Jamás volveré a ser escéptica sobre las manifestaciones o la atracción. Todo el día, mis pensamientos se desviaban hacia Nick: ¿Dónde estaría?, ¿Qué estaría haciendo? Y justo cuando intentaba distraerme, su mensaje apareció en mi celular.
Me sobresalté. De hecho, era el celular que él mismo me había regalado.
Después de una serie de mensajes, cuando me ofreció ir a su departamento, automáticamente pensé: ¿En serio? ¿Solo me llama por sexo? No soy precisamente una santurrona, pero aun así, la idea me incomodaba. Ya estaba pensando en cómo rechazarlo antes de que él mismo se apresurara a aclarar que no era por eso.
Aun así, seguía dudando... pero al final, acepté. ¿Qué más da? Solo es sexo. Si me va a cobrar ese sándwich...
Miré la ubicación que me acababa de enviar y me dirigí a su casa.
—Está un poco lejos... —murmuré, observando el GPS de mi auto.
Cuando llegué, tomé mi celular y envié un mensaje:
Me: Estoy afuera.
Nick: Le avisé al de seguridad. Solo da tu nombre y, en el elevador, coloca mi código: 9898.
Me: Ok.
Seguí todas sus instrucciones y, al ingresar el código en el elevador, no pude evitar sonreír. Qué coincidencia... Ese número era la contraseña que usaba en todas mis tarjetas.
Cuando la puerta del ascensor se abrió, allí estaba Nick, esperándome. Parecía un niño emocionado esperando su regalo.
—Hola, Nick —saludé, inclinándome para besar su mejilla.
—Hola, cariño —respondió con cierta torpeza.
Lo miré extrañada.
—¿Te molesta si te digo así? —preguntó con cautela.
—No me molesta... aunque, mejor olvídalo. ¿Qué tal si solo usas mi nombre?
No pareció del todo de acuerdo, pero terminó aceptándolo con un leve asentimiento.
El resto de la tarde transcurrió entre conversaciones sobre cualquier tema que surgiera. Reíamos, compartíamos historias y, entre todo eso... logramos hacer dos benditos sándwiches.
—¿En serio te fueron a buscar con policías porque no aparecías?
—No me enorgullece, pero así fue...
Nick me miró con una ceja levantada y una sonrisa burlona.
—Parece que sí te enorgullece ese acontecimiento —se rió.
—Bueno... un poquito —admití con una sonrisa traviesa—. Ahora cuéntame tú un suceso.
—Creo que ninguno de mis relatos se compara con que me busquen con la policía...
—Tengo muchos más, quizá no tan locos, pero interesantes —dije con un aire de misterio.
—Quisiera oírlos.
—Ok, pero tú primero.
Nick se acomodó en su asiento antes de empezar su historia.
—Fue cuando tomé alcohol por primera vez. Me emborraché tanto que pensé que mi amigo era un impostor y casi lo golpeo.
Abrí los ojos sorprendida antes de soltar una carcajada.
—¡No puede ser! —dije entre risas.
—No recuerdo mucho, solo que él intentó llevarme a casa y yo, en mi borrachera, estaba convencido de que era un impostor. Como obviamente fallé el golpe, porque apenas podía mantenerme en pie, me aferré a un poste para que no me llevara.
No pude evitar reírme aún más.
—¿Te creías koala o qué?
—Podría ser... —respondió, riendo conmigo.
Nos acomodamos con nuestros sándwiches listos para devorar, cuando de repente mi celular vibró en la mesa. Al ver el nombre en la pantalla, solté un suspiro.
—Tengo que contestar —dije, disculpándome mientras me levantaba.
Nick asintió sin protestar, observándome mientras me alejaba para atender la llamada.
Yo sabía que en el mundo existía gente tonta, idiota, estúpida e incompetente... y luego estaba el hijo de mi jefe, Mike, quien era la suma de todo lo anterior multiplicado por mil. Ese tipo era un parásito, un insecto dentro de la empresa, el cual no podíamos eliminar. Y, una vez más, había arruinado un negocio.
Era, simplemente, un dolor en el trasero.
Lo peor es que solo le había tomado un día hacerlo. Durante los últimos cinco meses había estado bajo mi supervisión, y hasta se aseguraron de enviarlo de vacaciones al mismo tiempo que a mí para evitar desastres en mi ausencia. Pero, para mi sorpresa, al regresar, mi jefe me informó que ya no sería su "niñera". En su momento, aquello me pareció un alivio... pero ahora, con este desastre en sus manos, no estaba segura de que mi jefe hubiera tomado la mejor decisión.
Mi sangre hervía de furia. Ahora tenía que viajar a Los Ángeles para arreglar el desastre que había causado, sin saber cuánto tiempo me tomaría solucionarlo.
Respiré hondo y volví con Nick, quien seguía esperando con su sándwich intacto.
—¿Todo bien? —preguntó al verme.
—Debo irme. Mi jefe... o mejor dicho, el hijo de mi jefe acaba de arruinar un negocio y tengo que viajar a Los Ángeles para solucionarlo.
Nick frunció el ceño.
—¿Y por qué tú? ¿No se supone que él debería encargarse?
Suspiré con resignación.
—Intentaré decirlo de la manera menos grosera posible... pero él es un idiota —puntualicé.
Nick soltó una leve risa mientras yo tomaba mi sándwich.
—Me voy, Nick. Me lo llevaré para comerlo mientras espero mi vuelo... o capaz ni llegue a mi coche —sonreí con ironía.
—¿Espera, te vas ahora al aeropuerto?
—No, primero dejaré mi auto en casa y de ahí me iré al aeropuerto.
—Puedo llevarte y dejas tu auto aquí —se ofreció.
—No quiero molestarte —dije, dándole un mordisco a mi sándwich.
—No es molestia, en serio. Pero... ¿y tu ropa?
—Compraré algo cuando llegue a Los Ángeles.
—¿A qué hora sale tu vuelo?
—En dos horas.
—Entonces, vámonos —dijo de inmediato, tomando su sándwich y metiéndoselo entero en la boca de un solo bocado.
Me quedé mirándolo, incrédula.
—Tienes que enseñarme a hacer eso —dije, asombrada—. Me ahorraría mucho tiempo en las mañanas.
Nick no dijo nada, pero su cara estaba visiblemente roja.
#1959 en Novela romántica
#60 en Joven Adulto
giros inesperados, dramaamorpasiondolor, mentirasmanipulacionengaño
Editado: 02.05.2025