I.
Los reflectores se ocultaban tras los violentos ases de luz que se encargaban de enceguecer a quienes intentasen ubicarlos, los gritos ensordecedores se fundían con el chirrido del material gomoso rechinando ininterrumpidamente sobre el suelo de madera, pulido con recelo horas antes de comenzar el partido. El gimnasio era sin duda el alocado corazón de la escuela los viernes por la noche. Un enorme recinto techado y calefaccionado, con una capacidad "legal" para quinientas personas, aunque si se contaran en el instante presente, con facilidad superaría los setecientos usuarios.
Una finta, una carrera con destreza, un salto y un tiro sin resultado se unieron en secuencia para acabar el tercer cuarto del partido, con un marcador que de momento favorecía al equipo local. Por una mísera diferencia de seis puntos, los mismos que protegerían el tiempo restante, sin perder la oportunidad de poner todo su esfuerzo en incrementar.
Un par de iris violeta seguían sin dar tregua a una figura masculina que corría de un lado a otro de la cancha. Esperando un pase, intentado robar el balón, buscando la oportunidad de anotar un par de puntos que dieran a su equipo la ventaja. Aquella figura tan familiar, a quien había visto crecer año tras año, sintiendo en cada ocasión el amargo sabor de la nostalgia.
Los minutos corrían y el último cuarto estaba por acabar, las voces resonaban por todo el lugar, los espectadores no habían bajado la intensidad de sus ovaciones.
—Vamos, vamos... — murmuró apretando los dientes y los puños, sin perder de vista a su objetivo.
Casi por arte de magia, como si sus palabras de aliento hubiesen llegado a él, el chico robó el balón y corrió con fiereza hasta el cesto contrario, con el corazón al borde de la garganta y la mitad de sus sentidos nublados por la adrenalina. Una finta, unas cuantas zancadas y un tiro apresurado pero preciso cerró el juego, completando una victoria por apenas cuatro puntos.
—Buen trabajo — susurró al aire, esbozando una sonrisa orgullosa, como si hubiese sido un logro propio.
Entre la multitud de las gradas, se levantó sin ser notado y emprendió camino a la salida. Una vez fuera del gimnasio la briza nocturna acarició su rostro y desordenó aún más sus cabellos oscuros. Volvió la vista hacia la puerta e incluso a esa distancia podía escuchar con claridad las ovaciones del público y una serie de cánticos acompañados de aerófonos y percusiones.
—Esta podría ser la última vez que pueda verte jugar — murmuró melancólico fijando la mirada en el cielo, con apenas unos tonos violáceos en el horizonte.
Lentamente su mente se colmó de recuerdos de los últimos ocho años, los que ahora no parecían haber sido más que un parpadeo. La inquietud del pasado se incitó a mover los pies, llevándole a vagar sin hacerse a la idea de algún destino próximo, simplemente caminar y caminar por donde su memoria dictase. No tardó en encontrarse con un pequeño parque de juegos conocido, había estado allí muchas veces, tantas que sería imposible asignarles un número semejante. Se quedó un rato, una hora o dos, no estaba seguro.
—¡Mira allí! — se oyó de repente.
—¡Waah! ¡Qué miedo! — fue la respuesta.
Un par de chicas miraba con los nervios al borde del colapso como uno de los columpios del parque se mecía de forma espontánea y constante, aunque no hubiese nadie en él. No tardaron mucho en tomar sus teléfonos y comenzar a grabar el hecho.
—Que molestas son... — murmuró.
De pronto el columpio rebotó en el aire y el estruendo de las cadenas espantó al instante a las curiosas muchachas.
—Que malo... No era necesario que las asustaras así, Keith — el aludido resopló.
—Si no tienen agallas para enfrentar "fantasmas" entonces no deberían molestarlos — se justificó cruzándose de brazos.
—Oh, vamos. Terminarían pensando que sólo era el viento, ¿qué harás si ahora creen que en verdad hay un espíritu en el parque? Los niños ya no podrán venir a jugar.
—Shay...
—A Lance le gustaba este parque...
—¡Shay!
—Bien, bien. Estás cerrando el ciclo, comprendo — se encogió de hombros sonriendo.
Keith no mencionó nada más. No estaba de humor para tocar el tema, y vaya que no le gustaba ese tema. "Es parte de crecer".
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Echarse en la cama luego de una maravillosa jornada deportiva no era precisamente su mejor plan, pero sus músculos estaban tan doloridos que había sido un milagro para él lograr bañarse al llegar a casa, aunque el verdadero logro era haber llegado. Con la cara enterrada en la almohada repetía una y otra vez una serie de maldiciones dirigidas a ciertas personas. ¿Que él no había sido suficientemente cooperativo? ¡Por favor! Si no hubiera estado en el lugar correcto, en aquel momento preciso, simplemente estarían todos llorando en los vestidores.