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Lo que pasó al día siguiente

El día siguiente, viernes, también fue lluvioso. Cuando se despertó por la mañana, Bruno se asomó a la ventana y se llevó una decepción al ver que llovía mucho. De no ser porque aquélla iba a ser la última vez que se encontraría con Shmuel y poder pasar un rato juntos, habría dejado el encuentro previsto para otro día.

Sin embargo, todavía era temprano y podían pasar muchas cosas desde aquel momento hasta última hora de la tarde, que era cuando solían encontrarse los dos amigos. Seguramente para entonces habría parado de llover.

Durante las clases de la mañana con el profesor Liszt, Bruno miró una y otra vez por la ventana y veía que seguía lloviendo. A la hora de comer, miró por la ventana de la cocina y comprobó que estaba dejando de llover y comenzaba a salir el sol. Por la tarde siguió mirando por la ventana, pero la lluvia apareció de nuevo con más fuerza.

Por fortuna, paró de llover cuando el profesor estaba a punto de marcharse, así que Bruno se puso unas botas y su pesado abrigo, esperó a que no hubiera nadie a la vista y salió de la casa.

En el camino había mucho barro y a Bruno le gustaba pisarlo con sus botas. Bruno miró al cielo y, aunque todavía estaba muy oscuro, pensó que, como ya había llovido mucho, no llovería más esa tarde. Cuando Bruno llegó al tramo de la alambrada donde solían encontrarse, Shmuel estaba esperándolo, y por primera vez no estaba sentado con las piernas cruzadas, sino de pie y apoyado contra la alambrada. –

Hola, Bruno –dijo Shmuel cuando llegó su amigo. –

Hola, Shmuel.

–No estaba seguro de volver a vernos. Por la lluvia y eso. Pensé que quizá te quedarías en casa –dijo Shmuel.

–Yo tampoco estaba seguro de poder venir. Hacía muy mal tiempo –dijo Bruno.

Shmuel extendió los brazos hacia Bruno y le mostró unos pantalones de pijama, una camisa de pijama y una gorra de tela idénticos a los que vestía él.

–¿Todavía quieres ayudarme a encontrar a mi padre? –preguntó Shmuel.

–Por supuesto –contestó Bruno, que tenía mucho interés en explorar lo que había al otro lado de la alambrada.

Shmuel levantó la parte inferior de la alambrada y le pasó la ropa.

–Gracias. Date la vuelta. No quiero que me mires mientras me cambio de ropa –dijo Bruno.

Shmuel obedeció, Bruno se quitó el abrigo y lo dejó con cuidado en el suelo. Luego se quitó la camisa y sintió frío. Cuando se ponía la camisa del pijama averiguó que olía muy mal. Finalmente se quitó sus pantalones y se puso los pantalones del pijama.

–Ya está. Ya puedes mirar –dijo Bruno una vez que se había cambiado de ropa.

Bruno parecía otro niño más. Con el traje de rayas era muy parecido a los demás.

–Esto me recuerda a la Abuela. Me recuerda a las obras de teatro que preparaba con Gretel y conmigo. Siempre tenía disfraces para mí. Supongo que eso es lo que estoy haciendo ahora, ¿no? Fingir que soy una persona del otro lado de la alambrada –dijo Bruno.

–Quieres decir un judío –contestó Shmuel.

–Sí. Exacto –afirmó Bruno.

–Vas a tener que dejar tus botas aquí –dijo Shmuel.

–Pero… ¿y el barro? No querrás que vaya descalzo, ¿verdad? –preguntó Bruno.

–Si vas con esas botas te reconocerán. No tienes opción –contestó Shmuel.

Bruno se quitó las botas y los calcetines y los dejó junto al resto de su ropa. Al principio le produjo una sensación muy desagradable pisar descalzo el barro, pero luego empezó a gustarle.

Shmuel se agachó y levantó la base de la alambrada y Bruno se arrastró por debajo y su pijama de rayas quedó completamente embarrado. Nunca había estado tan sucio y le encantaba.

Shmuel y Bruno se rieron y ambos se quedaron juntos, de pie, sin saber muy bien qué hacer, pues no estaban acostumbrados a estar en el mismo lado de la alambrada.

Bruno sintió ganas de abrazar a Shmuel y decirle lo bien que le caía y cuánto había disfrutado hablando con él durante todo ese año. Por su parte, Shmuel sintió ganas de abrazar a Bruno y darle las gracias por sus muchos detalles, por todas las veces que le había llevado comida y porque iba a ayudarle a encontrar a su padre. Pero no se abrazaron.

Echaron a andar hacia el interior del campo alejándose de la alambrada, un recorrido que Shmuel había hecho casi todos los días desde hacía un año, desde que conoció a Bruno. No tardaron en llegar a donde iban. Bruno estaba dispuesto a maravillarse ante las cosas que vería. Había imaginado que en las cabañas vivían familias felices y que algunas familias, al anochecer, se sentarían fuera en mecedoras para contarse historias. Pensaba que todos los niños y niñas que vivían allí estarían jugando al tenis o al fútbol, brincando o trazando cuadrados en el suelo para jugar al tejo.

Había imaginado que habría una tienda en el centro y quizá una pequeña cafetería como las de Berlín. Y se había preguntado si habría un puesto de fruta y verdura.

Pero resultó que todas las cosas que esperaba ver no existían. No había personas adultas sentadas en mecedoras. Y los niños no jugaban en grupos. Tampoco había ningún puesto de fruta y verdura, ni ninguna cafetería.



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En el texto hay: guerra, trsiteza, amisad

Editado: 19.04.2022

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