Entre Alas Oscuras [sin editar]

8 - Rozando la oscuridad

     Frente a nosotras se encuentra dos grandes puertas corredizas de metal. A su lado se encuentra un control de mando con una pantalla, similar a la que vi con Frederick cuando me asignó a Emma como tutora, y, al igual que aquella vez, la pelirroja debe acercar su muñequera faireer de color azul metálico para ser escaneada. Luego de que la pantalla muestre el tic de color verde, las puertas se abren para permitirnos el paso.
      Soy la primera en entrar y llama mi atención la cantidad de armas que se encuentran colgadas en estantes a ambos lados de la habitación. ¿En serio vamos a usar todo eso? Hay espadas, hachas, escudos, ballestas, varios tipos dagas y decenas de otras cosas que me llenan de alegría, ¿¡en serio vamos a usar todo esto!? ¡Si esto es un sueño, por favor que nadie me despierte!
     —No toques nada, estamos en la sala de entrenamiento C para que conozcas y aprendas a controlar tus poderes —comenta la pelirroja arruinando mi fantasía.
     Al girarme hacia ella para expresar mi clara decepción, noto que su novio no está presente.
     —¿Dejaste al perrito faldero afuera?
     —Que te refieras a Jev de esa manera no te va a ayudar a que sea menos exigente contigo —responde mirándome con aire de superioridad—. Ni tampoco que seas la hermanita menor de alguien que fue cercano a mí. Es más, voy a exigirte tanto que vas a sentir tu cuerpo hecho pedazos y lo único que vas a pedirme es que el sufrimiento termine de una vez.
     Suelto una carcajada hacia su respuesta.
     —Eso ya lo veremos, pelirroja —Por más que últimamente haya preferido evitar la magia, creo que valdría la pena si la uso a mi favor demostrándole que se está metiendo con el monstruo equivocado, ¿verdad? Tal vez sea ella, quien, al final, aprenda unas cuantas lecciones.
     Para comenzar con el entrenamiento, me pide que me dirija hacia el centro de la habitación y espere allí, en tanto ella se quita el vestido que tiene puesto, dejando a la vista un atuendo más bien deportivo compuesto por unas calzas negras (las cuales tenía enrolladas para que no se vieran por debajo de la falda) y un top deportivo rosa flúor. Debo admitir que su condición física es muy buena, tonificada en la zona abdominal y los brazos parecen tener unas "montañitas" de fuerza dignas de una persona que entrena a diario.
     Luego de colgar el vestido azul en los estantes de las armas, se acerca a mí dispuesta a comenzar el entrenamiento.
     —Antes de aprender a usar tu magia, tenés que saber colocarte en la posición correcta para defenderte o para atacar. Un paso más adelante o un brazo más abajo pueden traer consecuencias catastróficas —Me siento algo intimidada por la voz de Emma, tan autoritaria, lo que permite cuestionarme si es mejor no sobrepasarse con esta faceta desconocida suya. Por el momento prefiero hacerle caso a las indicaciones que ella me va dando sobre la posición de ataque, que consiste en posicionar el pie derecho más adelante que el izquierdo (en caso de ser zurdo es de la manera contraria), bajar un poco las rodillas y alzar las manos hacia al frente (la izquierda un poco menos que la derecha, igual que los pies) levemente abiertas como para utilizar nuestros poderes en caso de estar transformadas. Recuerdo entonces, fugazmente, que esa fue la posición que adopté cuando el verdadero Frederick quiso acercarse a mí... ¿Acaso es algo instintivo de los faireers o solo una coincidencia?
     Ella comienza a corregir mi postura sin mucha delicadeza, ¿quién se cree que es? Es cierto que tengo varios errores, pero no soy ningún tipo de maniquí oxidado al que hay que mover casi a golpes para que funcione. Estoy a punto de quejarme cuando noto la expresión en su rostro, entre triste y nostálgica, lo que me da la oportunidad de molestarla como venganza de su actitud:
     —¿Tengo que ser de otro universo para que no me corrijas a golpes? ¿O solo me tengo que ver igual a tu novio?
     Ella me suelta, al tiempo que, maldiciendo en voz baja, se aleja lo suficiente de mí como para poder encerrarse en su mente. Es obvio que está enojada conmigo y creo que se está rindiendo con eso de controlarme. ¿Acaso habrá pensado que sería más fácil en su faceta de tutora? Pudo intimidarme, sí, pero era cuestión de que bajase la guardia para volver a mi posición de superioridad ante ella.
     —¿¡Sabés qué!? ¡Transformate, ahora! —grita al borde de la locura. Su mirada ensombrecida me da un escalofrío, ¿qué carajos está sucediendo? Estoy tan confundida con su repentino impulso violento que decido hacerle caso. Cierro mis ojos y trato de concentrarme, ¿cómo fue que me pude transformar?
     —¿¡Qué te pasa!? ¿¡No querés usarlos porque sos una nenita caprichosa que se cree mayorcita por tratar mal a la gente!?
     Es entonces que dejo desatar mi furia totalmente y el dolor infernal en mi columna vertebral se hace presente. Sin necesidad de pensarlo mucho más, permito la salida de mis alas de murciélago, que, apenas fuera, me envuelven para el cambio de mi atuendo y así acabar con esto de una vez por todas. Al finalizar, presencio el espectáculo visual de la transformación de Emma: unas bellísimas alas de ángel doradas, de al menos dos metros, sobresalen de su espalda. Estas se abren para levantar vuelo, sin embargo, y para mi sorpresa, se forman dos brillos blanquecinos en las puntas que van recorriendo todo el plumaje hasta llegar a los hombros de la chica, y, luego de que ella levante sus brazos para posicionarlos como una bailarina en una caja musical, comienzan a bajar girando alrededor del cuerpo como dos pequeñas luces danzantes, mientras transforman el top y las calzas deportivas en un vestido sencillo de color blanco, con la falda hasta las rodillas, y finalizan en sus pies con unas zapatillas de ballet haciendo juego. Como último toque, un par de cintas rojas se forman en sus muñecas y sus ojos desprenden un destello para convertir el tono café en uno más claro y brillante.
     Ella se eleva un par de metros y decido seguirla, manteniendo siempre la distancia que nos separa una de la otra. Realmente no estoy segura de cuál es su plan así que la única manera de saberlo es yendo detrás, ni siquiera termino de asimilar sus reacciones anteriores, ¿será que logré quitarla completamente de sus casillas? Esto se pone divertido y siniestro a la vez.
     —¡Me tenés harta con tus caprichos, Vanina! ¡Dale, esta es tu oportunidad de sacarte de arriba toda esa bronca que sentís! —Estira sus brazos hacia los costados, como si estuviera crucificada o algo así—. ¡Matame, dale, hacé lo que quieras conmigo!
     ¿Qué? Disimuladamente me pellizco el brazo, pero el dolor es real, por lo que esto es real. Suelto una carcajada para luego notar que ella está hablando en serio, sí, y analizando rápidamente la situación no parece haber algún tipo de trampa, ¿entonces por qué? ¿Por qué se rinde así ante mí? ¡Agh, no puede ser que esté pensando tanto! ¡Soy un monstruo! ¿Qué importa si se ofrece como voluntaria de verdad o no? ¡No puedo desaprovechar esta oportunidad! Es mi momento de venganza, a pesar de que en el fondo no se sienta así, o al menos no como yo esperaba que se sintiera.
     —¿Estás segura de lo que estás pidiendo? —Sonrío de una manera que desconozco de mí misma, creo que es mi monstruo interior que cada vez está más cerca de la superficie, y una sensación de poder recorre en mis venas junto con la calidez de mis llamas verdosas que pronto se encienden en mis manos. Estoy sedienta de algo que no puedo lograr reconocer, ¿qué será? ¿Acaso importa? Es tan... tan emocionante, parece ser un combustible que necesito para mantener el fuego de mi corazón encendido a tan alta temperatura. Arde, pero arde de la manera más hermosa que alguna vez podía haber conocido.
     Sin dudarlo, absorbo con mi mano derecha un poco de la luz que hay en la habitación y luego la combino con la llama verdosa de mi otra mano, formando así una esfera de luz envuelta en fuego de tonalidades verdes que apunto directo al pecho de la pelirroja. El rostro de mi víctima parece dudar de su idea, tal vez hasta esté mirando directamente a los ojos a la muerte, ¿cómo puede ser que haya personas que no disfruten momentos como estos, teniendo a una presa a su total merced? Percibo el miedo que recorre su cuerpo y el deseo profundo de que algo o alguien la salve, ¿no es exquisito? ¡Es magnífico! Es así como debe ser estar en la piel del más temido mafioso o de algún delincuente llevando a sus espaldas la fama por sus delitos cometidos.
     En el último segundo, justo antes de soltar mi ataque, algo extraño pasa.
     —La oscuridad en su alma es poderosa, Su Majestad...
     Las palabras de aquella voz misteriosa impactan en mí como un disparo rápido, frío, y en consecuencia todo el poder que había acumulado se desmorona. Recuerdo las palabras de Karina sobre haber visto que la oscuridad me haría sucumbir, ¿será esto a lo que ella se refería? No puede ser otra cosa más que esto. Algo dentro de mí no quiere creerlo, no tiene que creerlo, pero fue real, muy real. ¿Cómo es posible que yo haya tenido aquellos pensamientos tan horribles y oscuros?
      Emma está en shock igual que yo, aunque ella parece recuperarse más rápido y se acerca a mí con cierta cautela.
     —¿Qué... fue eso? —Intenta tomarme por los hombros, lo que no consigue porque, en un acto reflejo, me alejo unos centímetros. Antes de que ella quiera hacer algún otro movimiento, decido aterrizar en el suelo y destransformarme dándole la espalda. Escucho el aleteo de sus alas, junto con una pequeña brisa, por lo que supongo que ella también descendió.
     —Tenemos que hablar de esto, yo no esperaba que vos...
     —Esto nunca pasó —respondo cortante—. Y por hoy terminamos.
     Sin esperar nada más, me retiro de la sala mientras escondo mi rostro con la capucha de la sudadera y resguardo mis manos dentro del bolsillo. Necesito reflexionar sola de camino a mi habitación, cada vez me siento más confundida respecto a mí misma y también a mis poderes. Tengo el presentimiento que todo esto no es normal, ¡no puede ser normal! Y si lo fuera, ¿cómo es que las personas podrían soportar tanto sin acabar volviéndose locas? Empiezo a sentir que me desconozco, y, por alguna razón, toda esta situación me asusta. Mi primera transformación no se parece ni siquiera un poco a lo que pasó en esta última, y eso, de una u otra forma, me preocupa. No sé quién soy. ¿Soy un monstruo o un ser humano? La oscuridad que me está rodeando no puede ser solo un mal manejo de mis emociones, no, no puede solo ser eso, ¿verdad? Hay algo más, ¿cierto? ¿Podré detenerlo? Necesito detenerlo. No porque mi moral me lo esté pidiendo a gritos (aunque seguro esté influyendo, ¿no?), sino porque dudo poder seguir soportando algo así, mi salud mental tambalea y tengo la certeza que una brisa la hará caer. Vuelvo a pensar en esa voz y siento escalofríos. "La oscuridad en su alma es poderosa, Su Majestad" se repite una y otra vez en mi cabeza como el estribillo pegadizo de una absurda canción pop. Oscuridad en el alma, oscuridad atrapando toda la luz que queda en mi interior, oscuridad que terminará acabando con mi cordura y conmigo también...
     —¿Vainilla? ¿Qué haces aquí? —Reconozco de quién proviene esa voz y levanto mi vista, encontrándome, cual milagro de Navidad, el rostro tallado de preocupación de Paz. Sin pensármelo siquiera dos veces, me aferro a ella en un abrazo apretado.
     —Perdón por cómo te traté la última vez, perdón, perdón, perdón... —Hundo mi cara en su remera para luego soltar todo el llanto que venía acumulando desde hacía rato. Ella me quita la capucha y me acaricia el cuero cabelludo, pero sinceramente no me puedo quejar, es un gesto que logra calmarme de a poco.
     —Tranquila, niña, no debí ser tan metiche. Pero el pasado queda en el pasado y estoy segura que es por otra razón que te encuentras tan agüitada, ¿cierto?
     Apenas muevo mi cabeza en señal de aprobación.
     —¿Quieres hablar de ello? —Niego de la misma manera—. Oh, está bien, respetaré eso...
     Noto el ritmo de su respiración y trato de concentrarme en eso para dejar de llorar, solo que se empieza a tornar cada vez más difícil... En estos tres años jamás me había sentido tan segura en los brazos de alguien, esa calidez que emana me recuerda a Henry, a esa manera tan particular de jugar con los mechones de mi cabello mientras yo mojaba su camiseta, ¿cómo puede ser posible que ella sea tan parecida a él? Se siente tan agradable y tan extraño a la vez, algo dentro de mí no puede comprender qué rayos está pasando, ¿está comenzando algo? ¿Qué será? No lo sé, y, por el momento, tampoco quiero averiguarlo, solo deseo disfrutar de este sentimiento desconocido que emana de mí hacia Paz.
     —¿Te sientes mejor? —pregunta con un destello de preocupación. Esa es la señal que tomo para alejarme, y, luego de refregar mis ojos para aclarar la visión, noto la mancha de maquillaje que quedó en su remera verde esmeralda, por lo que vuelvo a disculparme con ella.
     —Creo que decirte gracias no es nada comparado a lo que me ayudaste, así que te voy a regalar una remera para compensar esa, en lo posible una negra para mancharla con mi delineador y que no se note.
     Ella estalla en carcajadas, lo que inevitablemente deriva en que me contagie. Nuestras risas rebotan en las paredes del vacío pasillo blanquecino, y, aunque hasta ahora no lo había pensado, de pronto me entra la duda de por qué no hay nadie pasando cerca de nosotras, tal vez se trate del horario por lo que le resto importancia al asunto, además de que no quiero estropear este bonito momento con Paz.
     Cuando ambas volvemos a un estado de tranquilidad, la chica se ofrece a acompañarme a mi habitación, ya que, según ella, estoy a un par de pisos por debajo del que debería y entonces decido aceptar, en parte porque no tengo el mapa y por otro lado porque quiero aprovechar para conocerla un poco más:
     —¿Y de dónde sos? —Al segundo de haberlo dicho me arrepiento, ¿no se me pudo ocurrir una pregunta más obvia? Ella, por suerte, me sonríe con una pizca de diversión.
     —El acento delata mi lugar de nacimiento... ¿O tal vez debo usar un atuendo de mariachi y un gran bigote, y gritar "¡andale, andale!"? —responde de manera bromista, acompañando sus palabras con las manos imitando armas siendo disparadas y dando pequeños saltos con las piernas separadas. No puedo evitar estallar en risas y me siento cómoda con su compañía, ¿acaso eso es normal? Por más que yo haya metido la pata una y otra vez, no me siento mal o enojada con ella, es agradable su presencia. ¿Por qué me pasa esto? Estoy sintiendo confianza con alguien que apenas conozco, pero creo que tal vez se deba a que Paz no es cualquier persona, ¿eso es posible? ¿Acaso sí hay personas que no quieran lastimarte? Es extraño que tan solo la presencia de una persona logre disipar toda la oscuridad que te consume...




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