Entelequia: Ojos de zafiro

Recién llegado

El rector Mistral le ha dado una buena excusa para escapar de la incómoda conversación y hacía rato que estaba buscando a su omega. Seguía lloviendo con fuerza y hacía frío. No era un gran problema para él, pero Edén... había caído en cama por menos y, por supuesto, no quería que eso sucediera, así que acelera el paso.

Sólo tiene que dar un paseo corto y al fin encuentra a su omega en el porche, con la espalda apoyada en una columna mientras contempla a unos jóvenes de su misma edad enfrentándose unos contra otros de forma amistosa.

- Ese viejo ciego te ha dicho que estaba aquí, ¿verdad? - El alfa sonríe y se acerca tomando su muñeca.

- Está mal hablar así de tu propio abuelo, ¿no crees?

- Tampoco está bien que, sin decir nada, me cojas de la muñeca para tomarme el pulso -dice apartando su mano-. Estoy bien.

- Puedo escuchar tu pulso, no necesito tocarte siquiera -le recuerda el alfa-. Pero tomando tu muñeca puedo sentir tu presión sanguínea. -Se acerca a su cuello y aspira su aroma-. Y puedo oler tu nivel de azúcar en sangre también.

- No seas pegajoso -se queja Edén apartándole. - Yo no soy Aura, ni siquiera Umbría.

- ¿Umbría? Creo que a veces eres más receptivo que ella -ríe Khamsin.

- No digas tonterías. Ninguno de los dos somos gays.

- Eres mi omega igualmente. Aunque no haya intimidad entre nosotros, sigo preocupándome por ti. Es mi deber.

-Yo sólo soy un estorbo para ti.

- Cuidado con lo que dices, Edén. Nadie habla mal de mis omegas, ni siquiera ellos mismos.

Edén rueda los ojos y se separa de la columna al extremo del porche para seguir mirando hacia el grupo de jóvenes que se retan unos a otros. Suspira profundamente, pues sabe que Khamsin sólo busca cuidar de él. Por eso llegó hasta él, de hecho.

- Lo siento. En la manada en la que nací nadie se habría ocupado de mí, mi madre a penas me dirigía la palabra. "El oeste no es para débiles", solía decir. Es difícil no sentirse un estorbo cuando es lo que te han enseñado que eres.

- Podrías haber ido a la manada de tu abuelo, al este. Esa habría sido la decisión sencilla, tu zona de confort. Pero decidiste quedarte conmigo cuando te ofrecí cobijo. ¿Crees que eso lo haría alguien a quién considerar un estorbo? Yo creo que fue valiente.

- Yo necesitaba a alguien que pudiera cuidar de mí y tu estuviste ahí. Mi abuelo me hubiera podido cuidar un tiempo, pero siendo tan mayor... ¿Y si el próximo alfa no es tan permisivo?

- No quites valor a tu determinación. Desposarte con alguien con quien nunca compartirías una relación de amor romántico es muy duro, Edén. Yo soy tu esposo, tu protector, tu compañero y tu amigo, pero no puedo darte más.

- ¿Más aún? - soltó una carcajada.

Khamsin se acerca por su espalda y le habla en un susurro.

- Sabes que no te detendré si encuentras a una mujer con la que estar, a la que ames, mientras no me faltes el respeto. - No era la primera vez que se lo decía, sabía que era en serio. A Khamsin no sólo le importaba su seguridad y su salud, también su felicidad-. Podemos llegar a un acuerdo.

- ¿Amor? ¿Yo? No, Khamsin. - Era algo ridículo para él-. Nunca pensé en algo así. Tal y como soy nadie querría acercarse a tratar de tener una relación así conmigo. Así que ni siquiera es algo que me plantee. ¿Qué podría ofrecer?

- A mí me ofreces mucho. Es más que agradable tenerte de compañero.

- Eso no es cierto. Pero no importa. Lo único que he querido siempre es estabilidad y seguridad. Y tú me has dado eso sin pedir nada a cambio.

- Te estoy diciendo que no me gusta que hables así de ti mismo -dice abrazándole por la espalda. Edén no se lo impide esta vez pues se da cuenta, ahora que obtiene el calor del alfa, que sentía más frío del que era recomendable para él-. No me hagas enfadar.

- No quiero que creas que desprecio tu amabilidad cuando te preocupas por mí, pero...

- Te gustaría ser como ellos -dijo señalando a los jóvenes que peleaban frente a ellos. Los más mayores debían tener su misma edad, pues Edén era unos cinco años menor que el alfa. Ambos sabían que eso no podía ser. Su debilidad no se lo permitía.

- Es sólo que a veces es frustrante. Pero ya qué más da.

- No da igual. Y si hay cualquier cosa que pueda hacer... Pídeme lo que quieras -insistió como tantas otras veces-. Pero ahora hace frío. Y tu tensión es baja. Deberíamos entrar.

- Está bien-cedió sin más. Realmente sería un incordio caer enfermo-. Entremos. Igualmente ya sé quien ganará -dice refiriéndose a la pelea amistosa que se disputaba-. Si no estás atento no tardará en retarte y tú serás su beta y no al revés.

Khamsin abre mucho los ojos sorprendido, sin saber a qué se refiere y observa el corro de jóvenes frente a él y a los dos lobos que se enfrentan en el centro. Uno de ellos es negro de ojos azules y tiene un característico mechón blanco en la cabeza.

- ¡Firn! ¡Maldita sea! ¿Qué diablos estás haciendo en vez de vigilar el perímetro? ¡Es el maldito solsticio! - Ya sabía que era muy posible que estuviera vagueando por ahí, pero estar haciéndolo públicamente le dejaba a él en mal lugar. Demostraba que no podía controlar a sus betas, lo que tal vez era verdad.

El lobo le mira sorprendido, pues no esperaba verle allí. El otro lobo, uno enorme y gris, es decir, de la mnada del norte, aprovecha y se abalanza sobre él. Pero Firn es notablemente más rápido. Le esquiva primero y luego le embiste brutalmente.

- ¡Firn! ¡Deja de hacer el idiota!

El lobo gris queda en el suelo y Firn se asegura de que no se moverá poniendo una pata sobre él ante de volver de nuevo la mirada arrepentida hacia su alfa. Una falsa mirada de arrepentimiento, por supuesto. Firn es totalmente indomable. Eso no suele disgustar a Khamsin, pero tampoco permitirá que se le desobedezca.

- Mueve ese culo peludo y vuelve a vigilar las lindes del territorio con los otros que están de servicio -ordena.




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