EMMA
El sonido del timbre que marcaba el fin de la clase resonó por los pasillos, y Emma se levantó de su asiento con una sonrisa que apenas podía contener. Sujetando su cuaderno con fuerza, salió rápidamente de la sala antes de que el profesor pudiera detenerla para hacer algún comentario innecesario sobre su desempeño. Aprobó. No solo aprobó, lo hizo con la nota mínima, pero en su cabeza, un "aprobado" era un triunfo que celebraría.
—¡No me lo creo! —murmuró para sí misma mientras caminaba por el pasillo.
El alivio que sentía era como una bocanada de aire fresco en su rutina. Historia siempre había sido una de las asignaturas que le costaba, no le disgustaba aprender historia, pero cuando llegaba el momento de recordar todo lo que el profesor pedía en las pruebas, su mente parecía quedar en blanco.
Cuando estaba doblando la esquina hacia su casillero, una figura familiar la detuvo.
—¿Por qué tan sonriente tan temprano? —preguntó Claire, levantando una ceja mientras la observaba con curiosidad—. Normalmente a esta hora tienes una cara de pe… de pocos amigos.
Emma, aún radiante e ignorando el comentario de su amiga, sacó la hoja del examen de historia de su bolso y la sostuvo frente a los ojos de Claire como si fuera un trofeo.
—¡Lo hice! Aprobé historia —casi cantó las palabras—. ¡En la jodida cara de Haller! Insinuó que era una causa perdida la semana pasada.
Claire soltó una pequeña exclamación de alegría y, sin pensarlo, le dio un abrazo a su amiga.
—¡Eso es increíble! Ya puedo decirte que no eres una causa perdida. ¡Te lo dije! Sabía que lo lograrías.
Ambas se echaron a reír, y por un momento Emma dejó que la satisfacción del pequeño logro la inundara por completo. Sin embargo, tan pronto como la emoción comenzó a calmarse, un recuerdo incómodo le vino a la mente.
—Oye… —dijo Emma, con el ceño fruncido, sacando a Claire de su burbujeante celebración—. Hablando de errores. —La miró directamente a los ojos, cruzando los brazos—. ¿Cómo se te ocurrió mandarle la foto a Luke en lugar de a mi mamá?
Claire, que había estado sonriendo, parpadeó confundida por un segundo, y luego una chispa traviesa apareció en su mirada.
—¿Qué? ¿Le mandé la foto? —preguntó, fingiendo inocencia—. Qué locura, ni siquiera me di cuenta. Pero... vamos, no fue tan malo, ¿verdad?
Emma le dio un pequeño empujón en el hombro, tratando de contener una risa, aunque seguía claramente molesta.
—¡Claro que fue malo! Casi me da un ataque cuando lo vi. No puedo creer que no me di cuenta hasta que fue demasiado tarde. —Soltó un ligero golpe en el hombro de su amiga—. Eres una desalmada, lo hiciste a propósito.
Claire la miró con una sonrisa pícara.
—No, pero no me harás arrepentirme. Estás viviendo algo idílico y te niegas a disfrutarlo.
Normalmente, Emma no salía a correr justo después de clases. Prefería hacerlo temprano en la mañana o cuando el sol ya empezaba a esconderse. Pero esa tarde, el sol inclemente quemaba su piel, y el calor era casi insoportable. Aun así, correr era lo único que en ese momento la ayudaba a calmar sus pensamientos. Se concentraba en su respiración agitada, que seguía el ritmo de la música que resonaba en sus audífonos, mientras sus pantorrillas ardían por el esfuerzo. Cualquier cosa era mejor que pensar en la discusión telefónica que había tenido con su madre al regresar a casa.
Una canción de los Black Eyed Peas se coló en sus oídos justo cuando llegó a su destino: un parque grande a varios kilómetros de su casa. Después de muchas visitas, había encontrado su rincón favorito.
El sendero, generalmente desolado, la había llevado a un mirador rodeado de árboles que se abrían paso, regalándole una vista despejada de la ciudad. Si descendía con cuidado, usando un viejo tronco como apoyo, llegaba a lo que consideraba su refugio personal. Allí, rodeada de piedras grandes y con la brisa fresca, el aire puro aliviaba sus pulmones cansados. Rodeada de naturaleza, Green Coast parecía un lugar más tranquilo de lo que en realidad era.
Pero su momento de paz fue interrumpido por el sonido de una llamada.
Su cuerpo se tensó automáticamente al pensar que podría ser su madre, lista para retomar la discusión. Pero al ver que no era ella, casi soltó un suspiro de alivio. Sin embargo, cuando vio que el nombre de Luke Crawford aparecía en la pantalla, la sorpresa la golpeó. Había cumplido su promesa de llamarla al día siguiente.
—¿No se supone que siempre estás ocupado? ¿De dónde sacas tanto tiempo libre para llamarme? —soltó Emma sin un saludo previo, haciendo que Luke sonriera.
Esta vez, él no estaba en unas gradas. Parecía estar tumbado en un cómodo sofá gris, su cabeza apoyada en un cojín azul marino que, curiosamente, combinaba con el azul de sus ojos.
—Descubrí que es más divertido llamarte —respondió Luke con esa seguridad que lo caracterizaba—. Además, no respondiste a mi mensaje, así que decidí probar suerte. ¿Dónde estás metida, Emmita? No imaginaba que fueras una chica de naturaleza.
—No lo soy, al menos no más de lo necesario —respondió Emma mientras giraba la cámara para mostrarle su entorno—, pero me gusta venir aquí para despejarme. Es silencioso, casi nunca me encuentro con nadie, y la vista es increíble. —Volvió a enfocar su rostro, notando de reojo su reflejo en la pantalla. Estaba sudorosa y roja, muy lejos de sentirse atractiva en ese momento.
—Un lugar sin gente y tranquilo... —Luke hizo una pausa—. Últimamente, el único lugar que cumple con esa descripción es la habitación de hotel donde me hospedo. Bueno, también este estudio. Nos emocionamos tanto trabajando en una canción que el tiempo se nos fue volando. Ni siquiera almorzamos, todos salieron a comer.
—¿Tan mala compañía eres que prefieren no llevarte a comer? —Emma levantó una ceja con un tono juguetón.
Luke abrió la boca para responder, pero lo que salió fue un gran bostezo que él intentó disimular.