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El corte de pelo

Hacía casi un año que Bruno había llegado a Auchviz y ya casi no recordaba nada de la vida en Berlín. Ni siquiera recordaba el nombre de algún amigo suyo. Entonces sucedió algo que le hizo regresar a su antigua casa de Berlín durante dos días. La Abuela había muerto y debían ir al funeral.

 Bruno no había visto a su abuela desde que se fue de Berlín, pero había pensado en ella todos los días. Lo que mejor recordaba eran las obras de teatro que representaban el día de Navidad y en los cumpleaños, y que la Abuela siempre tenía el disfraz perfecto para el papel que le correspondía interpretar. Cuando pensó que nunca volverían a hacer teatro, se puso muy triste.

Los 2 días que pasaron en Berlín también fueron tristes. Se celebró el funeral, y Bruno, Gretel, Padre, Madre y el Abuelo se sentaron en primera fila. Madre explicó a Bruno que Padre era quien estaba más triste porque había discutido con la Abuela y no habían hecho las paces antes de que ella muriera.

Bruno casi se alegró cuando regresaron a Auchviz ya que la casa nueva se había convertido en su hogar. Poco a poco fue aceptando que no estaba tan mal vivir allí, sobre todo desde que conocía a Shmuel. En Auchviz había muchas cosas por las que alegrarse como que Padre y Madre siempre parecían contentos. Y Gretel no se metía mucho con Bruno.

Además, al teniente Kotler lo habían destinado a otro sitio y ya no estaba en Auchviz para hacer enfadar y fastidiar a Bruno continuamente.

Pero lo mejor era que Bruno tenía un amigo que se llamaba Shmuel.

A Bruno le encantaba echar a andar por la alambrada todas las tardes y se alegraba de ver que su amigo parecía mucho más contento últimamente y que ya no tenía los ojos tan hundidos, aunque seguía teniendo el cuerpo muy delgado y la cara muy pálida.

Un día, mientras estaba sentado frente a Shmuel, Bruno comentó:

–Ésta es la amistad más rara que he tenido jamás.

–¿Por qué? –preguntó Shmuel.

–Porque siempre he jugado con mis amigos y nosotros nunca jugamos. Lo único que hacemos es sentarnos aquí y hablar –explicó Bruno.

–A mí me gusta sentarme aquí y hablar –dijo Shmuel.

–Sí, a mí también. Pero es una lástima que no podamos hacer algo más emocionante de vez en cuando. Jugar a los exploradores, por ejemplo. O al fútbol. Ni siquiera nos hemos visto sin esta alambrada de por medio –le contestó Bruno.

–Quizá podamos jugar algún día, si nos dejan salir de aquí –dijo Shmuel.

Bruno empezó a pensar en los dos lados de la alambrada. Se planteó hablar con Padre o Madre sobre la alambrada, pero sospechaba que si hablaba con ellos se enfadarían o dirían algo desagradable de Shmuel y su familia. Así que hizo algo muy extraño en él, decidió hablar con Gretel.

Bruno se dirigió a la habitación de su hermana y después de saludarla le preguntó sobre la alambrada.

–Gretel, ¿puedo preguntarte una cosa? –preguntó Bruno.

–¿Qué quieres saber? –dijo Gretel.

–Quiero saber qué es esa alambrada. Quiero saber por qué está ahí –dijo Bruno.

–Pero ¿cómo? ¿No lo sabes? –preguntó Gretel con curiosidad.

–No, no entiendo por qué no nos dejan ir a jugar al otro lado –contestó Bruno.

Gretel lo miró fijamente y se echó a reír. Después le dijo:

–La alambrada no está ahí para impedir que nosotros vayamos al otro lado. Está para impedir que ellos vengan aquí.

–Pero ¿por qué? –preguntó Bruno.

–Porque hay que mantenerlos juntos –explicó Gretel.

–¿Con sus familias, quieres decir? –insistió Bruno.

–Sí, con sus familias. Pero también con los de su clase.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Bruno.

–Con los otros judíos, Bruno. No pueden mezclarse con nosotros –le dijo Gretel.

–Judíos. Toda la gente que hay al otro lado de la alambrada es judía –comprendió Bruno.

–Exacto –confirmó Gretel.

–¿Nosotros somos judíos? –preguntó Bruno.

–No, Bruno. Claro que no. Y eso no deberías ni decirlo –exclamó Gretel.

–¿Por qué? Entonces ¿qué somos nosotros? –preguntó Bruno.

–Nosotros somos… Nosotros somos… –repitió Gretel, pues no estaba muy segura de la respuesta–. Mira, nosotros no somos judíos –dijo al final.

–Eso ya lo sé. Lo que te pregunto es qué somos, si no somos judíos –dijo Bruno.

–Somos lo contrario. Nosotros somos lo contrario –le contestó Gretel.

–Ah, vale. Y los contrarios vivimos en este lado de la alambrada y los judíos en el otro. ¿Es que a los judíos no les gustan los contrarios? –preguntó Bruno.

–No, es a nosotros a quienes no nos gustan ellos, estúpido –le contestó Gretel.

A Gretel le habían dicho muchas veces que no debía llamar estúpido a su hermano, pero aun así ella seguía haciéndolo.

–¿Y por qué no nos gustan? –preguntó Bruno.



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En el texto hay: guerra, trsiteza, amisad

Editado: 19.04.2022

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