El día después de que Padre dijera a Bruno que pronto volvería a Berlín, Shmuel no fue a la alambrada como era habitual. Tampoco apareció al día siguiente. El tercer día, cuando Bruno llegó allí, no estaba; esperó diez minutos y estaba a punto de volver a casa, muy preocupado por tener que marcharse de Auchviz sin haberse despedido de su amigo, cuando a lo lejos vio acercarse a Shmuel.
Bruno sonrió al verlo sentarse en el suelo y sacó de su bolsillo el trozo de pan y la manzana que había llevado de casa para dárselos. Vio que su amigo estaba más triste que de costumbre y tampoco cogió la comida con el mismo entusiasmo de siempre.
–Pensaba que ya no vendrías. Vine ayer y anteayer y no estabas –dijo Bruno.
–Lo siento. Es que ha pasado una cosa –dijo Shmuel. Bruno lo miró, intentando adivinar qué le podía haber pasado.
–¿Qué? ¿Qué ha pasado? –preguntó Bruno.
–Mi padre. No lo encontramos –dijo Shmuel.
–¿Que no lo encontráis? Eso es muy raro. ¿Qué quieres decir? ¿Que se ha perdido? –preguntó Bruno.
–Supongo. El lunes estaba aquí, luego se marchó a hacer su turno de trabajo con unos cuántos hombres más y ninguno ha regresado todavía.
–¿Y no te ha escrito ninguna carta? ¿No te ha dejado ninguna nota diciendo cuándo piensa volver? –preguntó Bruno.
–No –contestó Shmuel.
–Qué raro. ¿Ya lo has buscado bien? –preguntó Bruno.
–Claro que lo he buscado –dijo Shmuel.
–¿Y no has encontrado rastro de él?
–No, ni rastro.
–Pues eso es muy extraño. Pero seguramente tiene una explicación muy sencilla –dijo Bruno.
–¿Y cuál es? –preguntó Shmuel.
–Supongo que habrán llevado a los hombres a trabajar a otro pueblo y que tendrán que quedarse allí unos días, hasta que terminen su trabajo. Ya verás como no tarda en aparecer –contestó Bruno.
–Eso espero. No sé qué vamos a hacer sin él –dijo Shmuel, que estaba a punto de llorar.
–Si quieres puedo preguntarle a Padre si sabe algo –dijo Bruno, aunque confiando en que su amigo dijera que no.
–No creo que sea una buena idea –dijo Shmuel, lo cual produjo cierta inquietud en Bruno, pues no era un rechazo rotundo de su ofrecimiento.
–¿Por qué no? Padre está muy informado de todo lo que ocurre al otro lado de la alambrada –insistió Bruno.
–Me parece que a los soldados no les caemos bien. Bueno, sé muy bien que no les caemos bien. Nos odian –añadió Shmuel.
–Estoy seguro de que no es así –contestó Bruno.
–Sí, nos odian. Pero eso no me importa, porque yo también los odio. ¡Los odio! –insistió Shmuel con mucha rabia.
–Pero a Padre no lo odias, ¿verdad? –preguntó Bruno.
Shmuel se mordió el labio inferior y no dijo nada. Había visto al padre de Bruno en varias ocasiones y no entendía cómo aquel hombre podría tener un hijo tan simpático y amable.
–En fin, yo también tengo que contarte una cosa –dijo Bruno tras una pausa, pues no quería seguir hablando de aquel asunto.
–¿Ah, sí? –dijo Shmuel.
–Sí, que voy a volver a Berlín.
–¿Cuándo? –preguntó Shmuel con cara de sorpresa.
–A ver, hoy es jueves. Y nos vamos el sábado. Después de comer –respondió Bruno.
–Pero ¿cuánto tiempo vas a estar fuera? –siguió preguntando Shmuel.
–Creo que nos vamos para siempre. A Madre no le gusta Auchviz, dice que no es un sitio adecuado para criar a dos hijos, así que Padre va a quedarse trabajando aquí, pero los demás volvemos al hogar de Berlín –respondió Bruno.
–Entonces ¿no volveré a verte? –preguntó Shmuel.
–Bueno, sí, algún día. Podrías venir de vacaciones a Berlín. Al fin y al cabo, no te quedarás aquí para siempre, ¿no? –dijo Bruno.
Shmuel negó con la cabeza.
–Supongo que no. Cuando te marches, ya no tendré nadie con quien hablar –dijo Shmuel con tristeza.
–Ya. Así que hasta mañana, que nos veremos por última vez. Mañana tendremos que despedirnos. Procuraré traerte un regalo especial –dijo Bruno. Quería añadir “Yo también te echaré de menos, Shmuel”, pero le dio un poco de vergüenza.
Shmuel movió la cabeza, pero no encontraba palabras para expresar la pena que sentía.
–Me habría gustado poder jugar contigo. Aunque sólo fuera una vez. Sólo para tener algo que recordar –dijo Bruno tras una larga pausa.
–A mí también –coincidió Shmuel.
–Llevamos más de un año hablando y no hemos podido jugar ni una sola vez. ¿Y sabes otra cosa? Todo este tiempo he estado observando dónde vives desde la ventana de mi dormitorio, pero nunca he visto por mí mismo cómo es –dijo Bruno.
–No te gustaría. Tu casa es mucho más bonita –dijo Shmuel.
–Ya, pero me habría gustado ver la tuya –comentó Bruno. Shmuel se inclinó y levantó un poco la alambrada, hasta formar un hueco por donde habría podido colarse un niño pequeño, quizá de la estatura y el tamaño de Bruno.