Entre Alas Oscuras [sin editar]

4 - Identidad desconocida

     —¿Estás bien, niña? —pregunta la misteriosa chica, quien tiene su cabello, largo y colorido, cayendo como lluvia alrededor de mi rostro. Su sonrisa es tan blanca como el lugar en el que estoy, pero brilla mucho más que mis ojos verdes transformados. Me levanto sin aceptar su ayuda y comienzo a caminar en la dirección que venía, sin embargo ella me detiene tomándome de la muñeca. Siento una pequeña electricidad con su toque.
     —¿No me dirás tu nombre, brillitos?
     Me giro para poder enfrentarla, aunque mis palabras quedan atascadas en la garganta cuando hago contacto visual con aquel mar calmo que lleva en sus ojos, arriba de dos grandes constelaciones que se forman en sus mejillas y una curva puntiaguda como nariz que las separa. Sus labios, gruesos, con un arco de cupido formado y de un tono rojizo que a más de uno haría caer a sus pies por la tentación que estos provocan, dejan de moverse para ser obstruidos por su mano frente a mis ojos, saludando frenéticamente.
    —Ahora comprendo por qué vienes de la enfermería, chava —comenta divertida y señala mis vendas sanadoras que cubren casi toda la piel o tal vez la incómoda bata azul. Mi rostro enseguida arde, ¡acabo de arruinar la primera impresión! ¿Cómo podía el universo ser así conmigo? ¿Cuánto tiempo más tiene que pasar para que acabe este suplicio de su parte?
     —Si no te importa, desconocida, me debo ir —Me suelto de su agarre y retomo mi camino. Siento que ella camina detrás de mí.
     —Mi nombre es Paz, Paz Valentino. ¿Puedo saber tu nombre? Tu acento me indica que no eres de mi país...
     Me detengo bruscamente.
     —Me llamo Vanina... Ahora, ¿me podés dejar sola? ¿O me vas a seguir acosando? —Me siento culpable al segundo que dejo salir esa frase, pero... ¿Por qué? Ella está molestándome, aunque realmente no la siento una molestia como tal, incluso me agrada su compañía. Esto es demasiado raro.
     —Vanina, ¿eh? Me agrada, igual que tú. No te molestaré más por hoy, ¡pero prometo volvernos a ver! —contesta muy alegre y escucho sus pasos alejándose. Cuando me doy vuelta, ella ya no está allí. ¿Habrá sido producto de mi imaginación? No, no creo. Era demasiado real, incluso el contacto se sintió de verdad... y no sé por qué, pero también espero volverla a ver pronto.

     Era bastante particular el hecho de que no hubiese ascensores en el piso donde encontré a Paz, por lo que tuve que subir a pie hasta encontrar algunos en el siguiente nivel. Mientras espero en la puerta, aparece Frederick desde el pasillo.
     —¿En dónde habías estado? —Intenta abrazarme e instintivamente me alejo de él. ¿No conoce de espacio personal?—. Debemos volver con tus padres, ellos te están esperando.
     Decido hacerle caso, aunque no tardo en quejarme cuando me pide que vayamos caminando hasta la habitación donde se encuentran mis padres. Él me ignora durante el recorrido, el cual me parece eterno, ¿hasta dónde los metieron? Creí que estarían en la enfermería o donde ando alojada, pero estoy casi segura que ya pasamos ese segundo, por lo que doy paso a dos preguntas con una muy pequeña parte de la inmensa confusión que siento: ¿A dónde vamos? ¿Cuánto falta? Cada nivel se ve tan similar al anterior que no logro distinguir bien si estamos cerca o no del primer piso, ¿por qué no pintaron de otras tonalidades? El color blanco comienza a tornarse más monótono de lo que ya es.
     De pronto se detiene frente a una puerta corrediza y esta se abre. Frederick me permite pasar primero, por lo que sigo sus órdenes.
     —¡Mi niña! —sonríe mamá acercándose a mí para abrazarme. Detrás de ella se encuentra papá, quien no emite ningún comentario más que para decirme que me siente a comer algo. Hay una mesa en el centro de la sala con un mantel bordado a mano (o al menos eso supongo, no soy experta en bordados ni en manteles), en la que hay todo tipo de bocadillos dulces y salados. Mi madre me arrastra hasta allí y me sienta como si yo fuese una muñeca de trapo, actitud que me descoloca un poco pero prefiero dejar así. Frederick se une al banquete sin siquiera pedir permiso, colocándose a mi lado.
     —¿No quieres comer algo? —me pregunta con una sonrisa extraña. Noto la falta de su muñequera roja en el lado derecho, provocando que mi columna empiece a arder en señal de peligro, ¿qué está pasando? Me levanto, dispuesta a irme, pero él imita mi movimiento. Al mirar alrededor mis padres no están. ¿Pero qué...?
     —¿Pasa algo, Vanina? No has probado bocado... En cambio yo estoy muy hambriento —Su mirada se torna oscura, acción que logra alarmarme aún más, sin embargo todo empeora cuando me sujeta fuerte de la muñeca y me atrae hacia él. Grito y pataleo, trato de morderlo, intento escapar, pero su agarre es demasiado fuerte.
     —¡Nos estamos divirtiendo, Vanina! ¿Por qué te quieres ir tan pronto?
     —¡Soltame, maldito pervertido! ¡Soltame! —grito como una loca. Mierda, mierda, mierda... ¿Qué le está pasando a este? ¿Por qué de pronto se comportaba así? ¿Esa es su verdadera personalidad?
     Siento su respiración en mi cuello, eso me asusta más y empiezo a sudar, mi corazón late como mil caballos galopando. ¿Qué hago? Quiero llorar, llorar mucho. ¿Mamá, papá? ¿Dónde están? No sé cómo salir de esto. O tal vez sí, pero sería romper con mi único principio. Mi piel contra la suya me da tanto asco, está tratando de arrancarme la ropa aunque se la hago más difícil al estar moviéndome de manera descontrolada. Y es ahí donde prefiero dejar mis promesas a un lado para salvar mi pellejo, transformándome de nuevo.
     Estoy demasiado débil, mi cuerpo pesa tanto como un ancla, aún así, y por puro instinto, tomo su brazo para que en consecuencia el fuego penetre en su piel, expandiéndose a todo su cuerpo hasta verlo calcinarse vivo con gritos de dolor saliendo desde lo más profundo de su garganta. Pide auxilio hasta caer en el suelo e intentar apagar las llamas que ya se encuentran atacando los músculos de sus brazos, a punto de llegar hasta su hueso y seguir, seguir consumiendo a aquel hombre que me mintió sobre quién rayos era, una persona que podría haberse ganado mi confianza de no ser por su desesperada sed. Una sonrisa de oreja a oreja se forma en mi rostro, no de alegría precisamente, sin dejar de ver a mi víctima arder en las llamas que yo misma pude crear. Un susurro suave me devuelve a la realidad, cual pequeña brisa en mi oído, provocando que un escalofrío erice los vellos de mi nuca:
     —Eres un monstruo, mi reina...




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