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Bruno encuentra a Shmuel

El paseo a lo largo de la alambrada duró más de lo que Bruno había imaginado. La alambrada parecía prolongarse varios kilómetros. Siguió caminando y en todo aquel rato nunca vio a nadie cerca de la alambrada. Tampoco encontró ninguna puerta por donde entrar, y empezó a pensar que su exploración iba a ser un fracaso.

Cuando llevaba casi una hora andando y empezaba a tener hambre, pensó que quizá ya había explorado suficiente por aquel día y que debería volver. Entonces vio a lo lejos un puntito e intentó distinguir qué era. Conforme se acercaba se dio cuenta de que era un niño.

Estaba allí sentado, sin molestar a nadie. Aunque los separaba la alambrada, él sabía que debía tener mucho cuidado con los desconocidos y que siempre era mejor tener precaución con los desconocidos. Así que siguió andando y poco después estaban uno frente a otro pero separados por la alambrada.

–Hola –dijo Bruno.

–Hola –contestó el niño desconocido.

El niño desconocido era más bajo que Bruno y estaba sentado en el suelo con expresión de tristeza. Llevaba el mismo pijama de rayas que vestían todos al otro lado de la alambrada. No calzaba zapatos ni calcetines y tenía los pies muy sucios. En el brazo llevaba un brazalete con una estrella, que era la estrella que llevaban todos los que eran judíos.

El niño estaba sentado con las piernas cruzadas y la cabeza inclinada cuando Bruno se le acercó. Al cabo de un momento levantó la cabeza y pudo verle la cara. Tenía un rostro muy extraño. Su piel era casi gris, tan pálida que no se parecía a ninguna que Bruno había visto antes. Tenía los ojos muy grandes. Cuando Bruno lo miró, en lo único que se fijó fue en sus ojos enormes y tristes que le devolvían la mirada. Bruno estaba seguro de que jamás había visto un niño más flaco ni más triste en su vida, pero decidió que lo mejor era hablar con él.

 –Estoy explorando –dijo Bruno.

–¿Ah, sí? –contestó el niño.

–Sí. Desde hace casi 2 horas –afirmó Bruno.

–¿Has encontrado algo? –preguntó el niño. –No gran cosa –respondió Bruno.

–¿Nada de nada? –volvió a preguntar el niño.

–Bueno, te he encontrado a ti –dijo Bruno tras una pausa.

Miró fijamente al niño y estuvo a punto de preguntarle por qué estaba tan triste, pero tenía miedo de parecer maleducado. Sabía que a veces las personas que están tristes no quieren que les pregunten qué les pasa.

Bruno se sentó en el suelo, al otro lado de la alambrada, cruzando las piernas igual que el otro niño, y lamentó no haber llevado un poco de chocolate o quizá una galleta que podían haber compartido.

–Vivo en la casa que hay en este lado de la alambrada –dijo Bruno.

–¿Ah, sí? Una vez vi la casa desde lejos, pero a ti no –dijo el niño.

–Mi habitación está en el primer piso. Desde allí veo por encima de la alambrada. Por cierto, me llamo Bruno.

—Yo me llamo Shmuel. Nunca había oído tu nombre –declaró el niño.

–Ni yo el tuyo, pero me gusta como suena. Suena como el viento –dijo Bruno.

–A mí también me gusta tu nombre. Suena como si alguien se frotara los brazos para entrar en calor –contestó Shmuel. –No conozco a nadie que se llame Shmuel –afirmó Bruno.

–Pues en este lado de la alambrada hay montones de personas que se llaman Shmuel. A mí me gustaría tener un nombre diferente –contestó Shmuel.

–Pues yo no conozco a nadie que se llame Bruno. Creo que soy el único –aclaró Bruno.

–Entonces tienes suerte –dijo Shmuel.

–Sí, supongo que sí. ¿Cuántos años tienes? –preguntó Bruno. Shmuel contó con los dedos y contestó:

–Nueve. Nací el 15 de abril de 1934.

Bruno se sorprendió muchísimo:

–¿Qué has dicho? No puede ser.

Shmuel repitió la fecha de su nacimiento y preguntó:

–¿Por qué no puede ser?

–No quiero decir que no te crea. Pero es asombroso, porque yo también nací en la misma fecha, el 15 de abril de 1934. Nacimos el mismo día.

–Entonces también tienes 9 años –razonó Shmuel.

–Somos como hermanos gemelos –dijo Bruno.

De pronto Bruno se puso muy contento. Recordó a sus 3 mejores amigos y recordó también cómo se divertían juntos en Berlín y se dio cuenta de lo solo que se había sentido en Auchviz.

–¿Tienes muchos amigos? –preguntó Bruno.

–Sí, claro. Bueno, más o menos –contestó Shmuel.

A Bruno le habría gustado que Shmuel le hubiera dicho que no, porque así habrían tenido otra cosa en común. –¿Pero son amigos íntimos? –volvió a preguntar Bruno.

–Bueno, muy íntimos no. Pero en este lado de la alambrada hay muchos niños de nuestra edad. Aunque nos peleamos mucho. Por eso he venido aquí. Para estar solo.

–No hay derecho. No entiendo por qué yo tengo que estar aquí, en este lado de la alambrada, donde no hay nadie con quién hablar o jugar, mientras que tú tienes montones de amigos. Tendré que hablar con padre de eso –dijo Bruno.



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En el texto hay: guerra, trsiteza, amisad

Editado: 19.04.2022

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