Entelequia: Ojos de zafiro

La noche más larga

Khamsin sale corriendo escaleras abajo y se topa con un grupo tan desconcertado como él que tratan de salie al exterior.

Uno de los guardias se abre paso y entra a trompicones por la puerta principal.

- Alfa -jadea exhausto por haber corrido en su forma bipeda. Sabe, por supuesto, que está prohibido utilizar la forma cuadrúpeda dentro de la mansión Aurea. De hecho, únicamente la usan para pelear o patrullar.

- ¿Qué ocurre ahí fuera? -pregunta ansioso.

- Hay humanos por todas partes -anuncia-. Estamos rodeados.

- No puede ser -pronuncia el alfa confundido.

- ¿Es cosa de ese nuevo alfa rojo? - pregunta Dana poniéndose a su lado también.

Los aullidos de alerta no han cesado, pero el de Crisol llama la atención de Khamsin especialmente y sale disparado de la mansión seguido de Dana y muchos otros.

Crisol es imponente en su forma cuadrúpeda y gruñe con fiereza liderando a su guardia. Frente a él, un gran grupo de humanos, dispersos para rodearles, les apunta con extrañas armas. Ningún lobo había visto algo así. Pero hay algo raro en ellos. Algo más raro aún del hecho de que haya humanos en Entelequia.

- Crisol. - Avanza con cuidado hasta él, con las manos en alto, sin quitar la vista de aquel a quien su primer beta gruñe. Es el humano más adelantado, por lo que parecería ser el líder. - Calma, amigo.

Crisol da un paso atrás y se coloca al lado del alfa. Su pelo no deja de estar erizado, pero por lo menos ya no enseña sus afilados dientes.

- Me llamo Khamsin Ébano. Este es mi hogar y mi familia. ¿En qué puedo ayudarles, señores? -pronuncia con amabilidad.

Su corazón golpea con fuerza en su pecho y toda su manada guarda un silencio tenso y puede escucharlo. Pero Khamsin no lo demuestra. Quiere saber por qué están ahí, cómo han llegado a Entelequia y, sobretodo, si es posible que se vayan por la buenas.

- Tú, bestia. - pronuncia el hombre. - ¿Eres quién se hace llamar rey aquí?

- Soy el alfa de esta manada. - Ignora lo que el humano debe considerar un insulto. - Este no es vuestro lugar, ¿por qué habéis venido? ¿Y por qué nos apuntáis con vuestras armas de forma hostil?

- Alfa...-repite con desagrado. - Sois criaturas antinaturales. La hostilidad es vuestra arma, no la nuestra.

- En realidad, vosotros sois los antinaturales aquí. Esto es Entelequia. No deberíais haber cruzdo. De hecho, no deberíais haber podido cruzar.

- Eso no importa. Unas criaturas como vosotros sois un peligro para la humanidad. No deberíais existir.

- ¿Qué queréis? -susurra entrecerrando los ojos.

- Vuestra extinción -pronuncia sin más.

Khamsin da un paso al frente y hace un gesto para que todos los suyos se retiren al interior de la mansión o a sus casas, lo que les pillase más cerca para poder refugiarse.

Crisol permanece a su lado y el alfa no niega su presencia. ¿Cómo podría?

- ¡Quietos! - brama el hombre dejando a todos los lobos petrificados-. U os matamos a todos.

- Nadie da órdenes a mi manada -gruñe Khamsin. Sus uñas crecen y abre la boca mostrando sus colmillos que ya poco se parecen a los de una persona. - Y mucho menos les amenaza. - Da un paso adelante y su cuerpo empieza a cambiar. Se quita la chaqueta del traje. Umbría le mataría si la rompiera. Podría transformarse en un par de segundos, pero sabe lo amenazante que es ver a un lobo transformarse poco a poco. Sus músculos crecen. Sus piernas y brazos se acomodan alargando unos huesos y acortando otros. Su ropa se destroza. El rostro se deforma hasta formar un hocico y su cuerpo se encorva y se llena de un pelaje denso, negro y brillante. Sus ojos azules lucen en la oscuridad de la noche. Y gruñe. El gruñido de un alfa hace temblar el bosque. Los pajarillos anidados en la noche y otros animalillos se estremecen y encogen por el sonido. Pero ellos bien saben, su instinto sabe, que no tienen nada que temer del alfa del sur. Pero los humanos intrusos en su hogar, que amenazan a los suyos, sí deberían temblar de miedo. Y tiemblan. Su imagen tiembla. Pero ya no se mueven.

El alfa baja la cabeza, sin dejar de mirarles, amenazante y extrañado. Algo no está bien. Nunca estuvo bien. Gruñe otra vez, con todas sus fuerzas, y las imágenes humanas vibran aún más, como si estuvieran hechas de niebla, para justo después recuperar la forma. Sin moverse más.

- ¿Qué es? - pregunta una de las guardias cercanas.

Esa es la pregunta exacta. ¿Qué? Y no ¿quién?

Khamsin se acerca a la figura inmóvil del lider humano y lo olfatea.

No es el olor de ninguna criatura. No hay carne, ni sangre. Es un olor especiado que pica en su nariz. Muy ligero, pero ahora fácilmente detectable. Entonces comprende lo que tiene delante. Alarga la pata y da un suave zarpazo a la figura que se desvanece como humo para formarse justo después. Y en ese instante, todas las figuras humanas empieza a desaparecer una tras otra.

- Magia - dice uno.

- No hay ningún humano. Sólo era una ilusión -expresa otra.

- ¿Por qué?

- ¿Quién?

Khamsin parpadea confundido y da unos pasos hacia atrás. ¿Por qué? ¿Con qué objetivo? ¿Qué es? ¿Una broma? No. Nadie se molestaría tanto en hacer una broma. ¿Es una amenaza? ¿Una advertencia? ¿Con que propósito? No tiene sentido. No puede...

Un grito estalla en el interior de la mansión y todo cobra sentido.

Una distracción.

Todos lo reconocen al instante. Es Albor, la pareja de Crisol. Khamsin y Crisol corren todo lo que puede saltándose sus propias normas y entrando a la mansión en su forma cuadrúpeda. Temerosos, muchos les siguen, pero se quedan atrás. Suben directos al dormitorio principal. La escena que se presenta ante ellos enfría la sangre de Khamsin por un instante, para encenderla como nunca al instante siguiente. Albor está inclinada sobre el cuerpo sangrante de Umbría. Tiene los ojos abiertos y respira con dificultad. Khamsin quiere acercarse, pero sabe que sólo molestará. Albor es la mejor sanadora de la manada. Su compañero cambia y se inclina junto a ella.




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