Durante varias semanas Bruno siguió saliendo de casa cuando se marchaba el profesor Liszt y Madre echaba la siesta. Daba largos paseos por la alambrada para reunirse con Shmuel, que casi todas las tardes estaba esperándolo allí, sentado en el suelo con las piernas cruzadas.
Una tarde, Shmuel apareció con un ojo morado y cuando Bruno le preguntó qué le había pasado, él no le quiso contar nada. Bruno pensó que en todas partes había chulos y que uno de ellos le habría pegado. Quería ayudarle, pero no sabía cómo hacerlo.
Todos los días Bruno le preguntaba a Shmuel si podía ir al otro lado de la alambrada, colándose por debajo, para que así pudieran jugar juntos, pero Shmuel siempre le decía que no, que no le parecía buena idea.
–De todas maneras, no entiendo por qué tienes tantas ganas de venir a este lado, porque es muy desagradable –le dijo Shmuel en una ocasión.
Un día Bruno le preguntó por qué todos los que vivían al otro lado de la alambrada llevaban el mismo pijama de rayas y la misma gorra de tela.
–Fue lo que nos dieron cuando llegamos aquí y además se quedaron con toda nuestra ropa –explicó Shmuel.
–¿Y nunca te apetece ponerte otra cosa cuando te levantas por la mañana? Seguro que tienes más ropa en el armario. A mí no me gustan las rayas –dijo Bruno, aunque en el fondo no era del todo cierto, porque estaba harto de tener que ir siempre vestido con camisas, corbatas y zapatos que le apretaban mucho, a él también le gustaría ir siempre con el pijama de rayas como su amigo Shmuel.
Unos días más tarde, Bruno se despertó, miró por la ventada y vio que por primera vez desde que estaba en la nueva casa llovía de manera muy abundante. La lluvia comenzó por la noche, Bruno pensó que ese ruido le había despertado. A la hora del desayuno seguía lloviendo y siguió lloviendo durante las clases de la mañana y a la hora de comer y durante las clases de Geografía e Historia de la tarde. El hecho de que no parara de llover era una mala noticia para Bruno porque no podía salir de casa ni ir a ver a su amigo Shmuel.
Así pues, se tumbó en su cama y cogió un libro para leer, pero no se podía concentrar. De repente entró su hermana Gretel, la tonta de remate, que no tenía ganas de jugar con sus muñecas. No solía entrar en su habitación, pues en su tiempo libre prefería cambiar de sitio una y otra vez su colección de muñecas. Sin embargo, el mal tiempo le había quitado las ganas de jugar.
–¿Qué quieres? –preguntó Bruno.
–Menudo recibimiento –dijo Gretel.
–Estoy leyendo –comentó Bruno.
–¿Qué lees? –preguntó Gretel. Bruno le enseñó la tapa del libro a su hermana para que pudiera ver la portada.
–Qué aburrido –dijo Gretel.
–No es nada aburrido, es una aventura. Es mejor que las muñecas –contestó Bruno.
–¿Qué haces? –repitió Gretel.
–Ya te lo he dicho. Estoy intentando leer, pero no me dejan –contestó Bruno.
La hermana de Bruno nunca hacía nada, no era como él, que tenía aventuras y exploraba lugares y había encontrado un nuevo amigo. Ella casi nunca salía de casa.
A pesar de las disputas permanentes entre los dos hermanos, Bruno consideraba que debe haber determinados momentos en los que los dos hermanos dejen de discutir para intentar ser un poco más amigos y hablar como personas civilizadas. Bruno decidió convertir ese momento en uno de ellos y comenzó a hablar con su hermana.
–Yo también odio la lluvia. Ahora podría estar con mi amigo Shmuel. Creerá que me he olvidado de él –dijo Bruno sin pensar en lo que había dicho, ya que su hermana no sabía nada de la relación de amistad que había entre Bruno y Shmuel. Nada más pronunciar el nombre de Shmuel, Bruno se arrepintió, pero ya era tarde.
–¿Con quién dices que podrías estar? –preguntó Gretel.
–¿Qué dices? No te escucho bien. ¿Puedes repetirlo? –dijo Bruno, tratando de sacar tiempo para pensar una respuesta conveniente.
–¿Qué con quién dices que podrías estar ahora? –insistió Gretel.
–Con nadie, le dijo Bruno. Yo no he dicho nada –respondió Bruno.
Gretel insistió en que Bruno le había dicho que tenía un amigo. Y Bruno tenía dudas, no sabía qué hacer, si contarle la verdad a su hermana o mentir. Por una parte, su hermana y él tenían una cosa fundamental en común: que no eran adultos. Además era muy probable que ella se sintiera tan sola como él.
Por otra parte, Shmuel era su amigo y no el de su hermana, y no quería compartirlo con ella. Así que decidió no contarle la verdad e inventarse una pequeña mentira.
–Tengo un nuevo amigo. Es un amigo nuevo al que veo todos los días. Y ahora debe estar esperándome. Pero no puedes contárselo a nadie –le dijo Bruno.
–¿Por qué? –le preguntó su hermana Gretel.
–Porque es un amigo imaginario67, jugamos juntos todos los días –le contestó Bruno.
Gretel abrió la boca, se quedó mirándolo y se echo a reír, y le dijo que ya era un poco mayor para tener amigos imaginarios.
Bruno trató de sentirse avergonzado para que la mentira fuera más creíble y Gretel no sospechara nada. Y consiguió sonrojarse.