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Una cosa que no debería haber hecho

Durante varias semanas estuvo lloviendo bastante y Bruno y Shmuel no se vieron tanto como les habría gustado. Pero aún así se vieron. Bruno se preocupaba mucho por su amigo porque cada día estaba más delgado y más pálido. Solía llevarle pan y queso y, de vez en cuando, incluso hasta un trozo de pastel de chocolate.

Se acercaba el cumpleaños de Padre y, aunque él no quería celebrarlo, Madre organizó una fiesta para todos los oficiales que servían en Auchviz. El teniente Kotler ayudó a Madre a preparar la fiesta. A Bruno no le caía bien el teniente Kotler.

La tarde anterior a la fiesta de cumpleaños, Bruno estaba en su habitación con la puerta abierta cuando oyó llegar a Kotler y hablar con alguien, aunque no oyó con quién. Unos minutos más tarde, cuando Bruno bajó, oyó a Madre hablando con el teniente.

Bruno fue hacia el salón con un libro nuevo que le había regalado Padre, titulado La isla del tesoro, con la intención de quedarse una hora o dos allí leyendo, pero cuando atravesaba el recibidor69 tropezó con el teniente, que en ese momento salía de la cocina.

–Hola, jovencito –dijo Kotler sonriendo con burla, como solía hacer.

–Hola –contestó Bruno.

–¿Qué haces? –preguntó Kotler.

–Voy a leer un rato –dijo Bruno. Sin decir palabra, Kotler le arrebató el libro y se puso a hojearlo.

–La isla del tesoro. ¿De qué trata? –preguntó Kotler.

–Pues hay una isla. Y en la isla hay un tesoro –respondió Bruno.

El teniente Kotler siguió preguntando a Bruno, que intentaba seguir su camino pero, por algún motivo, aquel día al teniente le apetecía fastidiarlo.

En ese momento Madre salió de la cocina y pidió a Bruno que fuera a la cocina porque ella y Kotler tenían que hablar en privado en el salón.

Lleno de rabia, el niño fue a la cocina y se llevó la mayor sorpresa de su vida. Allí estaba Shmuel.

–¡Shmuel! Pero... ¿qué haces aquí? –preguntó Bruno asombrado.

–¡Bruno! –exclamó Shmuel.

–¿Qué haces aquí? –repitió Bruno.

–Me ha traído él –dijo Shmuel.

–¿El teniente Kotler? –preguntó Bruno.

–Sí, dijo que aquí había un trabajo para mí –dijo Shmuel.

Bruno bajó la vista y vio muchos vasos encima de la mesa de la cocina, junto a un recipiente con agua y jabón y un montón de servilletas de papel.

–¿Y qué haces? –preguntó Bruno.

–Me han pedido que limpie estos vasos. Dicen que debe hacerlo alguien con los dedos muy pequeños –aclaró Shmuel.

Bruno observó que su mano era distinta a la de Shmuel, que parecía la mano de un esqueleto, mientras que la mano de Bruno se veía sana y llena de vida.

–¿Cómo es que se te ha puesto la mano así? –preguntó Bruno.

–No lo sé. Antes se parecía más a la tuya. En mi lado de la alambrada todos tienen la mano así –contestó Shmuel.

Bruno pensó en la gente del pijama de rayas y se preguntó qué estaba pasando en Auchviz. A lo mejor algo al otro de la alambrada no funcionaba bien, porque todos tenían mal aspecto. Intentó no pensar más en eso, abrió la nevera y buscó algo de comida. Encontró medio pollo relleno que había sobrado de la comida. Agarró un cuchillo del cajón y cortó unos buenos trozos para comérselos.

–Me alegro mucho de verte. Es una lástima que tengas que limpiar los vasos. Si no, te enseñaría mi habitación –dijo Bruno con la boca llena.

–Me ha dicho que no me mueva de esta silla si no quiero tener problemas –explicó Shmuel.

Shmuel miraba los trozos de pollo que Bruno se estaba comiendo. Pasados unos momentos, Bruno se dio cuenta y se sintió culpable.

–Lo siento, Shmuel. Debería haberte ofrecido pollo.

¿Tienes hambre? –preguntó Bruno.

–Sí –contestó Shmuel. –Voy a servirte un poco –dijo Bruno. Abrió la nevera y cortó otros tres buenos trozos.

–No, no. Si el teniente Kotler vuelve y se entera... –contestó Shmuel.

–Seguro que no le importa, sólo es comida –dijo Bruno.

–No puedo. Volverá, estoy seguro –dijo Shmuel.

–¡Basta, Shmuel! Toma y cómetelo –dijo Bruno poniéndole los trozos de pollo en la mano.

Shmuel echó una última ojeada a la puerta y entonces tomó una decisión: se metió de golpe los tres trozos de pollo en la boca y se los zampó en sólo veinte segundos. Bruno le advirtió que fuera más despacio porque le iba a sentar mal.

En ese instante, el teniente entró en la cocina y gritó muchísimo a Shmuel y empezó a temblar de miedo.

–¿Quién te ha dado permiso para hablar en esta casa? ¿Te atreves a desobedecerme? –gritó el teniente Kotler.

–No, señor. Lo siento, señor –contestó Shmuel.

–¿Has estado comiendo? –volvió a preguntar el teniente Kotler muy enfadado. Shmuel negó con la cabeza.

–Sí, has estado comiendo. ¿Has robado algo de la nevera? –preguntó el teniente.



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En el texto hay: guerra, trsiteza, amisad

Editado: 19.04.2022

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