Enredos Digitales

09: La fogata

Ya solo quedaban dos semanas de vacaciones de verano cuando Emma recibió un correo electrónico de su mamá. Ella tenía la manía de enviar lo que consideraba importante por ese medio y, en esta ocasión, adjuntaba una variedad de programas de universidades. Incluía instituciones de renombre al otro lado del país e incluso universidades estatales que nadie quería ir. Los programas adjuntos no eran para nada precisos: había áreas de ciencia, diversas docencias, periodismo y hasta un grado en artes escénicas.

Sabía que su madre deseaba con todo su ser verla graduarse de la universidad, sin importar de qué. Su padre la presionaba un poco menos, pero en el fondo Emma sabía que él también lo deseaba tanto como su madre. Nunca la habían presionado a elegir rápido lo que desearía hacer por el resto de su vida ni le reprochaban su falta de excelentes calificaciones. Tampoco le exigían ser demasiado buena en algo o destacar, lo cual ahora la frustraba. Tenía menos de un año para encaminar su vida y no sentía despejado el camino.

Dio otro vistazo al correo, pero ningún programa le interesaba lo suficiente como para investigar más. Además, sabía que los requisitos de la mayoría de las buenas universidades eran inalcanzables para ella.

Respondió con un "gracias por estar pendiente, le echaré un vistazo en la tarde". No pensaba hacerlo. No se sentía lo suficientemente segura de sí misma para afrontarlo.

Prefirió enfocarse en la pequeña bola de pelos que daba vueltas por la habitación, reclamando atención.

—¿Quieres salir a dar un paseo? —preguntó con una voz bastante chillona. El perro empezó a mover su cola con vehemencia—. Tomaré eso como un sí, ¿ok?

Mientras ambos caminaban por la calurosa ciudad, Emma notó que un local cuya fachada había estado cubierta por los últimos meses finalmente estaba exhibida. Se acercó más para echarle un vistazo. Era una galería de arte sin ningún aviso sobre la prohibición de ingresar con animales, por lo que decidió tomar en brazos a Toto e ir directo a la boletería para comprar su ticket.

El aire fresco de la galería era un alivio frente a las altas temperaturas de la ciudad. La luz suave y cálida bañaba las paredes perfectamente pintadas de blanco que exhibían distintas obras en el amplio salón. Emma podía escuchar el murmullo suave de las conversaciones de otros visitantes, mezclado con el tenue sonido de música clásica que flotaba en el aire. Toto observaba todo con curiosidad desde sus brazos, moviendo ligeramente la cola con cada nuevo estímulo visual.

A medida que avanzaba, Emma se sintió atraída por una serie de pinturas que parecían captar escenas cotidianas con una perspectiva única. Se detuvo frente a una obra que mostraba una calle bulliciosa, con personas caminando apresuradas y colores vibrantes que casi parecían moverse sobre el lienzo.

Toto dejó escapar un pequeño ladrido, como si también apreciara el arte. Emma sonrió, acariciando la cabeza del perro con ternura. Mientras continuaba explorando la galería, notó una sección dedicada a esculturas contemporáneas. Las formas eran audaces y originales, cada una conteniendo una energía propia que parecía irradiar desde su núcleo. Se acercó a una escultura en particular, una figura abstracta hecha de metal retorcido y pulido. Reflejaba la luz de manera intrigante, creando sombras y destellos que cambiaban con cada paso. Emma se perdió en la contemplación de la pieza, sintiendo una conexión inexplicable con la creatividad y la pasión del artista.

Al fondo de la sala, una pequeña mesa con catálogos y folletos proporcionaba información sobre las exposiciones actuales y los artistas detrás de las obras. Emma tomó uno de los folletos y lo ojeó mientras Toto descansaba pacientemente en sus brazos.

—¿Has disfrutado de la exhibición? —le preguntó una señora con hoyuelos adorables en sus mejillas, sacándola de sus pensamientos. Vestía formal y tenía un gafete con el nombre de la galería.

—Fue un viaje entre lo sublime y lo extraordinario. La forma en la que los colores se desvanecen para transformarse en algo más sereno, dando paso a las esculturas, es simplemente maravilloso de ver —respondió Emma con entusiasmo.

—Me alegra que alguien lo aprecie. Trabajamos mucho en hacer el recorrido correctamente —dijo Linda, según indicaba su gafete—. La idea de este nuevo espacio es darle lugar a los artistas locales para que sean conocidos. Además, también tenemos otra área donde damos clases, por si te interesa o conoces a alguien que quiera sacar a su artista interno.

—Siempre vienen bien espacios donde se reconozca el talento nuevo y local —concedió Emma—. Además, me dejaron ingresar con Toto. —Señaló al perro acurrucado en su pecho.

—Acá todos los que estén dispuestos a disfrutar del arte serán bienvenidos. Ojalá puedas venir el próximo mes, tendremos otra exhibición.

Emma se quedó con el panfleto que promocionaba las clases que impartían en el lugar y se despidió amablemente de Linda, prosiguiendo con el paseo de Toto y volviendo a dejar al perro en el suelo.

—Eso fue entretenido, ¿también te pareció? —le preguntó al perro, quien claramente no respondió—. Fuiste un excelente compañero.

Una vez estuvieron de regreso en casa, Emma se dio cuenta de que estaba sola, aunque eso no le sorprendía. Los turnos altamente rotativos de su padre pocas veces le daban la oportunidad de compartir con él. Estaba tan acostumbrada a su horario que no le incomodaba el silencio en la casa.

Vio las notificaciones en su móvil. Tenía un par de mensajes de Claire, otros del grupo que tenía con unas compañeras de clase, varios avisos de interacciones en sus diferentes redes y un mensaje que se quería convencer de que no estaba esperando, pero el ritmo acelerado de su corazón la delató.

La última vez que le escribió a Luke, se disculpó por el vergonzoso mensaje que le mandó bajo los efectos del alcohol. Le explicó que estaba pasada de tragos y que ignorara todo lo que le había dicho.




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