estaba tan mal. Justo debajo de la ventana de Bruno había un jardín bastante grande y lleno de flores. Parecía muy bien cuidado por alguien que hubiera comprendido que plantar flores en un sitio como aquél era una buena idea.

Unos seis metros más allá del jardín y las flores todo cambiaba: paralela a la casa había una enorme alambrada, con la parte superior inclinada hacia dentro, que se extendía en ambas direcciones sin que se viera su final. Era una alambrada muy alta, incluso más que la casa donde ellos vivían, y estaba sostenida por gruesos postes de madera. En lo alto de la alambrada había gruesos rollos de alambre de espino enredados que formaban espirales. Gretel sintió un escalofrío al ver los afilados pinchos.

Detrás de la alambrada no crecía la hierba. A lo lejos no se veía ningún tipo de vegetación. El suelo parecía de arena, y Gretel sólo vio pequeñas cabañas y grandes edificios cuadrados, separados entre ellos, y una o dos columnas de humo a lo lejos.

–¿Lo ves? –dijo Bruno.

–No lo entiendo. ¿A quién se le ocurriría construir un sitio tan horrible? –comentó Gretel.

–¿Verdad que es horrible? Me parece que esas casuchas sólo tienen una planta. Mira qué bajas son –indicó Bruno.

–Deben de ser casas modernas. Padre odia las cosas modernas –sugirió Gretel. –Entonces no creo que le gusten –respondió Bruno.

–No –dijo Gretel, y siguió contemplándolas.

Tenía 12 años y se la consideraba una de las niñas más inteligentes de su clase, así que se concentró para comprender qué era aquello.

–Esto debe ser el campo –concluyó Gretel.

–¿El campo? –cuestionó Bruno.

–Sí, es la única explicación, ¿no te das cuenta? Cuando estamos en casa, en Berlín, estamos en la ciudad. Por eso hay tanta gente y tantas casas, y tantas escuelas llenas de niños, y no puedes caminar por el centro de la ciudad un sábado por la tarde sin que la multitud te empuje –explicó Gretel.

–Ya… –expresó Bruno, intentando seguir el razonamiento.

–Pero en clase de Geografía nos enseñaron que en el campo, donde están los granjeros y los animales, y donde se cultivan los alimentos, hay zonas inmensas como ésta donde vive y trabaja la gente que envía a la ciudad todo lo que nosotros comemos. Sí, debe ser eso. Es el campo. A lo mejor esta es nuestra casa de veraneo –añadió esperanzada Gretel.

–No lo creo –dijo Bruno con convicción.

–Tienes 9 años, ¿qué sabrás tú? Cuando tengas mi edad entenderás mucho mejor estas cosas –señaló Gretel.

–Si fuera el campo, como dices, habría animales, habría granjas, con vacas, cerdos, ovejas y caballos. Y gallinas y patos –dijo Bruno.

–Pues no hay ninguno –admitió Gretel en voz baja. –Y si aquí cultivaran alimentos, como has dicho, la tierra tendría mejor aspecto, ¿no crees?, no me parece que se pueda cultivar nada en una tierra tan árida –continuó Bruno.

–A lo mejor resulta que no es ninguna granja. Y eso significa que esto no es el campo. Y eso también significa que seguramente ésta no es nuestra casa de veraneo –concluyó Gretel.

–Me parece que no –dijo Bruno.

Bruno se sentó en la cama y por un instante sintió ganas de que Gretel se sentara a su lado, lo abrazara y le asegurara que todo iba a salir bien y que al final aquello acabaría gustándoles tanto que ya no querrían regresar a Berlín. Pero Gretel seguía mirando por la ventana a la gente que había al otro lado de la alambrada.

–¿Quiénes son todas esas personas? ¿Y qué hacen allí? –preguntó Gretel. Bruno se levantó y por primera vez ambos miraron juntos por la ventana, pegados el uno al otro, contemplando lo que pasaba más allá de aquella alambrada levantada a menos de 15 metros de su nuevo hogar.

Allá donde mirasen veían individuos que iban de un lado a otro; los había altos, bajos, viejos y jóvenes. Unos estaban de pie, inmóviles, formando grupos, intentando mantener la cabeza erguida, mientras un soldado pasaba ante ellos gesticulando con la boca muy deprisa, como si les gritara algo. Algunos formaban una especie de cadena de presos y empujaban carretillas a través del campo. Unos cuantos estaban cerca de las cabañas formando grupos, con la vista clavada en el suelo como si jugaran a pasar inadvertidos. Otros caminaban con muletas y muchos llevaban vendajes en la cabeza. Algunos cargaban palas y eran conducidos por soldados hacia un sitio que quedaba oculto.



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En el texto hay: guerra, trsiteza, amisad

Editado: 19.04.2022

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