Varias semanas después de que Bruno llegara a Auchviz con su familia decidió que lo mejor que podía hacer era empezar a buscar alguna forma de distraerse, o se volvería loco.
Para mantenerse ocupado, Bruno dedicó toda la mañana y toda la tarde de un sábado a preparar un nuevo pasatiempo.
Cerca de la casa había un roble. Era un árbol alto, con grandes y gruesas ramas capaces de soportar el peso de un niño.
Sólo había dos cosas que Bruno necesitaba para su nuevo pasatiempo: unos trozos de cuerda y un neumático. Encontrar la cuerda fue fácil porque encontró varios rollos en el sótano de la casa. Cogió un cuchillo y cortó todos los trozos de cuerda que consideró necesarios. Los llevó al roble y los dejó en el suelo para utilizarlos más adelante.
El neumático fue más difícil de conseguir. Vio a Gretel hablando con el teniente Kotler y decidió pedirle el neumático a él.
No sabía explicar por qué pero el teniente Kotler no le caía bien. Aún así Bruno se armó de valor y se acercó a saludarlo. Lo que Kotler decía a Gretel debía ser muy gracioso porque ella reía a carcajadas.
–Hola –dijo Bruno al acercarse a ellos. Gretel lo miró con cara de fastidio.
–¿Qué quieres? –le preguntó Gretel.
–No quiero nada, solo he venido para saludar –le respondió Bruno mirándola con mala cara.
–Tendrá que perdonar a mi hermano pequeño, es que sólo tiene 9 años –le dijo Gretel al teniente Kotler.
–Buenos días, jovencito. ¿Qué te trae por aquí tan temprano un sábado por la mañana? –dijo Kotler.
–No es tan temprano. Son casi las 10 en punto –le respondió Bruno–. ¿Puedo pedirle un favor? –le preguntó Bruno.
–Adelante –dijo Kotler.
–¿Sabe si hay algún neumático por aquí? Uno que ya no utilicen –le preguntó Bruno.
–Claro que sí. Pero, ¿para qué lo quieres? –dijo el teniente Kotler.
–Quiero construir un columpio. Ya sabe, con un neumático y cuerda, colgado de las ramas de un árbol –contestó Bruno.
–Ah, ya. Yo también me hacía columpios cuando era pequeño. Mis amigos y yo pasamos tardes estupendas jugando con ellos –explicó Kotler.
A Bruno le sorprendió tener algo en común con él y más aún saber que el teniente Kotler había tenido amigos.
En ese momento, Kotler vio a Pavel, el anciano que por las tardes acudía a la cocina a pelar las hortalizas para la cena, antes de ponerse la chaqueta blanca y servir la mesa.
–¡Eh, tú! Ven aquí –gritó Kotler.
Pavel se acercó y Kotler le habló de una forma muy desagradable.
–Lleva a este jovencito al almacén que hay detrás de la casa. Amontonados junto a una pared verás unos neumáticos viejos. Que elija uno y tú se lo llevas a donde él te diga. ¿Lo has entendido? –dijo Kotler.
–Sí, señor –respondió Pavel en voz baja y agachando la cabeza.
–Y después, cuando vuelvas a la cocina, asegúrate de que te lavas las manos antes de tocar la comida, ¡asqueroso! –le dijo Kotler.
Bruno miró a Gretel, que había estado contemplando la situación admirando al teniente Kotler. Ni Gretel ni Bruno habían hablado antes con Pavel pero era muy buen camarero y, según su padre, buenos camareros no había muchos.
–Ya puedes irte –le ordenó Kotler a Pavel. Pavel dio media vuelta y guió a Bruno hasta el almacén; de vez en cuando Bruno miraba hacia atrás, pues no le hacía ninguna gracia dejar a su hermana sola con el teniente Kotler. Para Bruno, Kotler era una persona repugnante.
Pavel llevó el neumático hasta el roble y Bruno trepó y bajó, trepó y bajó y trepó y bajó por el tronco para atar bien un extremo de las cuerdas a las ramas y el otro al neumático. Bruno consiguió construir su columpio con éxito.
Por fin instalado en el neumático, empezó a columpiarse como si no tuviera ni una sola preocupación, sin importarle que fuera uno de los columpios más incómodos en los que se había sentado.
Luego se tumbó boca abajo sobre el neumático y se dio impulso con los pies contra el suelo. Cada vez se columpiaba más rápido y más alto. Aquello funcionó muy bien hasta que, de pronto, resbaló del neumático, justo cuando intentaba darse un nuevo impulso y se cayó de frente al suelo.
Todo se volvió negro, pero pronto recuperó la visión y se incorporó. En ese momento el neumático aún seguía balanceándose hacia atrás y le golpeó la cabeza. Bruno gritó y se apartó. Cuando por fin logró ponerse en pie, le dolía mucho un brazo y una pierna, pues había caído sobre ellos, aunque no creía que los tuviera rotos.
De repente la herida que se había hecho en la pierna le empezó a sangrar y no supo qué hacer. Aún así, no tuvo que pensarlo mucho porque el lugar donde él se encontraba se veía desde la cocina, y Pavel se encontraba ahí, pelando patatas, y había visto el accidente. Pavel fue corriendo hacia él para poder ayudarle.
–No entiendo qué ha pasado, no parecía peligroso –comentó Bruno.
–Te elevabas demasiado. Te he visto. Estaba pensando que en cualquier momento te harías daño –le dijo Pavel en voz baja.